XXVI. Un deseo violento de esperar

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SENTÍA SU CORAZÓN a punto de estallar. Apenas podía ver bien con las lágrimas en sus ojos, caminando de prisa por los pasillos, con el rostro enrojecido y la cabeza agachada.

Sus pasos eran incluso más largos y apresurados que de costumbre, deseando de una vez correr lejos del castillo. Lograba ver a los sirvientes voltear a verla, algunos más descaradamente que otros.

Al dar vuelta en uno de los pasillos, su cuerpo entero chocó con alguien más. La figura fornida y alta de sir Harwin se alzaba sobre ella, tomándola por los brazos para evitar que cayera. A su lado, Rhaenyra borraba su sonrisa al verla.

—Vaella, ¿qué sucede? —la escuchó preguntar. Simplemente negó y se alejó—. ¡Vaella!

Sintió el impulso de correr, lejos de las preguntas de su hermana. Quería llegar a sus habitaciones a esconderse, cubrirse con las sábanas y esperar a que el mundo entero cambiara.

Ni siquiera su fe la consolaba, como si los dioses hubieras volteado su rostro para ignorarla y dejarla a su suerte frente a las decisiones y palabras que había cruzado con el rey. Las peleas entre los de la misma sangre nunca eran cosa buena, solo llevaban miseria y desdicha a la familia.

No quería ser ella la causante de los problemas, pero no tuvo opción. Cada palabra que salía de la boca del rey la empujaba más cerca de la orilla del abismo. Deseaba hacerle saber su sentir, incluso si eso terminaba por romperla.

Quería ser reparada. Tomada con amor y rearmada con cada una de sus piezas anteriores. Una pena que ya faltaban varias.

Entró golpeando la puerta, asustando a Dalia y a Verna, que mantenían entretenido a su hijo. Al verla, ambas se pusieron de pie. La más joven intentó acercarse, pero ella la detuvo.

—Mami, ¿estás...

—Dalia, ayuda al príncipe con su equipaje, Verna, organiza el mío —dijo, haciendo que las dos se alejaran. Dalia se llevó en brazos a Baelor, susurrando que todo estaba bien .

Vaella se sentó frente a la chimenea, cubriendo su rostro con sus manos, ocultándolo del mundo entero. Quería desaparecer, hacer de la tierra un lugar mejor, donde ni ella ni nadie sufriera. Un deseo imposible.

Si los Targaryen estaban más cerca de los dioses que de los hombres, ¿por qué no la escuchaban?, ¿sería porque no tiene un dragón? Los dioses no escuchan a quien no habla, y ella no puede hacer que sus gritos lleguen hasta el cielo.

La cadena con forma de estrella sobre su pecho no significaba nada en ese momento. Había sido abandonada incluso por aquellos quienes creía sus salvadores, dejada sola y a su suerte, de nuevo.

Rhaenyra lucía preocupada al entrar, jadeando por aire mientras se apoyaba en la puerta. La menor la miró, y sin embargo solo pudo sentirse más culpable.

¿Por qué siempre debía preocupar a su hermana mayor? Quizá su padre tenía razón, sería siempre una niña pequeña. Pero ahora era distinto, no podía correr y meterse en los brazos de Rhaenyra, hacerla a ella resolver sus problemas y esconderse tras sus faldas.

Le apretó el corazón pensarlo. Si no era ni su madre, ni su hermana, ahora y nunca su padre, ¿quién le quedaba para consolarla?

—¿Qué sucede, Vaella? —preguntó, arrodillada frente a ella, tomando su brazos para quitarle las manos del rostro.

Volteó la cabeza, no queriendo ser vista de esa forma.

¿Qué se supone que iba a decirle? Discutió con su padre, dijo cosas que no deseaba e incluso amenazó con la sucesión del trono, poniéndose ella sobre el derecho de Rhaenyra.

Illicit affairs | r. targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora