Helen

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Te encuentras en el segundo piso de tu casa, quieres salir sin despertar a nadie. Sales por la ventana. Un crujido que no escuchas se produce hasta que llegas al suelo.

Piensas que las calles están vacías, apenas hay un hombre que se esfuma en una esquina y un perro paseando con su dueña. La noche comienza a difuminarse, los faroles a apagarse. Te sientes mareado, a veces el mundo se distorsiona, los sonidos no vienen de donde parecen, las luces no están donde tus ojos brillan, tus pasos son rectos pero te vas hacia un lado.

Llegas a la tienda, habías tomado dinero de la cartera de alguien que dormía en la habitación de tu hermana, donde pasaste toda la noche espiando a las personas de la fiesta. No comprendes lo que te dice el cajero, pagas y te vas con la leche.

Quieres llamar a tu padre, olvidaste tu móvil. Intentas llegar a casa lo más rápido posible pero te pierdes en el camino y llegas al anochecer.

Los faroles vuelven a encenderse. No llevas tus llaves encima, escuchas a tu móvil sonar casi sin interrupción dentro de la casa mientras tratas de encontrar la manera de entrar. Crees que todos siguen dormidos porque nadie atiende el timbre.

No sabes cuándo llegará tu padre. Sentarse en la entrada al lado del cartón de leche es la mejor opción por el momento.

Escuchas la cadena, era el mismo perro de ayer paseando. Mientras tanto intentas recordar tu nombre, no lo recuerdas, ni el de tu padre ni tu madre, pero sí el de tu hermana, Helen. También recuerdas un odio incontrolable en el funeral de tu madre. El odio te consume, pero hoy te sientes más fuerte que eso. Aprietas tus puños, necesitas el móvil.

Escuchas algo en la ventana por la que saltaste, una persona está intentando bajar desde el segundo piso de la misma forma que tú, pero escuchas un crujido y el chico cae. Alguien más está abriendo la puerta e instintivamente te escondes, pierdes de vista al chico que estaba en el suelo.

Mientras permaneces oculto, sientes los latidos de tu corazón en tus tímpanos, no dejas de temblar, no parpadeas ni parece que puedas aguantar tu respiración por mucho más. Pegas un salto y sales corriendo. Te detienes.

Un hombre te llama, no pareces reconocerlo del todo pero algo te dice que no representa ningún peligro y al fin te tranquilizas. El hombre te vuelve a llamar.

—La leche, ya la tengo y recién ordeñada. Es tu favorita. ¿Quieres un poco?

Estas palabras parecen calar en tu cabeza. El hombre logra captar toda tu atención y entras a casa con él. Olvidas para qué querías el móvil, tampoco te importa.

No sabes qué día es, qué hora es, dónde estás, ni siquiera te planteas estas preguntas. Puedes reconocer un salón, en el centro hay una mesa donde una chica permanece de pie. Tú y el hombre os sentáis en un sillón. Ves como la chica se mete cucharadas de algo viscoso, no sabes que es, la expresión de la chica tampoco te dice nada. El hombre te habla.

—Entonces, ¿no sabes qué fue del chico?

No dices nada. El hombre se pasa las manos por la cara como si quisiera quitársela por un momento, pero se detiene a sí mismo y baja las manos. Se acerca lo suficiente para que puedas ver sus pupilas cambiar de tamaño.

—Debo cobrar a alguien lo que me robaron. Tu eliges, ¿a quién castigo?

Señalas a la chica. El hombre parece de acuerdo pero te advierte que es el último vaso de leche por hoy.

El hombre se dirige a la chica.

—Bien, vamos rápido. Traga eso y dime, ¿ya recuerdas lo que hiciste?

No hay respuesta. El hombre pega un gran suspiro, como si de verdad se quedara sin aire. Se levanta del sofá y te señala.

—No pares de comer hasta que él te diga. Y hasta que recuerdes, vamos a seguir con tu rutina.

El hombre cuenta sus pasos en voz alta. Te acercas lentamente a la chica y te sientas a su lado. Disfrutas de tu último vaso de leche mientras observas a Helen con una sonrisa. 


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