PARTE 4 (FINAL)
En la mañana, Juan se levanta con la mano vendada. La anciana lo llama a que se siente a desayunar. Ya en la mesa, ella le rellena el vaso de té. Juan se siente mucho más tranquilo esa mañana, algo renovado, incluso la anciana se ve muy diferente de ayer, su rostro tiene color, su sonrisa, y habla con naturalidad. Hablan de cosas mundanas y de vez en cuando se parten de la risa. Luego la anciana le menciona lo de ayer, lo de la abuela. Con una tranquilidad que no sabía que tenía, Juan le revela que es por su culpa que el ambiente de su hogar sea pésimo, o más bien nulo. Le dice que no quiere meter en problemas a sus amigos, no sabían lo que hacían, pero tampoco quería ver a su padre destrozado con la verdad. Ella se limita a escuchar y asentir con un «humm» de vez en cuando. Al terminar de hablar, la anciana recoge los platos y le dice que lo mejor que puede hacer es decir la verdad.
Fuera del hogar, Juan le da un abrazo al niño, agradece la amabilidad de la anciana y se despide. Ni bien se aleja un camión se detiene a su lado, un hombre le pregunta si quiere que lo lleve, él acepta.
Juan llega a su hogar, sube hasta el segundo piso y abre la puerta. Lo primero que le sorprende es la poca luz que entra con todas las ventanas cerradas, luego ve a su padre sentado mientras bebe cerveza. Él toma un trago y le dice que su madre lo estuvo buscando, toma otro trago, que ella habló con todos sus amigos pero nadie sabía nada. Continuó bebiendo sin agregar nada más, ignorando la presencia de su hijo. Juan va abriendo las ventanas una por una, preparándose para confesar. Su padre termina la botella, Juan trae otra y le dice que nunca le dijo la verdad sobre la abuela, quita la tapa. La verdad, hace una pausa, la verdad es que una noche solitaria un grupo de locos le intentaron intimidar, él supuso que querían robarle pero no se lo creyó del todo. A modo de prueba, les dijo que si son tan locos vayan y le den una paliza de muerte a una señora que apuntó con el dedo. Lo que él no se esperaba es que el grupo acatara sus órdenes con extremo rigor, por lo que él salió disparado de ese lugar. No supo hasta el día siguiente que esa señora era su propia abuela, y agregó que tampoco había vuelto a ver a esos hombres. Así finalizó su relato y a la vez su padre la botella. Lo que nunca supo Juan fue que el día de su aventura, mientras su madre lo buscaba, uno de sus amigos se acercó a su padre. Al igual que él, el chico también le confesó la verdadera historia de lo que pasó con la abuela. Una verdad no tan distinta de la de Juan.
Una vez las vacaciones de verano se terminaron, Juan regresó al instituto. Todos los días se ponía su uniforme olor a lavanda, se llevaba el bocadillo de pollo que le preparaba su madre, y salía de clase con sus nuevos amigos. Así fue hasta que su padre tuvo un accidente automovilístico. Pero la rutina seguía siendo prácticamente la misma: sacudía su uniforme y se vestía, preparaba su propio almuerzo, y salía de clases todos los días a la misma hora. Aunque desde que un rumor se extendió por todo el instituto, TODO, como una plaga, no se le vio más con sus amigos. Tampoco estaba solo, siempre había alguien que lo estuviera masacrando —su palabra favorita— a palabras o a golpes, e incluso él mismo decía que se lo merecía. Con el tiempo el rincón, en donde se acumulaban las hojas de los árboles y el olor a pis, se volvió su lugar más concurrido. Allí, en ese rincón del instituto, solía dibujar, como si calcara fotografías, el mejor día de su vida, al duendecillo y a la vieja, a su gran aventura, y la última.
Él sabía lo que había pasado, lo sabía todo, pero no dijo nada, y así fue hasta su muerte.
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Comentarios sin destino
RandomPequeños relatos que guardo aquí para que no desaparezcan sin más.