XXI. ¿Quién elige la familia si no los dioses?

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LAS LUNAS PASABAN EN PAZ, manteniendo a la Fortaleza Roja con un aire de tranquilidad. Aunque todo tiene un fin.

Vaella había visto más frecuentemente a Alicent en la guardería, mientras ambas cuidaban de sus respectivos hijos. Intercambiaban palabras y apoyo, sonriéndose de vez en cuando. Vaella incluso había dejado a la reina cargar a su hijo.

Había también pasado tiempo con Rhaenyra, contándose los años que no habían estado juntas. Se contuvo de dejar salir a flote sus sentimientos más profundos, escuchando con alegría a su hermana mayor hablar de como su tío Daemon la había mantenido ocupada, haciéndola no sentir tan sola en la inmensidad de los muros rojizos del castillo.

Habían compartido abrazos y caricias, cada una más amorosa que la anterior. Dejando que fuesen sus acciones y no sus palabras quienes hablasen por ellas.

Aunque gran parte de su estadía se veía interrumpida por su esposo, Rasmus, quien, en ocasiones pedía regresara al Norte. Diciendo que habían estado separados por demasiado tiempo.

Vaella claramente mostraba su descontento, pero terminaba volviendo. Más que todo, por su pequeño hijo, quien también tenía derecho de ver a su padre. Era la razón por la que terminaba cediendo ante las peticiones de Rasmus por volver a Fuerte Terror.

Sin embargo, tan rápido como se iba, regresaba. Al parecer a su esposo, aunque disfrutaba de su compañía, le complacía más estar alejado de ella. Y puede que no lo hubiese descubierto si es que no la hubiera dejado ir a Desembarco del Rey ña primera vez.

Baelor, que ya comenzaba a hacer preguntas, cuestionaba siempre por su padre cuando estaban alejados.  Vaella solo intentaba explicar con palabras simples el por qué Rasmus no estaba con ellos; usualmente diciendo cosas como «Está haciendo arreglos en casa», «Él está construyendo algo nuevo». Siempre con una excusa para la lejanía entre ambos.

Rhaenyra, en cambio, cuando podía pasar tiempo con su sobrino, se dedicaba a mencionar a Rasmus como un hombre fuerte y bravo, pero que era en realidad un tonto sin cerebro, lo que hacía reír a Baelor.

«En realidad tu madre necesita alguien mejor, ¿no, pequeño?» le preguntaba cada vez que se veían.

El niño adoraba pasar tiempo con su tía Rhaenyra. Solía también jugar a veces con Aegon en el patio, pero siempre volvía con algún insecto para Helaena, o alguna roca que encontraba bonita.

—¿Tienes un nuevo insecto? —le preguntó a Baelor.

Había dejado a Aegon desde hacía tiempo, cuando el niño mayor se aburrió de jugar y entró de nuevo al castillo.

—Aún no —respondió con un tono triste, haciendo a Rhaenyra sonreír de ternura.

—¿Qué tal si buscamos en otro lado? Los jardines deben tener más insectos, mejor ahora que ha llovido —dijo, agachándose a su altura para poder hablar mejor con él.

El pequeño sonrió, comenzando a correr con rumbo a los jardines. La mayor se quedó viéndolo, mirando su cabello plateado brillando con el sol. Era claramente una copia pequeña de su dulce hermana.

Habían pasado mucho tiempo entre ambas, cuidando a Baelor. A veces, Rhaenyra fantaseaba con que ese niño era el hijo de ambas, aunque era imposible. Sin embargo, su mente se desataba cuando veía a Vaella cargar a su hijo, dando vueltas en sus habitaciones mientras le cantaba para dormir.

Ansiaba tener el poder de decidir dónde debía estar su hermana, entonces le pediría se quedase para siempre en Desembarco del Rey. Junto a ella. Donde tuviesen sus encuentros nocturnos, sus besos y caricias de medianoche.

Illicit affairs | r. targaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora