V. A los buitres no les gusta la muerte, pero se alimentan de ella

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tw: leve mención de violencia





































CUANDO EL EXTRAÑO LLEGA, ¿qué es lo que una madre puede hacer por su hijo? Prepararlo ella misma, darle un último beso y dejar que la tela absorba las lágrimas que caen de sus ojos.

Todavía podía escuchar el crepitar del fuego, el aroma a humo que subía al cielo. La llamas se elevaban, como si quisieran tocar las nubes sobre ellas. ¿Era eso lo que quería su pequeño?, ¿tocar las nubes?

Iba a nacer con el apellido Bolton, pero siempre tendría sangre Targaryen de su madre. Quizá, si hubiera tenido un final distinto, pudiese haber sido un jinete de dragón, uno que no le temiera a las alturas, ni al mal, ni a caer.

Tenía certeza de que su hijo habría sido valiente, fuerte y audaz, y ella lo enseñaría a ser amable y caritativo; ser un buen niño, para que pudiera ser un hombre honrado. Pero estaba muerto.

Había muerto entre sus brazos y Vaella solo podía recordar su piel escamosa, verde y enfermiza. La imagen de su bebé era una mancha roja borrosa que habitaba su mente, pero ella quería verlo de otra forma. Lo imaginaba creciendo, dando sus primeros pasos, jugando, aprendiendo a hablar, a ser bueno con la espada. Pensó también en su apariencia, era claro que iba a tener la piel pálida, porque tanto ella como Rasmus la tenían, aunque todo lo demás era abierto a interpretaciones; ¿tendría el cabello plateado u oscuro?, ¿sus ojos violetas o los azules de su padre?, ¿sería más parecido a ella o a Rasmus?

Podía pasarse el día entero pensando en su hijo, aunque al final se terminaba borrando de su cabeza.

—¿Estás segura de volver? —le preguntó su esposo—, podemos esperar.

—Tienes ocupaciones en Fuerte Terror —contestó sin mirarlo.

Rasmus Bolton no era el mejor esposo ni el mejor hombre. En realidad, no era la mejor persona. Pero nunca había dejado que nadie hablase mal de ella, ni que la miraran de una manera inadecuada, no permitía que se le acercaran demasiado y mandaba maestres cada cierto tiempo para revisar su estado, antes y después de lo que había ocurrido.

Había dejado en su cuerpo cientos de cicatrices de las que Vaella no podría deshacerse nunca, también había fragmentado su alma, la había roto y la había armado de nuevo. Cada vez que lo hacía, dejaba un trozo fuera de lugar. Pero lo apreciaba. Quizá se había acostumbrado a la relación que tenían, a él. Los cortes en su piel le recordarían por el resto de su vida todo lo sucedido en el Norte, el cómo había sido su matrimonio; aunque podían desaparecer. Aquellas que no lo harían serían las que no podían verse, las que llevaba dentro.

Puede que las personas no entendieran nunca su miedo a la oscuridad, porque Rasmus hacía cualquier cosa con ella sin la luz de las velas, quizá no entenderían por qué le aterraba cuando un hombre se alzaba sobre ella, cuando alguien gritaba o el ladrido de los perros, la gente no comprendería el sentimiento que tenía cuando veía buitres sobrevolar los lugares donde iba, ni podrían comprender el cómo, a pesar de todo eso, ella nunca podría odiarlo.

—Acabo de perder a mi hijo —murmuró él—, en un lugar desconocido, en un día en el que se supone sería para celebrar —Vaella lo miró, tenía los ojos cristalinos y el rostro rojo—. Soy un hombre antes que señor, soy un hombre que debió haber sido un padre —ella extendió los brazos hacia él, incapaz de dejarlo solo en el duelo que él también llevaba.

¿Estaba mal el ser buena con la persona que más daño físico le había hecho? Quizá, pero Vaella no podía solo ignorarlo, su propia mente la obligaba a voltear a verlo e intentar recofortarlo.

Illicit affairs | r. targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora