Hace unos años, conocí a una mujer, una mujer hermosa. No, perdón, no la conocí. En realidad, no sé quién es, solo la observé de lejos, y cuando finalmente reuní el valor para acercarme, se desvaneció como un sueño que no puedes retener.
Este pensamiento me ha perseguido por poco más de nueve años. Hoy tengo 32, pero la vi cuando aún era un joven lleno de ilusiones. En ese momento, fue como si el mundo se detuviera. La encontré, o al menos eso creí. No buscaba a nadie, pero al verla, sentí que la había esperado toda mi vida. Fue una visión que aún me quita el aliento: ella en la barra, con un vestido negro ceñido, delineando cada curva de su cuerpo. Su espalda estaba completamente expuesta, el vestido se abría en una V que terminaba justo en la gloría, parecía hecha para tentarme.
Cuando se dio la vuelta, sentí que el aire se escapaba de mis pulmones. Frente a mí estaba la mujer más fascinante que había visto en mi vida: un escote suelto que caía de forma sensual, su cabello rubio y ondulado enmarcaba un rostro de ensueño, sus labios carmesí eran irresistibles, y en su mano, una copa de vino que apenas tocaba sus labios. Sus ojos, de un verde profundo, buscaron entre la multitud y, en ese instante, se encontraron con los míos. Fue un instante que me marcó para siempre. Mis manos temblaban al sostener mi bebida mientras sus ojos me recorrían, llenos de una intensidad que jamás olvidaré. Ella sonrió, solo un poco, pero fue suficiente para hacerme perder el sentido. Tomó un sorbo de su copa y, cuando me di cuenta, mi deseo por ella era irrefrenable.
Me levanté decidido a seguirla, a hablarle, a no dejar que esa conexión fugaz desapareciera. Crucé la multitud, con el corazón latiendo rápido, con el fuego de un deseo que me consumía. Pero la perdí. La perdí en medio de esa gente, como si nunca hubiera estado allí, como si fuera solo una visión.
Nunca la volví a ver. Mandé a buscarla, pero nadie supo nada. Nadie pudo darme una pista. Tenía veintitrés cuando la vi por última vez, dos años después de ese encuentro, y no podía dejar de pensar en ella. No sabía su nombre, pero la necesitaba. Tenía que encontrarla. Mandé a hacer un retrato de ella, una pintura grande que colgué en el centro de mi sala. Y no me conformé con uno, hice ocho, tal vez más. Cada una capturaba un ángulo distinto de esa imagen que guardo tan vívida en mi mente. Los colgué en el pasillo que me lleva a la sala, de manera que cada vez que paso por ahí, me sumerjo en su recuerdo.
Cada vez que veo esos cuadros, mi mente regresa a esa noche. Me detengo a pensar en su sonrisa, en esos ojos que me atravesaron, en su figura que parecía llamarme como una pantera que elige a su presa. Nunca me había sentido tan débil y tan hambriento a la vez. Le puse un nombre: “Sol”, porque esa noche, en medio de la oscuridad, ella fue como un sol de primavera que me deslumbró. Era imposible ignorarla. Siento que me vuelvo loco pensando si fue real o si solo la soñé. Mi corazón se consume por saber quién es, por conocer su nombre, por tocar su piel y confirmar que era de carne y hueso. Pero... ¿y si no lo era? ¿Y si solo fue una fantasía que mi mente creó para atormentarme? Quisiera tener una prueba de su irrealidad para poder renunciar a ella, pero no puedo. No puedo olvidarla. No puedo dejarla ir...
Ella es inolvidable. Si el destino me da otra oportunidad, juro que no la dejaré escapar. No la perderé de nuevo.
Nueve años después, me encontraba frente a la pintura, con las manos en los bolsillos, observando cada detalle de esos trazos que nunca envejecen en mi mente. Podría pasar horas viéndola, perdiéndome en el recuerdo de sus ojos, de esa piel que parecía prometerme el paraíso.
Ran: Deja eso ya, agarra tus cosas y vámonos. —Lo miré, como despertando de un sueño.
Rindo: ¿A dónde?
Ran: ¿A dónde más, hermanito? Pues con Mikey, tenemos trabajo. —Suspiró—. Deberías guardar esa cosa en tu cuarto. Cuando las chicas vienen y ven eso, piensan que estoy loco por dejarte con esos pensamientos... —Tomé mi saco del sillón a mi lado y caminé hacia él.
Rindo: No están mal. —Pasé de largo sin mirarlo.
Ran: ¡Oye!
Rindo: Lo cambiaré cuando regrese. Y no se llama "cosa", se llama "Sol", ¿entendido? —Caminé hacia la puerta y salí, escuchando a Ran quejarse detrás de mí.
Subimos al coche y Ran condujo. Nuestra casa está muy lejos de la ciudad, por razones que prefiero no compartir literariamente pero apuesto que conocen muy bien. Es un lugar escondido, seguro. No es que estemos huyendo todo el tiempo, pero mantener las apariencias es clave. Tenemos departamentos, negocios, lujos, pero esa casa... esa casa es la única en la que puedo estar a solas con mis pensamientos. Mi departamento es acogedor, y suelo quedarme ahí gran parte de mi tiempo, ahí está la copia de la misma pintura que tengo en la sala de mi casa, que más bien es casa de mi hermano y mía.
[Flashback]
Pintor: Es una hermosa mujer, señor.Contraté a un pintor experto. Aunque el hombre ya es mayor y sus manos tiemblan, cuando toma el pincel, lo hace con una precisión y delicadeza casi mágicas. Disfrutaba de cada trazo que daba en ese matiz blanco, como si danzará con él pincel.
Pintor: Si no es indiscreción, ¿puedo saber el nombre de la chica? —Guardé silencio.
Rindo: No lo sé. —El pintor me miró sorprendido—. Nunca le pregunté su nombre. Desapareció como un sueño.
Pintor: Ya veo —guardo silencio poco después—. Entonces… ¿Cómo quiere llamar la pintura?
Rindo: Tampoco lo sé. —el pobre hombre una vez me miró sin remedio.
Pintor: ¿Por qué no piensa en lo que esa mujer significa para usted? ¿Qué le hace sentir? —Giró la pintura y me la mostró—. Es hermosa, deslumbrante... debe ser alguien que dejó una marca profunda en su ser. Un sueño que parece real pero su corazón arde al recordar.
Rindo: Sol. — declaré y el pintor sonrió.
Pintor: Un sol de primavera, deslumbrante y hermoso. Es perfecto.
[Fin del flashback]
Cuando llegamos a las oficinas de Kokonoi, entramos. Como siempre, Koko ya tenía todo organizado. Sanzu y Ran no pudieron evitar reírse de las absurdas reglas que Koko había establecido para nuestro próximo viaje, pero algo dentro de mí ya no encontraba gracia en nada de eso. Mi mente estaba lejos. Lejos de todo lo que había sido mi vida hasta ahora. Mientras ellos hablaban, yo solo podía pensar en ella... en la mujer que nunca conocí pero que jamás pude olvidar.
Soy diferente a las personas que me rodean. A mis "amigos", incluso a mi hermano. He madurado con los años, cambié por fuera y por dentro, pero hay algo que sigue igual. Todavía pienso en su rostro, en sus ojos, en ese breve instante en que nuestros mundos colisionaron.
Con un cigarrillo entre los dedos, llamé a uno de mis contactos.
Rindo: ¿Alguna novedad?
— Mujer de 33 años, nombre Seri Mee, japonesa, vive en la calurosa Shibuya, calle 29, edificio 11, departamento 39. Mide 1.66, tiene dos hermanos, está casada y tiene dos hijos. —Suspiré, sintiendo un vacío en el pecho.
Rindo: ¿Seguro? Parecía de mi edad, si no que más joven.
— La encontramos con un 78% de compatibilidad.
Rindo: ¿Revisaste las listas de la fiesta?
— De pies a cabeza, señor. No hay ninguna mujer con esas características, solo Seri. Pero no es rubia natural.
Rindo: Consígueme una foto de ella y de sus hijos. Quiero verla antes de tomar una decisión.
— Como diga, señor.
Colgué la llamada y apagué el cigarrillo. Dejé la colilla en el cenicero y suspiré, sintiendo el peso de los años y de un deseo que, con cada día que pasa, parece volverse más inalcanzable.
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las raices del peligro. Rindo Haitani
Fiksi Penggemar(hermanos Haitani #2) ¿Quien diría que así sucederían las cosas? Sin conocerte. Sin conocerme, solo dos extraños que ocultan sus secretos, que ocultan sus miedos... No voy a mentirte. Tengo miedo a lo que el futuro me espera, lo que pasara mañana m...