XII. Ante los ojos de los dioses y los hombres

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tw: leve mención de abuso sexual

































LA NIEVE ERA HERMOSA. En Desembarco del Rey no nevaba, o no tanto como lo hacía en el Norte.

Vaella estaba encantada con sentir la nieve contra sus manos, verla derretirse sobre su palma y caer como gotas hasta congelarse de nuevo.

El patio de Fuerte Terror era bastante silencioso, a veces solo llenado por el ruido de espadas golpeadas o siendo afiladas. En realidad, para ella siempre habíamos silencio, por eso, cuando las carretas entraron a desempacar, ella pareció al menos un poco más animada.

Rasmus, su esposo, encabezaba la fila, montado en el corsel negro que lo había acompañado desde hacía muchos años. Vaella lo miró, quedándose lo suficientemente lejos para que él pudiera desmontar sin molestias.

Su esposo bajó del caballo, dio unas órdenes y luego caminó a ella. Por encima de su hombro, Vaella pudo ver a los ciervos cazados siendo bajados y llevados a las cocinas. Según las voces, iba a ser una temporada de crudo frío.

—Esposa —besó su mejilla, tomándola de los hombros.

—Esposo —contestó ella.

Al mirar hacia arriba, las aves negras rondaban en círculos sobre las carretas. Los buitres siempre acompañaban a Rasmus.

—¿Qué haces en el frío? Vamos adentro —la acercó a él y la guió hasta las puertas que daban al salón.

Dentro de Fuerte Terror no había mucho más que oscuridad. Las velas, tan separadas unas de otras, apenas y daban algo de luz. A Vaella no le gustaba estar en lugares donde no hubiese ventanas, temía no poder ver el cielo o la luz del día si se alejaba.

Rasmus, por el contrario a ella, prefería quedarse lejos. Sus habitaciones se encontraban en la parte más oscura y fría del castillo, y la chimenea apenas calentaba el cuarto.

—¿Qué tal el viaje? —él abrió la puerta para dejarla entrar primero, Rasmus suspiró ante su pregunta.

—Cansado, ese maldito de Stark siempre quiere la mejor carne para él —Vaella sabía que estaba hablando de Cregan—. Tuvimos que cabalgar al menos diez millas más solo para encontrar algún buen ciervo.

—¿Cazaste en las tierras de los Stark?

—Por supuesto que lo hice. Él puede hacer su maldito castillo hasta el límite del bosque, pero mientras no pase, esa barrera no existe y la gente puede tomar el alimento que necesite. Si él es tan puro y recto entonces que se muera de hambre —gruñó quitando su capa. Vaella la tomó en sus manos, dejándola donde iba.

Los Bolton y los Stark no eran grandes aliados. Muy a la fuerza la gente de los Bolton se había hecho la idea de que los Stark eran los señores del Norte, pero, para muchos, los Stark no eran más que unos malditos.

Rasmus la enviaba a Invernalia varias veces durante el año, con el propósito de, según él, vigilar a los Stark. Cosa que Vaella nunca hacía, porque Cregan y Lynna eran las mejores personas con las que convivía en el Norte.

—Al menos tendrás lo suficiente para este año, no creo que lord Stark haya cazado tanto.

—No, él prefiere matar de hambre a su gente antes que romper una regla —dijo, sentándose en el borde de la cama—. Sabes, hoy hicieron falta manos.

—¿Es así?

—Uno de mis hombres se lastimó el brazo en la cacería, no había nadie quien lo reemplazara en su labor —Rasmus extendió su mano para que se acercara—. Es un problema recurrente —tomó su mechón marrón entre sus dedos y lo llevó a su rostro para sentirlo—, pero es un problema que no pasaría si tuviera un hijo.

Illicit affairs | r. targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora