|Capítulo8|

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Me encontraba en la cafetería, buscando algo digno de comer, cuando mi paz y tranquilidad se vieron interrumpidas por aquel irritante pero querido chico de pelo rosa.

—¡Zoe! —exclamó, mientras ponía sus manos en mi cintura, su rostro iluminado por una sonrisa contagiosa.

—¡Coño, Hinata! ¡Qué susto me acabas de dar! —respondí, tocando mi pecho y sintiendo cómo mi corazón latía a toda velocidad. La sorpresa me había dejado sin aliento.

—Perdón, hermosa. ¡PERO ES QUE ESTO ES UNA URGENCIA! —gritó, haciendo que mis oídos dolieran con su tono estridente. Saltaba en su lugar, moviendo su cuerpo con una energía desbordante.

—¿Qué pasó? —le pregunté, sin poder evitarlo; sus movimientos eran tan frenéticos que resultaban casi hipnóticos.

—¡Ven! —dijo, y antes de que pudiera protestar, se detuvo y tomó mi mano, arrastrándome en una carrera desenfrenada hacia un destino desconocido.

—¡Me voy a caer! —le advertí, ya que iba demasiado rápido y yo no tenía mucha agilidad, que digamos. La sensación de inestabilidad me hacía cuestionar a dónde demonios me llevaba.

Corrimos hacia el patio trasero, pasando de largo una profesora que casi hace caer con nuestra frenética carrera.

—¡NO CORRAN POR LOS PASILLOS! ¡HINATA, YA ESTÁS BIEN GRANDE PARA ESO! —gritó la mujer detrás de nosotros, su voz llena de indignación. Parecía ser una de las profesoras que le daba clase a Hinata, ya que yo jamás la había visto antes.

Finalmente, Hinata comenzó a reducir la velocidad al llegar a un muro que dividía el patio del área de deportes.

—Llegamos —anunció victorioso, soltándome la mano al fin.

Me sentí como si hubiera corrido una maratón. Mi respiración estaba descontrolada y mi corazón parecía querer salirse de su lugar, mientras el dolor en mis piernas se hacía más intenso. Me agaché, sosteniéndome de su mano, intentando dar un respiro a mis pies cansados y recuperar mi aliento.

—Joder, Hinata, que sea la última vez que me haces correr así —dije entre jadeos, mirando al suelo. De tan cansada que estaba, había olvidado saludar a las personas que se encontraban allí.

—Deja de quejarte y ponte de pie —me ordenó, jalándome de la mano con un gesto decidido.

—Me tengo que quejar, hijo de tu madre. ¿No ves que soy cero fitness? El único ejercicio que hago es bajar las escaleras de mi casa —respondí mientras me ponía de pie y trataba de arreglar aquel incómodo uniforme escolar.

Al levantar la vista, me encontré con cuatro miradas fijas en mí. Algunas eran de confusión y otras estaban llenas de diversión. Jackson y Lariza comenzaron a reírse ante mi evidente desgracia antideportiva.

—No se rían, ¡tontos! —les dije, señalándolos con mi dedo índice en un intento de parecer seria.

—Ven acá, loquilla —dijo Jackson, tomando mi cintura y levantándome en el aire para comenzar a dar vueltas conmigo.

Y sí, Jackson estaba fuerte; su musculatura era evidente en comparación con Hinata. No es que Hinata no estuviera fuerte también, pero Jackson tenía una presencia más imponente.

En un momento de pánico por la posibilidad de caer al suelo, me aferré al cuello de Jackson y enrollé mis piernas alrededor de su cintura. Fue entonces cuando sentí una brisa inesperada en lugares donde no debería sentirla.

—¡Jackson, ya para! —le ordené con urgencia, y él se detuvo, dejándome sentada sobre el muro que delimitaba el área.

El chico se quedó mirándome con una sonrisa amplia y despreocupada, lo que inexplicablemente me hizo sonrojar.

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