C05: Eco de despedida

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Los ojos de Dolly se abrieron despacio, cegados por un intenso brillo.
—¿Dónde estoy? —preguntó aturdida incorporándose de la cama.
—En tu habitación, como siempre. —La insulsa voz de su tío le provocó un escalofrío—. Te desmayaste cuando bajabas las escaleras para ir a desayunar.
«¿Desayunar? No. No bajé por eso. Fui a ver a...»
Su gesto se congeló en una mueca de terror tras incorporarse con brusquedad de la cama. Sus labios se movieron, aunque ni una sola palabra salió de ellos. Se le cerró la garganta, haciéndole casi imposible respirar. Con un gemido ahogado trató de pedir ayuda.
—Nanny, trae los calmantes —ordenó Jacques con severidad.
—Kam... Kami... ¡AH!
Un grito desgarrador cruzó la habitación, al tiempo que los recuerdos de la noche anterior pasaban por su mente reviviendo el terror.
El ama de llaves consiguió calmarla tras inyectarle un extraño líquido verdoso con una aguja, mientras su tío permanecía impasible junto al escritorio, desordenado los cajones, como si estuviera buscando algo en concreto.
—¿Ka-Kamila está... mu-muerta? —Las lágrimas se abrieron paso, empapando el rostro de Dolly, comenzado a  sentir el cuerpo algo entumecido.
—¿Qué tonterías dices? —intervino su tío malhumorado, como de costumbre— Tienes que aprender a distinguir las pesadillas de la realidad, Dolly.
—¡No fue un sueño! ¡Estaba en su cuarto! Estaba... La cuerda... Su cuello...
Nanny meneó la cabeza hacia los lados, en un gesto de desaprobación, cuando la niña se levantó de la cama para enfrentar a su tutor.
—¡No me mientas! ¡Está muerta!
¡Plas!
La bofetada resonó por toda la sala, seguida por un silencio aterrador. El rostro de Dolly enrojeció al tiempo que le ardía de dolor.
El ama de llaves desvió la mirada y caminó hacia la puerta, inclinando la cabeza hacia delante, sin atreverse a decir una sola palabra.
—No voy a tolerar que sigas inventando esas historias. Sabes perfectamente que Kamila fue trasladada a un hospital privado, donde unos médicos especialistas le tratarán hasta que se recupere.
Dolly dejó escapar un eco de confusión, y sus ojos se abrieron como platos.
—Tuviste uno de tus berrinches antes de cenar, cuando te informamos sobre ello. Te encerraste en tu cuarto sin probar bocado y, esta mañana, te negaste a desayunar. —Jacques hizo una pausa y suspiró—. Nanny fue a tu cuarto para indicarte que Kamila estaba a punto de irse. Fue entonces que caíste por las escaleras. El médico dijo que te desmayaste por una bajada de azúcar.
—¿Kamila se fue? —La cabeza de la niña no lograba comprender tanta información de golpe, no recordaba nada de aquello.
—Gracias a tu comportamiento infantil no pudiste despedirte de Kamila. Ahora está a miles de kilómetros de aquí, y tardará meses en volver.
El tono de su tío era frío como el hielo, al igual que su mirada.
—Pe-Pero yo la vi... Su cuerpo no se movía...
—Tienes que aprender de tus errores —añadió Jacques frunciendo el ceño y chasqueó la lengua—. ¿Cuánto más necesitas para entenderlo?
—Entonces, ¿fue una pesadilla? —Dolly se estremeció.
«No puede ser. Era demasiado real. Sé que lo era... ¿verdad?» Comenzaba a dudar de lo que había visto con sus propios ojos.
Un amargo silencio fue lo único que obtuvo como respuesta.

Aquella misma tarde, en un descuido del ama de llaves, Dolly se acercó al cuarto de invitados. Su tío, que se había marchado por trabajo, le había dicho que no quedaba ninguna de las pertenencias de Kamila allí, que todo se lo había llevado al hospital. Pero la niña necesitaba verlo con sus propios ojos.
«Mi hermana nunca se iría a otro país sin despedirse, aunque fuera por su salud.»
Jacques no parecía haberle mentido, no quedaba nada en aquel cuarto. Los ojos azules de Dolly se atrevieron a mirar hacia el techo, y una sombra de aquella pesadilla le dejó sin aliento unos instantes.
—¿Fue un sueño? ¿Solo un sueño?
Cuando estaba a punto de retirarse para volver a su habitación, un objeto llamó su atención. Estaba medio escondido debajo del armario y se agachó para alcanzarlo, lo reconoció al momento, y su sangre se heló. Era la muñeca de trapo de Kamila. La misma que había llevado la noche anterior en un intento por animarla. No fue lo único que encontró allí abajo, oculto, halló varios metros de cuerda roja, pegados con cinta adhesiva a la parte inferior del mueble.
—No puede ser... —farfulló aterrada, y se cubrió la boca con la mano, en un intento por contener un grito de desesperación.

 —farfulló aterrada, y se cubrió la boca con la mano, en un intento por contener un grito de desesperación

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Los errores de la perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora