Capítulo 14: TrackList

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Desperté con el suave golpeteo de la lluvia contra la ventana. La noche anterior había sido un torbellino de emociones, pero ahora, en la quietud de la mañana, sentía una calma reconfortante que me envolvía. Me estiré bajo las sábanas, dejando que mis pensamientos vagaran, inevitablemente, hacia Claus y Coralee.

La vista desde mi ventana era una Nueva York húmeda y todavía medio dormida. La lluvia daba a la ciudad un aire de misterio, como si las calles y los edificios escondieran secretos que solo se revelaban bajo la llovizna. Me levanté y caminé hasta el escritorio donde, la noche anterior, había dejado un folleto de Yale, la universidad que había elegido. Lo recogí y comencé a leerlo, recordando la emoción que sentí al tomar esa decisión. Había algo en la idea de ir a Yale que me hacía sentir que todo estaba en su lugar, como si finalmente estuviera encaminada hacia algo grande.

El sonido de mi teléfono vibrando interrumpió mis pensamientos. Era un mensaje de Claus:

— Buenos días, Elina. Cora y yo estamos en la cafetería de abajo. ¿Quieres unirte?

No pude evitar sonreír al ver el emoji sonriente que había añadido. Me cambié rápidamente, optando por ropa cómoda y casual, y bajé al vestíbulo.

Cuando llegué, los encontré en una mesa junto a la ventana, con tazas de café humeante y una bandeja de croissants entre ellos. Claus levantó la vista al verme acercarme y me dedicó una sonrisa que, por un momento, me hizo olvidar toda la inquietud de la noche anterior.

— ¡Hola, pecas! —bromeó, haciéndome un gesto para que me sentara con ellos.

Me senté y tomé un sorbo del café que ya me habían pedido. El sabor fuerte y amargo me despertó por completo. Por un momento, me permití simplemente disfrutar de estar allí, en su compañía, en un día que parecía prometer solo tranquilidad. Coralee hojeaba una revista de moda, pero alzó la vista y me sonrió, una sonrisa que decía más de lo que las palabras podrían.

— Después de anoche, creo que todos necesitamos algo de normalidad, ¿no crees? —dijo Coralee, su tono ligero y relajado.

Asentí, sintiendo cómo la tensión residual se desvanecía lentamente con cada sorbo de café, con cada palabra compartida.

La conversación fluyó sin esfuerzo. Hablamos de la música del club, de los lugares que queríamos visitar en la ciudad, de las cosas simples que nos hacían sonreír. En algún momento, Coralee sugirió que cada uno compartiera su "tracklist" de canciones favoritas, aquellas que definían nuestra vida en ese momento.

Claus fue el primero en hablar. Describió una mezcla de rock clásico y baladas contemporáneas, y no pude evitar notar cómo sus ojos brillaban con entusiasmo. Cada canción que mencionaba parecía estar conectada a un recuerdo especial, a una emoción que él valoraba profundamente. Me perdí en sus palabras, en la intensidad con la que describía cada acorde, cada letra.

Coralee siguió después, con una selección más orientada al pop y al indie, canciones que capturaban su espíritu libre y enérgico. Me habló de cómo esas canciones la hacían sentir viva, cómo eran un recordatorio de la importancia de vivir el momento, de seguir sus instintos sin importar las opiniones de los demás.

Cuando llegó mi turno, me tomé un momento para pensar, trazando círculos en el borde de mi taza mientras las palabras se formaban en mi mente. Mi "tracklist" estaba lleno de melodías suaves, canciones que evocaban nostalgia y deseo, pero también esperanza y amor. Había una canción en particular que siempre me había acompañado, una balada que hablaba de un amor eterno, de conexiones que trascienden el tiempo y el espacio.

— Hay una canción... —empecé a decir, mi voz baja pero clara—, que siempre me hace pensar en lo hermoso que es compartir la vida con alguien, en cómo un solo momento puede cambiar todo.

Claus y Coralee me miraban atentamente, escuchando cada palabra.

— Creo que anoche me di cuenta de algo importante. La vida es tan impredecible, tan llena de sorpresas, y quiero estar abierta a todas ellas, a todas las experiencias, sean lo que sean. Esa canción... me recuerda que cada día es una oportunidad para vivir plenamente, para amar, para sentir, para crear recuerdos que valen la pena.

El silencio que siguió fue cálido, lleno de comprensión. Coralee asintió, y Claus me sonrió de una manera que hizo que mi corazón se acelerara ligeramente.

— Eso es hermoso, Elina. —dijo Claus, su voz suave y sincera—. Creo que todos podríamos aprender algo de esa perspectiva.

Sentí cómo mi corazón se llenaba de una calidez que no había experimentado en mucho tiempo. Mientras terminábamos nuestros cafés y salíamos a la lluvia suave, me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, estaba completamente en paz. Había algo en la sencillez de ese momento, en la conexión que compartía con Claus y Coralee, que me hacía sentir que todo estaba bien.

Caminamos por las calles de Nueva York bajo nuestros paraguas, sin un destino claro, simplemente disfrutando de la compañía mutua. La conversación derivó hacia anécdotas de infancia, sueños para el futuro, y las pequeñas cosas que nos hacían felices. Cada palabra, cada risa compartida, era como una nota en la melodía de una canción que apenas comenzaba a componerse.

Y mientras el día avanzaba, me di cuenta de que no importaba a dónde nos llevara la vida. Lo que realmente importaba eran los momentos como este, los momentos en los que el mundo se sentía grande y lleno de posibilidades, y en los que el simple hecho de estar juntos era suficiente.

Al final del día, cuando el sol comenzó a salir de nuevo, dejándonos un cielo despejado, sentí que había encontrado algo que había estado buscando sin saberlo. Y mientras caminábamos de regreso al hotel, con la música de nuestros "tracklists" resonando en mi mente, me permití sonreír, sabiendo que cada nota, cada acorde, era un recordatorio de que la vida, con todas sus sorpresas y maravillas, estaba ahí para ser vivida plenamente.

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Recuerdo I: El Recuerdo (B) ©Where stories live. Discover now