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Caía el verano en el pequeño pueblo de Lübeck, un inicio nuevo de clases en el instituto Balleste con cientos de colegiales corriendo por los pasadizos del enorme y glamuroso instituto. Poco duro la alegría y libertad en la institución cuando la campana que marcaba la primera hora de clase y los alumnos, se dirigían obligados a sus aulas de clases.

Clase A-13; ingresa el profesor Jost, presentándose y obligando a sus alumnos a duras penas a realizar lo mismo.

Bien, ahora iniciamos con ustedes. Joven, usted porfavor. ¿Joven?— ni las palabras cálidas del profesor hicieron que aquel muchacho de quince años, perdido en sus pensamientos le hiciera caso a la primera, más bien, fue por el golpe de su acompañante de al lado quien lo trajo al mundo.

—...Te llama el profesor...– susurro en su rostro. El muchacho de cabello negro, de lo más idiotizado que estaba en sus pensamientos, quedó aún más cabido en la mirada del tío que tenía a su lado, el mismo que traía una sonrisa. Sus ojos brillaban ante tanta hermosura que pudo ver.

—¿Joven? ¿Ya salio de sus tontos pensamientos?

—¿Ah...?– espetó baboso. Cuando por fin pudo captar que estaba haciendo el ridículo, se dirigió al profesor levantandose del asiento.— Disculpe... Mi nombre es Bill, Bill Trümper, tengo quince años y... y... y...– removió sus manos, quedándose mudo de palabras. Una risita baja escapo de su compañero.— me gusta la música.– improvisó nervioso.

— Ay, estos muchachos.– se quejó.— Bien, sigamos con usted señorita.

Uf. Eso tuvo que ser vergonzoso. Bill cayó sentado y abrumado en su silla. Poco duró para girarse al muchacho de ojos marrones y labios rosados como la fresa.

— Gracias...– murmuró, sintiéndose tranquilo de saber que fue el quien lo puso en la tierra.

— No hay de que, estate atento para la próxima que esa si no te salvo.– sonrió entre dientes que resaltaron entre brillos por lo blanquecino que eran.

— Seguro...

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Era como si el mundo lo tratase como lo peor. Las piernas de Bill temblaban demasiado en una dicha espera a la nueva parada de tren. La noche ya caía y era como si ese largo transporte se indignada a aparecer.

Están locos, yo no pienso esperar tanto.– se dio la vuelta, dispuesto a marcharse e ir a pie a su casa.

—¿Tan rápido te cansas? No quiero ni imaginar como será en los exámenes bimestrales.

Bill detuvo su paso al escuchar la voz tan familiar que le hablaba. Rápidamente se dio la vuelta, encontrándose con ese tipo que lo habia salvado de una humillación, el mismo que ni su nombre sabía, sentado en unas bancas.

—¿Me has seguido?

— No,– se reincorporo de la banca, dirigiendose a vagos pasos a la persona.— esta también es mi parada. No creas que todo gira a tu alrededor muchacho.

— Claro que no. Pero no pienso esperar más a que llegue el tren, me duele las piernas ¿señor...?

— Tom, Tom Kaulitz.– respondió por él. Bill asintió y apretó los labios.

Tu eterno regreso | Toll |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora