XVII. Jaula de oro

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LA FORTALEZA ROJA no había cambiado en nada. Era igual a como la recordaba, los mismos huecos, las mismas grietas y la misma decoración. Las puertas del castillo se alzaban sobre ella cuando entró su carromato tirado por los corseles más grandes que Rasmus había podido conseguir.

Al pie de los escalones se presentaba su padre, la joven reina Alicent y una que otra criada, y, junto al rey, la figura de Rhaenyra se posaba elegante y cautivadora. Con sus adorados vestidos morados y sus manos llenas de anillos, los collares de oro y su cabello adornado con pasadores dorados.

Era el epítome de la belleza valyria, con su elegancia característica y la sensualidad que parecía emanar sin intentarlo. Se veía divina, postrada prente a ella como un ángel mismo. Su piel pálida, sonrosada por el sol, parecía brillar con la luz del día. Vaella ansiaba correr a ella y fundirse entre sus brazos.

—Permítame, princesa —dijo el chófer al abrir la puerta.

—¡La princesa Vaella Targaryen! —anunció un guardia, de pie junto a ella.

Detrás suyo, bajó la nodriza y la criada que la acompañaban con su hijo. Dalia, la chica más joven, cargaba a su bebé.

—¡Vaella! —sonrió el rey, abriendo los brazos desde su lugar.

Ella sonrió, yendo instintivamente al abrazo de su padre. Olía a hierbas medicinales y a leche de amapola, mezclado con su perfume natural. Él tomó sus hombros y la alejó.

—Mi rey —saludó con formalidad, haciendo que el hombre ladeara la cabeza.

—Que alegría verte —dijo, luego asomó la vista por encima de su hombro—. ¿Y quién es este apuesto niño? —se acercó a Dalia, quien se mantuvo en silencio con una suave sonrisa en su rostro.

—Él es Baelor —dijo, tomando al niño—, mi primer hijo —sonrió. Vio al rey sonreír más grande, y a ella le calentó el pecho.

Había hecho sonreír a su padre, veía un brillo orgulloso en sus ojos cuando miró a su hijo. Le había concedido el gusto de tener un nieto, uno varón. Quizá, por fin, había traído alegría al rey, y él había volteado a mirarla.

—Un niño precioso, sin duda, ¿no es cierto? —Alicent, detrás de él, afirmó su comentario, luego se giró a ella y la felicitó.

La reina había dado a luz recientemente a su segundo vástago, la tercera hija del rey. Lo supo durante su viaje, en el descanso que tomó en Seto de Piedra, hogar de los Bracken. Helaena, la habían llamado.

Eso la puso a pensar, ¿no era malo que Alicent estuviera de pie luego de haber dado a luz tan recientemente? Ella había descansado unas semanas antes de emprender el viaje, sin embargo, parecía que la reina apenas y se había recostado.

Vaella arrulló al pequeño, acercándolo a su pecho cuando notó la intención de su padre de quererlo cargar. No quería ser descortés, pero tampoco quería soltarlo. Era un avance que dejara a Dalia y a Verna, la nodriza, cargar a su hijo.

—¿Dónde puedo instalarme? —preguntó, haciendo que su padre mirase hacia arriba en lugar de a su hijo—, el viaje ha sido cansado y Baelor llora mucho cuando no duerme bien —mencionó, haciendo rebotar suavemente al niño en sus brazos.

—Ah, claro, tus habitaciones están listas donde siempre —mencionó—. Rhaenyra puede acompañarte —dijo, volteando a ver a su hija mayor, quien de inmediato accedió.

Dalia y Verna ayudaron con sus cosas y las de su hijo, mientras ella lo llevaba cargado. Su hermana mayor iba enganchada de su brazo, cuidando que no fuese demasiado incómodo tanto para ella como para el niño.

A veces podía sentirla inclinarse más cerca, acercar con discreción su rostro a su cabello o a su cuello. Ella fingía no darse cuenta, solo para reírse un poco de su hermana.

Rhaenyra abrió la puerta para ella cuando llegaron a sus habitaciones. Una cuna ya armada esperaba justo a un lado de su cama, Vaella puso a Baelor ahí luego de darle un beso. Dalia y Verna dejaron las cosas y se cercioraron de que el bebé estuviera bien, antes de retirarse.

Apenas la puerta se cerró, sintió a Rhaenyra apretarla contra su cuerpo. La respiración sobre su cuello le daba cosquillas, la manera en la que se enganchaba a su cintura hacía imposible que existiese espacio entre ambas.

—¿Me has extrañado? —preguntó, sabiendo por el comportamiento de su hermana cuál era su respuesta.

La mayor simplemente apretó más su agarre, mientras aspiraba con fuerza el perfume de su cuello. Vaella sintió sus labios pegados a su piel, pasando con suavidad de arriba a abajo, en un gesto que denotaba cariño.

Ella acarició su espalda, pasando sus uñas de vez en cuando. Tomó el rostro de su hermana, alzándolo para obligarla a mirarla. Se veía tan indefensa, tan bonita entre sus manos.

—He deseado esto desde que te fuiste —confesó la mayor, inclinándose hacia una de las manos de Vaella.

—¿El qué?

—El verte de nuevo —susurró—, tenerte de nuevo —dijo, levantando su rostro para quedar a su altura natural—. Sueño cada noche contigo —tomó un mechón del cabello de Vaella y lo llevó hasta su nariz, inhalando su aroma.

Vaella acarició el rostro de su hermana, trazando su forma. Rhaenyra suspiró, relajándose entre los brazos de su hermana menor. Ella se acercó, sujetó a su hermana junto a ella y la acercó.

Había ansiado repetirlo desde aquella noche. Pudo sentir su aliento mezclarse con el suyo, su respiración suave mientras miraba los labios de Vaella.

—Princesas —habló alguien tras la puerta —, el rey solicita verlas.

Rhaenyra soltó un suspiro irritado, dejando juntas sus frentes antes de separarse de Vaella, quien parecía divertida con la situación y el desespero de su hermana mayor.

—No te sientas mal, no planeo irme en un tiempo —la animó, dejando un beso en su frente.

—¿Cuánto tiempo?

—El suficiente —respondió, dejando a Rhaenyra más exasperada que antes.

¿Cuánto tiempo era suficiente?, ¿suficiente para qué? La mayor suspiró derrotada, alejándose de su hermana unos pasos, pero sin soltarla del todo.

Vaella abrió la puerta, revelando a un guardia joven que instintivamente bajó la cabeza. Vio a su hermana sonreirle y decirle que irían en un momento, lo que le bastó al sujeto para irse. Ella volvió a cerrar la puerta, acercándose con cuidado a la cuna de su hijo.

El pequeño dormía cómodamente, su pecho subía y bajaba despacio, relajado ante la situación que se desarrollaba en la habitación. Rhaenyra se acercó a Vaella, apoyándose suavemente contra ella para ambas mirar al bebé.

—¿Baelor?, es un nombre distinto al de los Bolton —comentó. A diferencia de Rasmus, el hecho de que fuera ella quien lo decía solo lo hizo parecer como una broma.

—Lynna dijo que la madre tenía derecho a elegir el nombre —respondió, extendiendo la mano para acomodar la frazada de su hijo.

—¿Quién es Lynna? —preguntó Rhaenyra, girando su cuerpo completo para verla bien.

Vaella no la miró, siguió cuidando de su hijo. Pudo sentir a su hermana mayor inclinarse a ella, insistiendo con su cuerpo en una respuesta.

—Lynna Stark, la hermana menor de Cregan Stark, señor de Invernalia —sonrió, por fin volteando a ver a Rhaenyra.

La mayor pareció recordar de quien hablaban. Solo habían tenido poca interacción, así que no recordaba muy bien a la hija menor de los Stark.

—Eso creo —respondió.

Vaella abrió la puerta, donde un guardia estaba de pie frente a ella.

—Llama a Dalia y a Verna, por favor —pidió, recibiendo un asentimiento—. Ella es buena, me visita constantemente en Fuerte Terror —sonrió, haciendo a Rhaenyra ladear la cabeza en confusión—. Ahora vamos, creo que ya hemos hecho esperar mucho al rey —dijo al momento en el que las dos mujeres llegaron a la habitación.

Illicit affairs | r. targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora