Capítulo 8: Brunch Dominical

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●8

El sol brillaba suave sobre la terraza del acogedor café en el Upper East Side, donde Kat y yo nos habíamos reunido para un brunch dominical. El aire fresco de la mañana y el aroma a café recién hecho creaban un ambiente perfecto para una conversación amena. Las plantas enredaderas colgaban de las paredes y las mesas al aire libre le daban al lugar un encanto urbano inigualable.

Kat, recién llegada de un viaje a Bali, estaba deslumbrante con un vestido bohemio, liviano y colorido, que contrastaba con su piel bronceada por el sol. Su cabello rubio cobrizo caía suelto hasta sus hombros, y sus ojos negros brillaban con entusiasmo mientras hablaba sobre su reciente aventura.

—¡Bali es increíble! —dijo Kat, tomando un sorbo de su mimosa con una sonrisa radiante—. Las playas son de un azul impresionante y la comida... ¡Ni hablar! La mejor parte fue el templo de Uluwatu. No solo por el paisaje, sino porque... —se inclinó hacia mí con una expresión de complicidad—, conocí a este hombre. Tuvimos una conexión de inmediato, creo que se llamaba Fabian o Paolo, no lo sé, ya no me acuerdo
—dijo, restándole importancia a ese detalle, y yo levanté una ceja con interés. Bien sabía en qué se basaban las conexiones de mi amiga—. Bueno, la cosa es que tuve el mejor sexo de mi vida… —añadió, elevando el timbre de voz, sin poder contener la
satisfacción—. Hasta ahora.

Estaba disfrutando de mi bebida, pero parpadeé sorprendida mientras mis mejillas se sonrojaban ligeramente.

—Kat. ¡Baja un poco la voz! —le susurré, mirando alrededor—. Nos estamos quedando sin lugares donde tomar el brunch, no quiero que me expulsen de aquí, me gusta este lugar, es bonito.

Kat rió suavemente, sin dejar de mirarme con un brillo travieso en los ojos.

—¿Por qué avergonzarse? —dijo, con su habitual tono desenfadado—. El cuerpo humano es hermoso, no veo por qué deberíamos tener tabúes sobre algo tan fascinante.

Curvé los labios en una sonrisa. Realmente no compartía para nada la fascinación tan extrema de Kat por la vida.

Katherine Churchman, con veintisiete años, era una blogger de viajes en la misma revista que yo, con un apartado dedicado a documentar y recomendar destinos. Su trabajo le permitía viajar constantemente; Kat era una aventurera por naturaleza, siempre dispuesta a explorar nuevos lugares y vivir nuevas experiencias. No tenía ataduras y disfrutaba de su independencia. Hablaba con confianza, sin preocupaciones, y su lenguaje era jocoso y directo.

Intentaba escuchar atentamente cada detalle que salía de la boca de mi amiga, con una sonrisa en el rostro y haciendo preguntas de vez en cuando. Sin embargo, mi mente seguía regresando al viernes de manera abrupta. Kat parloteaba sin cesar en un tono emocionado, y aquello era lo de siempre: reunirnos en cuanto ella regresaba a la ciudad y ser inseparables hasta que abordara su próximo destino. No me sentía agobiada al escucharla hablar de sus experiencias; más bien, me fascinaba ver el mundo a través de sus ojos. Pero el beso con Viktor había sido sorpresivo. Bueno, más bien, Viktor me besó a mí.

—Lina, Lina… —me llamó Kat, sacándome de mis pensamientos.

Estaba tocándome los labios distraídamente. Levanté la cabeza hacia mi amiga, quien me miraba con curiosidad.

—Bien, cuéntame, ¿qué pasa? Apenas te sonrojaste cuando te conté sobre el tamaño del pene de Paolo o era Fabricio, no lo sé… y cuando mencioné lo de las pinzas no te sobresaltaste.

Miré a Kat con curiosidad, pero me abstuve de preguntar. Lo último que quería era saber cómo había usado pinzas en la intimidad.

—No pasa nada.

—Lina, ¿de verdad crees que puedes ocultar algo de mí? Fui la primera en encontrarte masturbándote —Kat rió, y yo volteé la cabeza avergonzada.

Bajo la superficie del CEO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora