Capítulo 6

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Lo primero en observar mis ojos, fueron luces de la ambulancia y un minuto después paramédicos que intentaban controlar mi pulso.

Fue mi primera sobredosis a los diecinueve años después de un concierto en Costa Rica que casi me cuesta toda mi carrera.

Estaciono el auto frente a la iglesia donde puedo ver a algunos jóvenes que van entrando, uno tras otro, dándose empujones en juego... Sé que es un poco tonto que lo piense, pero me alegro de no estar junto a ellos, no me gusta mucho el contacto físico con las personas. No me puedo imaginar que alguien me empuje.

¿Podrá Jesús cambiar eso en mí?

Estuve practicando una alabanza hasta la medianoche ya que quiero sorprender a Esther, espero haber aprendido bien la letra aunque hubo un momento donde pude cantarla sin trabarme, ventajas de tener la mitad de mi vida trabajando en la música.

Entro al templo sin necesidad de abrir las puertas dobles que se encuentran abiertas de par en par, al final del pasillo está el equipo de adoradores afinando los instrumentos. 

Siempre he sido alguien poco temeroso en lugares con personas desconocidas, pero ciertamente me cuesta socializar con los hermanos de la iglesia. No entiendo este sentir, pero seguro se debe a que nunca me imaginé que conocería a tales personas.

No veo a Esther por ninguna parte, lo que me provoca un frío en las manos que tengo que meterlas bajo el bolsillo de mi sudadera, pronto un chico que es el baterista deja el instrumento y se acerca a mi lado con una sonrisa amistosa.

Aquí viene...

—Hey, ¿nueva criatura? Sí, puedo entender ese sentimiento desentirte fuera de lugar. Me pasó cuando llegué a esta iglesia. —Es alto igual que yo, somos del mismo tamaño de hecho, tiene uno de esos peinados que se hacen los de cabello azabache, ya saben, la uno con degradado abajo y arriba la melena para atrás, es cool, pero no es mi estilo—. Mi nombre es Lemuel, el baterista.

Mi baterista era un musculoso con tatuajes de Pink Floyd muy diferente a Lemuel. A veces creo que soy muy observador.

—Isaías Leigthon, un placer —debo estirar mi brazo—. Bueno, sí. Es genial que alguien pueda entender, todavía no había tenido el tiempo para conocerlos a todos.

—Sí, sabemos tu nombre como medio mundo —dice en broma, lo que provoca que levante un ceja—. El grupo todavía no cree que el Señor nos haya traído a la voz de oro estadounidense.

—Bueno —hago un gesto parecido a una sonrisa—. En realidad, soy español. Pero sí soy ciudadano americano, no sé si eso cuente.

—Dime tú, ¿te sientes cómodo en Brooklyn?

—Eh, sí. Desde que comencé mi carrera musical vivo en Brooklyn.

Él asiente y dice:

—Eres uno de nosotros, Isaías. Y mejor todavía, eres del Señor. Te estábamos esperando, Esther llegará dentro de un rato. No tenemos guitarrista desde hace dos años y medio, ¿tocas, además de cantar?

—Claro que sí, de hecho, comencé tocando la guitarra en bares de Manhattan por la noche.

—Bien, esa no me la sabía. Ven acompáñame, te presentaré al grupo de alabanza... —comienza presentándome a dos coristas, Isabella y Astrid, Liam el bajista, Dave el pianista y—: Elisabeth, ella toma el puesto de Esther cuando tarda como hoy.

—Hola, Isaías. Sí, suplo a Esther cuando no puede venir, me ha dicho que viniera, soy su prima.

Siento... decepción. ¿En serio no ha podido venir? Me la pasé toda la noche ensayando para que no viniera. No es que ajuro tenga que escucharme, pero es muy buena compañía, Esther me explica cosas que no entiendo.

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