Capítulo 33: Más cerca

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●33

La luz anaranjada del atardecer se filtraba por los ventanales, tiñendo la ciudad con tonos cálidos que contrastaban con el acero y el vidrio de los rascacielos. Desde mi departamento, Manhattan se extendía como una alfombra brillante de posibilidades y caos controlado.

Lina estaba de pie frente al ventanal, sosteniendo una copa de vino. Sus ojos recorrían el horizonte, pero entre veces su mirada se desviaba hacia su mano. Levantaba ligeramente los dedos, observando el anillo que aún no había podido quitarse. Una ligera arruga de preocupación cruzaba su frente, casi imperceptible, pero lo noté.

Me acerqué sin hacer ruido, deteniéndome justo detrás de ella. Podía percibir el leve aroma de su perfume, mezclado con el del vino. Mantuve una distancia mínima, suficiente para sentir su presencia sin llegar a tocarla.

—Se te ve fantástico —murmuré cerca de su oído, observando cómo el anillo capturaba los últimos destellos de luz del sol.

Ella giró levemente la cabeza, sorprendiéndose por mi cercanía.

—Solo estaba contemplando la vista
—respondió, intentando sonar despreocupada.

Miré hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a ocultarse detrás de los edificios.

—Es una vista impresionante —asentí—. Me mudé aquí por ella.

El silencio se instaló por un momento. Extendí mi mano y tomé la suya con suavidad. Mis dedos recorrieron el contorno del anillo, deslizando una caricia intencional sobre su piel. Sentí cómo se tensaba ligeramente, pero no se apartó.

—Cuando mis padres tenían diferencias de opiniones… mi padre le regalaba joyas a mi madre; él solía decir que las joyas y las mujeres se agradan mutuamente. Que no hay nada que una deslumbrante joya no pueda perdonar —comenté, las palabras escapando de mis labios casi sin darme cuenta, mientras mi mirada seguía fija en nuestras manos entrelazadas, como si el comentario fuera parte de otro tiempo, de otra vida.

Lina me miró, sus ojos buscando algo en los míos.

—¿Tú también lo crees? —preguntó, su voz apenas audible.

Sostuve su mirada por un instante, dejando que la pregunta flotara entre nosotros. En lugar de responder, llevé su mano hacia mis labios y deposité un beso lento en el dorso. Sentí su pulso acelerarse bajo mi tacto.

Me gusta esa sensación. Me hace sentir... en equilibrio.

—Ven, sentémonos —dije finalmente, guiándola hacia el sofá.

Ella me siguió sin protestar, aunque pude notar la mezcla de curiosidad y cautela en su expresión. Nos sentamos, y el ambiente se volvió más íntimo, apenas iluminado por la luz tenue del ocaso.

—Este lugar es... impresionante
—comentó, rompiendo el silencio.

—Tiene sus ventajas —respondí, girando ligeramente la copa en mi mano y observando cómo el vino reflejaba los colores del atardecer.

Ella jugueteó con el anillo, intentando disimuladamente girarlo en su dedo.

—Aún no puedes quitarlo —observé.

Suspiró, frustrada.

—Parece que no quiere salir.

—Quizá no deba hacerlo —dije, fijando mi mirada en ella.

Lina alzó una ceja.

—¿Qué quieres decir?

Sonreí ligeramente.

Bajo la superficie del CEO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora