Dolly estaba paralizada por el miedo, y su corazón se encogió al sentir que aquella voz afligida le resultaba familiar. Contuvo la respiración unos instantes, y caminó despacio, empujando la puerta lo justo para poder pasar al otro lado. Unas escaleras de metal y un oscuro corredor le dieron la bienvenida con un angustioso silencio. Apenas lograba ver el final de la bajada, pero sacó un pequeño llavero adornado con una linterna rosa diminuta. Medio giro en la parte superior, seguido de un chasquido, y un hilo de luz se abrió paso entre la oscuridad.
Una vez abajo, le pareció un sótano como otro cualquiera, con una lavadora y una secadora, una cesta llena de ropa y sábanas aún por lavar, estanterías con herramientas viejas y llenas de polvo, botes de pintura, incluso un horrible reloj de pared con la silueta de un gato negro. Confundida, la niña se dispuso a deshacer sus pasos, hasta que un sonido mecánico le alertó a su espalda. Se giró y apuntó con la linterna hacia el lugar del que provenía el ruido, pero solo había una pared de metal. Se percató entonces de que parecía muy nueva, y desentonaba con los ladrillos antiguos del resto de la sala. Se acercó y las yemas de sus dedos se deslizaron por el frío acero, hasta que un chasquido le hizo sobresaltar y retrocedió unos pasos.
Un pequeño cuadrado metálico se movió hacia arriba, dejando a la vista una especie de teclado numérico que se iluminaba. Estaba tan asustada como asombrada. En ese momento, una cifra cruzó su mente.Desbordante de curiosidad, se acercó de nuevo y, para cuando quiso darse cuenta sus dedos marcaron las teclas 1618033 de manera casi automática. La pantalla se iluminó de nuevo y pasó a mostrar un llamativo color verde, al mismo tiempo que un pasadizo se abría a su izquierda.
Dolly ladeó la cabeza, conteniendo un eco de confusión, ya que no tenía la menor idea de dónde había visto aquellos números, pero por alguna extraña razón, eran la combinación correcta.
En el mismo momento en que quiso cruzar el umbral, un intenso dolor sacudió su cabeza, y su nariz comenzó a sangrar de nuevo. La pequeña dejó escapar un gemido de dolor antes de limpiarse con la manga blanquecina de su pijama. Sabía que su tío le reñiría por manchar su ropa de aquella manera, pero había olvidado su pañuelo en la mesilla de la habitación. Una extraña sensación se clavó en su estómago, aunque eso no le detuvo.
Apagó la linterna, ya que los pasillos estaban perfectamente iluminados con fluorescentes en el techo. Las paredes eran blancas y lisas, y un extraño aroma inundó sus fosas nasales. «Huele igual que en hospital», pensó Dolly inquieta.Se detuvo ante una bifurcación, un enorme letrero marcaba en un extraño idioma qué había a cada lado, pero la pequeña no logró comprender lo que estaba escrito. Le pareció escuchar unos pasos a su izquierda, por lo que optó por el pasillo que había a su derecha, para alejarse del ruido.
Llegó a una puerta de metal donde el picaporte no cedió, aunque Dolly no se sorprendió. Observó alrededor, pero no encontraba nada que pudiera usar para abrirla.
"¡PUM!"
Un golpe brusco sonó detrás de ella y la pequeña dio un respingo. Al darse la vuelta, se encontró a una mujer con bata blanca que la observaba detrás de unas enormes gafas redondas, delante de ella, había un archivador que había dejado caer al suelo. Daba la impresión de estar incluso más sorprendida que la propia Dolly.
La pequeña se quedó inmóvil, sin saber cómo reaccionar, mientras los nervios aceleraban su respiración.
—¿Có-cómo has llegado aquí? —La señora se llevó la mano al bolsillo y se apresuró a marcar un número en su móvil, aunque le temblaron las manos.
—Estoy buscando a mi tío. —A Dolly no se le ocurrió ninguna otra excusa, sin embargo, la mujer pareció ignorar sus palabras y se puso a hablar bastante alterada, en otro idioma, a través de teléfono.
Después arrastró a la pequeña por la fuerza, a pesar de sus gritos y súplicas, hasta una sala donde un hombre con una inquietante máscara negra les esperaba, sosteniendo un rifle en sus manos. Dolly comenzó a temblar, aterrada. Sentía que había visto aquella máscara antes.
—Encárgate de ella —fueron las últimas palabras de la mujer, mientras se recolocaba las gafas, justo antes de salir por la puerta, dejando a la niña a solas con aquel aterrador individuo.
—La curiosidad mató al gato.
El hombre habló con una gruesa y extraña voz distorsionada, puede que por la máscara, y dejó escapar una leve rosa nasal mientras caminaba lento hacia la indefensa Dolly.
—No me hagas da-daño, por fa-favor —tartamudeó la niña al tiempo que retrocedía hasta chocar con la puerta cerrada—. Qui-quiero irme a ca-casa...
Unas lágrimas dibujaron el contorno de sus ojos, y el resto de palabras se atascaron en su garganta.
Antes de que Dolly tuviera tiempo de reaccionar, el hombre sacó un cuchillo y rajó la garganta de la pequeña. Una extraña y ardiente sensación atravesó su cuello, y algo caliente comenzó a resbalar por su cuello. Los ojos de Dolly se abrieron como platos, y sus manos se elevaron entre temblores hasta quedar bajo su barbilla, donde la sangre brotaba a borbotones. Su vestido se tiñó con rapidez de un intenso carmesí, mientras sus mejillas se empapaban con sus lágrimas y las fuerzas abandonan su cuerpo poco a poco.
Su agresor dio media vuelta y se alejó de ella, al tiempo que se quitaba la máscara, pero Dolly no alcanzó a ver su rostro. La niña cayó de rodillas, mientras unos extraños sonidos ahogados escapaban de su boca, en un intento desesperado por pedir ayuda. Todo comenzó a verse borroso, y Dolly se dejó caer sobre el enorme charco de sangre. Ya no lograba ver nada, tampoco sentía más el dolor, sin embargo, en un último esfuerzo, logró escuchar una voz femenina cerca de ella.
—Los errores no están permitidos.
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Los errores de la perfección
Mystery / Thriller¿Qué sucede cuando la muerte no es el peor destino que puedes encontrar? Sumérgete en este thriller sangriento, repleto de intriga, mentiras y terror. Una tragedia familiar, una casa repleta de secretos y mentiras. Esa es la realidad de la joven Dol...