HABÍA OLVIDADO ESE DOLOR. No recordaba lo que se sentía traer al mundo una nueva vida. Vaella había bloqueado las sensaciones de dolor de aquella noche, quedándose solo con los recuerdos y los sonidos, que herían más que lo físico.
Lynna, a su lado, sujetaba su mano mientras le pasaba un paño húmedo sobre la frente. Susurraba palabras de aliento para ella y acariciaba de vez en cuando su rostro, animándola a seguir.
Las parteras entraban y salían de la habitación cargando toallas y baldes con agua, siguiendo las instrucciones que el maestre les daba.
La sensación entre sus piernas era horrible, intensamente dolorosa. No se atrevía a bajar la mirada para observar, sabiendo que no había nada más que sangre y sábanas sucias bajo ella. Lo que era una escena desagradable de ver.
Se dedicaba a cerrar los ojos, mientras empujaba o incluso cuando estaba descansando. De vez en cuando miraba a Lynna, quien la veía preocupada ante su estado agotado.
—No puedo, no puedo hacerlo —sollozó, apretando con fuerza la mano de su amiga.
—Claro que puedes, lo estás haciendo bien —animó la pelirroja, limpiando el sudor de su frente y cuello.
Vaella negó, temiendo que algo malo sucediera a partir de ese momento. Sus ojos se llenaron de lágrimas y el ya tan conocido nudo de llanto comenzó a formarse en su garganta.
No sentía nada más que un cosquilleo de dolor por todo el cuerpo. Sus piernas se habían vuelto insoportables, el dolor entre ellas era agudo y la recorría de arriba a abajo, recordando su labor.
Recordaba que, alguna vez, la septa en la Fortaleza Roja le había dicho que el deber de una mujer era complacer y dar hijos a su esposo. Era lo natural, un destino que estaba escrito desde el momento en el que había sido ella misma traída al mundo por su madre.
—Me duele, Lynna —lloró, atrayendo a su amiga mucho más cerca, como si eso pudiese hacer que su dolor disminuyera.
—Lo sé, lo sé —acarició su rostro con suavidad—, pero tienes que seguir, ¿si?
—Necesito que empuje una vez más, princesa —habló el maestre. Lynna le sonrió, tomo su mano más fuerte y la animó a hacerlo.
Esa era su batalla, ese era su campo de guerra. Estar en cama de parto, mientras daba a luz a su hijo. Su hijo. ¿O era hijo de Rasmus?
A veces pensaba en eso. En el hecho de que, en la historia, el nombre de su esposo sería más recordado que el suyo, y que el bebé que estaba pariendo no era su hijo, sino hijo de su esposo. Alguna ocasión había pensado que le habría gustado nacer con otra vida, donde todo fuese diferente, donde no tuviera que casarse a la fuerza, o donde fuese completamente feliz. De ser así, ese niño habría sido suyo.
Su cuerpo se relajó en un segundo, sus pulmones exigieron aire y las piernas le flaquearon. El llanto llenó la habitación, lo acompañaban jadeos y susurros. Cuando levantó la cabeza, pudo ver al maestre sostener un pequeño cuerpo entre una sábana.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, el corazón le dio un vuelco y sintió una extraña sensación de nervios en su estómago.
—Felicidades, princesa, usted tiene...
—¿Sano? —preguntó, extendiendo los brazos para que la dejaran cargar a su bebé.
—Un varón sano, princesa. Tiene los pulmones de un toro —dijo, refiriéndose al llanto que daba el niño.
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Illicit affairs | r. targaryen
FanfictionIt dies, it dies, an it dies a million little times Los Negros ganaron la guerra. Las ciudades se pueden volver a construir, los ejércitos pueden volver a hacerse grandes y la reina puede ejercer su derecho. ¿Pero qué se hace con un corazón roto? Rh...