IV. Los muertos también tuvieron sentimientos

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tw: sangre, muerte
































EL DOLOR DE UNA MADRE no era algo que se pudiese arreglar. No cuando la madre es joven, inexperta y cuando es su primer hijo.

Vaella fue llevada de inmediato a sus antiguas habitaciones para ser atendida. Su esposo la acompañó, junto con algunas parteras y uno de los maestres que residían en la Fortaleza Roja.

La habían acostado en la cama para hacerla parir, pero cada vez que se quedaba quieta su dolor incrementaba.

Los maestres del Norte le habían dicho que la mayoría de los abortos sucedían en el primer trimestre del embarazo. Pero Vaella había hecho todo por mantener a su bebé con vida. Había seguido las instrucciones al pie de la letra, desde su alimentación hasta sus hábitos.

Y ahora todo parecía escurrirse de entre sus manos. Su esfuerzo y dedicación habían sido tirados a un lado.

—Necesito que se siente, princesa —oyó decir al maestre.

Podía haberlo hecho, pero no podía soportar el dolor. Le recorría cada fibra del cuerpo que sentía que se paralizaba. No lo soportaba.

—Por favor, princesa —escuchó ahora la voz de una mujer, se oía preocupada.

Intentaba alejar a todos los que se le acercaban, pero no pudo hacerlo siempre. Habían logrado tomarla y acostarla sobre la cama, poniéndose cuatro mujeres encima de ella, sujetando cada una de sus extremidades para que no pudiera levantarse de nuevo.

—¡Suélteme! —demandó.

—Princesa, por favor —le rogó la mujer a su izquierda. Vaella giró el rostro a ella y verla a la cara la enfureció aun más.

—Quita tus manos de encima de mi, tú asquerosa, ¡ah!, ¡voy a mandar a matarlos a todos!

—Denle a la princesa leche de amapola —ordenó el maestre.

—¡Puedes quedarte con tu maldita leche de amapola! —gritó.

El dolor era más fuerte a medida que pasaba el tiempo. Se sentía como una eternidad estar acostada sobre esa cama. Miró hacia arriba en busca de algo que pudiese otorgarle consuelo pero no se encontró con nada más que el techo gris de su habitación.

Rasmus esperaba fuera, por lo que ni siquiera podía aferrarse a él. Las mujeres que la sujetaba estaban más ocupadas intentando que no se moviera y el maestre lidiaba con el parto.

Quería conservar la esperanza. Esa minúscula parte que le decía que su hijo iba a estar bien, que ella también lo estaría. Pero la voz racional sabía que su bebé no nacería con vida.

Quería intentarlo. Había esperado mucho por ese bebé, había dado todo de sí. Ella quería ser madre, una buena. Ser esa figura maternal de la que ella había sido privada alguna vez.

—Hay un problema con el bebé.

—¿Qué?

—Llama a lord Bolton —Vaella vio a su esposo entrar golpeando la puerta casi al instante en el que lo llamaron.

Se veía desalineado y perdido. No la miró por más tiempo del necesario, se dirigió rápidamente al maestre, que susurraba a unos pies del final de la cama.

—Rasmus —susurró en un hilo de voz. El dolor le atravesó el cuerpo sacándole un grito del fondo de su estómago, el sabor amargo del hierro le picaba en la garganta, desgastada de tanto gritar.

Las lágrimas se escurrían hasta mojar las almohadas debajo de ella, estaba segura de que la mancha era grande. No sabía cuándo había comenzado a llorar, o qué tanto lo había hecho, pero sabía que, por la expresión de las parteras, era un llanto horrible.

Illicit affairs | r. targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora