Regalo de cumpleaños.

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Para Charlie sería muy fácil responder cuál es su día favorito del año.

El único día en que podía divertirse como a ella le gustaba. Dónde podía ser completamente ella misma, tenía el control completo, dónde los demonios la veían con miedo.
Porque debían tenerle miedo.

¡Era el día más divertido del año!

El día de hoy sería oficialmente el tercer año, desde que sus padres le dieron el mejor regalo de cumpleaños que podría haber imaginado.

Su sonrisa se hizo más grande cuándo vió al siguiente grupo de demonios corriendo aterrorizados de ella mientras volaba por el cielo del infierno.
Amaba ese sentimiento de adrenalina que recorría su cuerpo desde sus alas mientras volaba. No podía esperar más, así que descendió, preparando su tridente.

Aún recordaba perfectamente cuándo sus padres habían entrado a su habitación para decirle sobre el trato que se pensaba hacer con el infierno.
A Charlie no le interesaba la otra parte del trato. Sólo sabía que la condición sería que, una vez al año un grupo de ángeles entrenados bajarían para exterminar el mayor número de demonios posibles. Algo sobre controlar el número de población o lo que sea. Charlie no preguntó detalles, ni siquiera tenía idea de por qué se lo estaban contando a ella.
Pero entonces, su padre se lo dijo: querían que ella fuera la líder. ¡Ella!

Charlie había heredado el tridente de su papá después de pedirle llorando de niña que le enseñara como usarlo. Amaba tener algo que hacer que no fuera pasear por ahí con un montón de ángeles diciéndole lo hermosa que era. Su papá siempre le había dicho que al ser el líder de los serafines y su madre la primera mujer, ella debía de mostrar ser un ejemplo para los demás. Un modelo a seguir.

Y lo odiaba.

¡Okay! Lo entendía, pero lo odiaba.
Lucifer también sabía eso, sabía que Charlie no era feliz con esa vida, ella necesitaba emoción, intensidad. Estaba cansada de sólo ser la perfecta hija de Lucifer para los ángeles.
Así que le dió un lugar dónde podía ser ella misma y ser quien diera las órdenes.

Charlie soltó una carcajada mientras sacaba el tridente del último demonio. Con una sonrisa de orgullo, le dió un giro en el aire para atrapar su arma con agilidad.

Se miró los guantes.
Sin manchas.
¡Perfecto!

Reunió a un grupo de ángeles, que poco a poco fué haciéndose más grande - un grupo sólo de mujeres a petición de Charlie - que compartían el mismo espíritu y pasión que ella para que pudieran crear un ejército implacable.
¡Eran sus chicas!

Por supuesto que, nadie en el cielo sabía de ésto más que los serafines, no podían permitir que la confianza de los angeles se viera afectada por eso. Esa fué la única condición que le dieron a Charlie.
Nada de hablarlo fuera de los entrenamientos.
A Charlie le pareció bien, y ninguna otra exorcista pareció quejarse de eso.
Para los demás ángeles, ellas sólo eran unas valientes guerreras que entrenaban en caso de que hubiera alguna amenaza al paraíso.
¡Que montón de imbéciles!

Charlie volteó a ver el reloj que los demonios amablemente habían colocado en el centro de su ciudad, que indicaba cuándo terminaba el hermoso día del exterminio.
Tres minutos para el fin del exterminio anual.
Sonrío, riendo por lo bajo al ver la cuenta regresiva, había Sido tan divertido como siempre.

Abrió sus alas, levantándose del suelo de un salto, saliendo de las calles para poder ver mejor a sus chicas que disfrutaban de su tarea en cada parte del pentagrama y levantó su dedo índice hacia el cielo, creando fuegos artificiales que podrían ver todas como siempre, indicándoles que era tiempo de irse.

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