003

203 25 25
                                    

—¿Estas seguro que no llego?

— Si Gustav, tranquilo, ese idiota aún no llega.

Aun escondido, escuchaba la conversación, ahogándose su dolor en el pecho.
Bill acercó su cabeza un poco fuera del sillón, obervandolos, mirando como Tom lo besaba. No podía verlo ya que el tal Gustav estaba delante de Tom, cosa que no permitía verlo a Bill.

— Adiós, mañana nos vemos.

— Adiós amor.– se despio el rubio. La puerta se cerró, y fue cuando Bill se encogió aún más. Noto como Tom se iba a la habitación otra vez, cerrando la puerta detrás suyo. Suspiro un par de veces, tomo aire y limpio sus lágrimas. Con algo de pabor de ser visto, se levantó en puntillas hacia la puerta, rogando que su esposo no saliera de la habitación. Cuando llegó, sujeto la manija, y fue cuando pensó. Apretó más fuerte, con la mirada roja puesta en un punto fijo de la madera, pensando en sí era lo correcto, o si prefería seguir comiendo del engañó.

Oh... ¿Por qué Bill escogía lo peor?

Tan solo abrió la puerta para volverla a cerrar, simulando que recién acababa de llegar. Se puso firme, sin mostrar un rostro muerto y decaído. En apenas unos segundos Tom salió de la habitación, sin camiseta y con el botón del pantalón suelto. Sonrió.

— Llegaste.– se acercó. Bill apretó sus puños al lado de su cuerpo cuando fue cubierto por los brazos de Tom, esos mismos con el cual acababa de cubrir otro cuerpo. Ya no sentía ese mismo calor, ese mismo abrigo, los brazos de su esposo ya no eran su lugar seguro, ya no...

—¿Como te fue? ¿Compraste algo?

— No, estaba ahorrando para el viaje.– Tom rodó los ojos. El menor se sintió cohibido ante el gesto.

—¿Sigues con eso? Sabes que no iremos, no por ahora. Mejor gasta tu dinero en ti.– beso la mejilla blanca del pelinegro.

— Entiendo, ya entendí...– apretó los ojos y los labios para evitar que sus lagrimas cayeran.
Tom, al verlo, fue bajando su mano hasta la cintura de su esposo, asustandolo. Bill abrió los ojos e interpuso su mano en la de Tom. Amba pareja se miró, una mirada pervertida surgió de Tom, una mirada de exitacion, y por otra parte... una mirada de miedo.

— La noche es larga ¿No crees, Bill?

— No estoy de ganas...

Y claro que no estaba de ganas, habían muchos motivos, había visto demasiado.

— Creo...– Aserco su cabeza al cuello de Bill, besándolo y arrancando un quejido de su pareja.— Creo que hay que acabar lo que no pudimos terminar ayer.

Esdrujo sus manos e el trasero de Bill, dejándolo sin movimiento y asiendose él, el encargarte de los pasos que iban dirigiéndose a aquella habitación en donde había hecho el amor con su amante.
Bill no quería hacerlo, se negó mil veces, pero fue Tom quien lo obligó, lo tiro a la cama, en la misma en donde había manchas de otra persona. Simplemente era asqueroso para Bill hacerlo ahí, hacerlo con Tom, pero sin embargo, no se quejo lo suficiente, y dejó su grito muy lejos de ellos, soltando un solo y simple silenció.

Había un millón de razones para dejar a Tom, pero Bill siempre buscaba una para quedarse...

{♡}

El moreno dejó los platos de frutas en la mesa, para poder desayunar con Tom. Después de la anoche anterior se sentía fatal de dolor, tanto interno como externo.

— Esta muy bueno, gracias amor.

— Denada, sabía que te iba a gustar.– solto una sonrisa. Bill se sentó al lado de Tom, sujeto su tenedor y llevó un pedazo de frutilla a su boca.
El silencio se adueñó del lugar, con unos simples ruidos del metal del cubierto resonando con la cerámica del plato.

Tu eterno regreso | Toll |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora