C06: El enigma del regreso

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Pasaron los días, después las semanas, y nadie volvió a mencionar el nombre de Kamila. La pobre Dolly tenía absolutamente prohibido preguntar sobre su hermana, y menos aún sobre cuándo volvería a casa. Se sentía sola y perdida, a la par que aterrada. No logró volver a poner un pie en el cuarto de invitados tras aquel descubrimiento, y sabía que su tío escondía algo.
Se mantuvo al margen, aunque sus delirios nocturnos le recordaban el cadáver colgando del techo, incrementando sus ojeras y su temor a cada día que pasaba.

Llegó el invierno, y con él las primeras navidades tras el fallecimiento de sus padres. Dolly observó los copos de nieve cayendo a través de la ventana. El paisaje blanco parecía sacado de una postal, sin embargo, ella no dejaba de ver manchas rojizas por todas partes. Su mente imaginaba sangre, muerte, y las más despiadadas escenas, incluso estando despierta.
Nanny se asomó por la puerta y le indicó que era la hora de comer, y que su tío le estaba esperando en la planta baja.
—Una visita les acompañará en el almuerzo —declaró el ama de llaves antes de dar media vuelta.
«¿Será otro de los extraños clientes del tío?» Un escalofrío recorrió su espalda.

Habían pasado más de tres meses desde la última vez que Dolly había hablado con otra persona que no fueran su tío o Nanny, por lo que le resultó extraño el anuncio del ama de llaves. Dubitativa, descendió las escaleras, sin estar preparada para lo que iba a encontrar frente a sus ojos.
Dolly se quedó paralizada en el penúltimo escalón, con los ojos abiertos como platos, olvidándose incluso de respirar.
—¿Me echabas de menos, hermanita? —le recibió con aquella inconfundible voz, provocando que aquellas palabras se clavasen en el corazón de Dolly, deteniéndolo por un instante que le pareció eterno.
—¿Ka-Kamila?

Todo sucedió demasiado deprisa, Dolly aún trataba de procesar aquella información en su cabeza. Era ella, no había duda, Kamila estaba frente a ella, viva.
Su hermana se acercó despacio, extendiendo su sonrisa, y se inclinó para estrechar a Dolly entre sus brazos. La niña continuaba sin lograr reaccionar, aunque sus latidos aceleraron al sentir el calor que desprendía Kamila, junto con aquel extraño olor que no logró identificar.
—Los errores... no están... permitidos.
Aquella voz no era la de su hermana, a pesar de que las palabras salieron como un susurro de sus labios. Aunque su tío no pareció escuchar nada.
Kamila, en lugar de soltar a Dolly, la abrazó todavía con más fuerza, hasta el punto en que la niña gruñó de dolor mientras apretaba los dientes.
—No dejemos que se enfríe la comida —intervino Jacques con un pie mirando hacia el comedor.
Dolly trató de apartar a su hermana, pero sólo logró que le estrujase aún más fuerte. Empezaba a costarle respirar.
—Tic, tac.
Aquella escalofriante voz susurró de nuevo, justo antes de Kamila le liberase y saliera corriendo detrás de su tío, recuperando.
Dolly dio una enorme bocanada de aire, y quiso retroceder, confundida y aterrada, pero tropezó con los escalones y cayó hacia atrás, amortiguando el golpe con su trasero. Un leve quejido escapó de sus labios.
—¡Qué bien huele! Me muero de hambre —exclamó Kamila recuperando su tono habitual, como si nada hubiera sucedido.
«¿Qué... Qué ha sido eso?» Pensó la niña con los ojos fijos en aquella extraña. «Esa no es mi hermana. No puede serlo».

Dolly apenas abrió la boca durante el almuerzo, mientras su tío y Kamila charlaban con tranquilidad sobre las nuevas clases de baile de la muchacha rubia.
—¿No te duelen las piernas? —murmuró Dolly inquieta, sin atreverse a cruzar sus ojos con los de Kamila.
—Los mejores médicos se hicieron cargo del problema. No debes preocuparte más por eso —esclareció Jacques antes de dar un sorbo a su agua con gas.
—¿Pero te habían dicho que no podrías volver a bailar? —insistió Dolly, dejando ver su preocupación.
—Solo fue un error —intervino Kamila con una sonrisa enorme en su rostro—. ¿No es así, tío Jacques?
El hombre asintió con la cabeza y dio por finalizado el asunto, sin embargo, Dolly notó cómo las comisuras de los labios de Kamila temblaban, sin desdibujar aquella curva que le provocó un escalofrío. Su mirada hambrienta se clavó sobre la pequeña Dolly, al tiempo que sacaba la lengua para lamer el filo del cuchillo.
«Esos no son sus ojos. Tú no eres Kamila».

 Tú no eres Kamila»

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Los errores de la perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora