XIX. La pena convertida en arte

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RHAENYRA DISIMULÓ el sentimiento amargo que le producía ver a Vaella convivir tan amablemente con Alicent.

La cena ya llevaba rato transcurriendo, los platos se habían servido y las conversaciones viajaban de un lugar a otro. Y, en todo ese tiempo, Vaella no se había dignado ni siquiera a mirarla.

Traía puesto un vestido celeste con hilos plateados, el cabello atado en una trenza sencilla y decorado con tocados y peinetas con gemas. Si entrecerraba sus ojos podía ver una clara imagen de su madre sentada frente a ella.

Había notado que el rey lució sorprendido y nostálgico ante la figura de Vaella entrando por las puertas de madera, destacando entre la oscura y roja pared de piedra con ese vestido brillante.

Intentó llamar su atención, soltando halagos de vez en cuando, o sutiles comentarios referentes a ambas. Sin embargo, Vaella no tardaba en cortar la conversación y continuar hablando con los otros presentes en la mesa.

Incluso Laenor, a su lado, había obtenido más atención que ella, recibiendo halagos ante sus ropas y preguntas sobre su padre, lord Corlys. Todos en la mesa habían recibido palabras dulces menos ella, y eso empezaba a enojarla.

Los postres ya ni siquiera eran dulces, no podía concentrarse en su sabor mientras despedazado el pastelito con violencia ante la imagen de su hermana riendo tan animadamente con la reina, luciendo tranquila y bastante natural, pareciendo que no se percataba de los celos que comenzaban a brotar de Rhaenyra.

Pensó que no era intencional, o que simplemente su hermana quería hablar y relacionarse más con las demás personas de la Fortaleza. Era natural, después de todo. El hecho de estar alejada tantos años la había desconectado de lo que sucedía en la capital. Sin embargo, no pudo evitar notar la pequeña sonrisa engreída que Vaella le dirigió durante la cena.

El cómo ladeó el rostro, la forma en la que sus cejas se levantaron, la extraña mirada que le dio. Fue entonces que Rhaenyra comprendió que Vaella simplemente estaba buscando hacerla enfurecer un poco.

Giró su cuerpo hacia su esposo, comenzando a charlar con él mientras recargaba una de sus manos sobre el brazo de él. Laenor comenzó a contar anécdotas de su padre, cosas que Rhaenyra seguramente había escuchado ya por parte del rey o de su tío Daemon.

Vaella siguió riendo con Alicent, hablando de sus hijos y de la maternidad. Estaba claro que ella no podía interrumpir si no tenía experiencia en eso, lo que la llevó a otro tema con Laenor.

—Deberíamos tener hijos —dijo, deleitándose con el silencio que se formó en la habitación.

Laenor y Alicent mostraron genuina sorpresa, el rey sonrió con la mención y lord Mano, quien también los acompañaba esa noche, mantuvo su expresión serena mientras llevaba una copa a sus labios.

Sin embargo, el mayor deleite para Rhaenys fue ver la sonrisa de Vaella caer. Transformandose en una expresión un tanto más amarga. Eso fue lo que a ella la hizo sonreír. Ella también podía jugar.

—¿Hijos?

—Si, después de todo soy la heredera al Trono de Hierro, debo comenzar con mi sucesión —mencionó, apretando ligeramente el brazo de Laenor.

—Me alegra que estés aprendiendo, hija, que comiences a ver por el bien de tu reclamo —apoyó el rey, ajeno a la intención verdadera de su hija mayor.

Rhaenyra sonrió, dándole a su padre una imagen confiada y segura, que sabía de lo que estaba hablando. Volteó su rostro hacia las otras dos chicas frente a ella; Alicent solo secundó a lo que su padre le había dicho, manteniendo su mirada baja y sin mucho esfuerzo en su voz. Vaella, en cambio, le sonrió.

—Veo que comprendes los bienes del matrimonio, hermana —dijo, cortando un trozo de su postre—, así como comprendes el peso de tu posición. Me alegro por ti, estoy orgullosa —Rhaenyra soltó a Laenor, llevando su copa a los labios.

Se recostó en su silla, luciendo cómoda entre la situación, divertida con el reciente cambio de dinámica entre Vaella y ella. Simplemente levantó su copa, en un signo de agradecimiento ante las palabras de su hermana.

—Empiezo a dejar de ser una niña —comentó—. Ser la heredera es un trabajo bastante cansado, pero, sin embargo, debo comenzar a ver el bien de mi reclamo desde ahora.

—Tal vez deberías dejar de presionarte, después de todo, al rey todavía le quedan largos años de reinado, ¿no es cierto, Su Gracia? —ambas giraron hacia su padre, quien se veía contento.

Rhaenyra quiso reprimir el impulso de reírse al verlo. A veces no se percataba de lo que sucedía, ni cuando pasaba debajo de su nariz. Aunque, al voltear a ver a la Mano, pudo notar que miraba en silencio, con esa expresión aburrida y conspirativa.

—Eso espero —contestó el rey—. Pero Rhaenyra tiene razón, debe comenzar temprano si quiere un reclamo fuerte —dijo, sonriéndole a su hija mayor, mientras desplazaba a Vaella.

—Debe. Pero sabes, hermana, el deber de dar herederos no es solo eso, no tiene que ser solo deber —mencionó, girando la copa entre sus manos—; se trata también de conexión... o placer, lo que te convenga mejor —sonrió.

El rey animó las palabras de Vaella, mientras pedía trajeran más pastelillos para sus hijas y su esposa.

Vaella no lo supo bien, pero esa noche, sus palabras cambiaron no una sino dos mentalidades, e instaló el sutil deseo en las otras dos mujeres en la mesa.

La cena siguió su rumbo habitual. El rey argumentó estar cansado y dijo se retiraría a sus habitaciones; la reina, como su consorte, lo acompañó, aunque no durmió con él. No lo hacían nunca.

La princesa más jóven fue acompañada por un guardia y dos criadas hasta su propia habitación, donde planeaba pasar tiempo con su pequeño hijo, a quien ya todos adoraban.

Rhaenyra y Laenor se quedaron en la mesa en silencio hasta que Otto Hightower se retiró por fin. Solo entonces, Laenor se permitió girarse a su esposa y mirarla extrañado.

—¿Qué?

—¿Pueden ustedes dos solo dormir juntas y ya? —preguntó, logrando sorprender a Rhaenyra.

Estaba claro que ella no era muy buena ocultándolo, pero no creyó que Laenor fuera tan bueno observando como para darse cuenta de lo que sucedía entre ella y su hermana. O de lo que sucedió en la cena.

Balbuceó un poco antes de finalmente cerrar la boca, intentando formular una excusa coherente que rompiera con las palabras de él. No pudo encontrar nada, decidiendo quedarse en silencio un momento.

—No comprendo de lo que hablas —dijo, fingiendo mirar a los detalles de los cubiertos.

—Vamos, digo, no es que no me importe, pero, ya sabes...

—Es a tu esposa a la que le estás hablando —lo interrumpió, expresando falsa ofensa.

Laenor la miró aburrido, diciéndole en silencio que dejara de fingir. Rhaenyra, por otro lado, continuó poniéndole poca atención.

—Es a mi amiga a la que le estoy hablando —tomó su mano sobre la mesa, dándole un apretón comprensivo—. Tú sabes lo que soy, sabes que es lo que me gusta y me dejas, porque sabes que no soy feliz de esa manera junto a ti, ¿por qué entonces te limitas de esa felicidad? —ella no pudo contestar.

De nuevo, permaneció en silencio, observando la sutil sonrisa comprensiva de Laenor. Él era su esposo frente a los ojos de la gente, pero, dentro en su comodidad, era su amigo primeramente.

Habían crecido siendo cercanos, también con su prima Laena, sabían mucho del otro. Y habían logrado llevar bien su matrimonio. Él tenía razón. Ella también tenía derecho a ser feliz.

Los matrimonios que tenía presentes era el de sus padres, el de Vaella y el de su padre con Alicent. Ninguno de ellos iba bien, y uno había acabado fatal. Al menos Laenor le estaba dando la oportunidad de elegir.

Ella sonrió. Al fin podía participar en los pequeños juegos que Vaella empezaba a poner. No era su hermana la única que sabía cómo jugarlos.

Illicit affairs | r. targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora