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—Sí, te odia.

—Pero no entiendo.

—¿Qué no entiendes? Dejaste a un omega en pleno celo, eso no se hace, puede ser mortal hablando seriamente.

—¿De verdad?

—Sí, pudo incluso morir.

Roier trago saliva duramente, no tenía idea, como toda su vida fue tratado como un beta aún no sabía muchas cosas sobre las castas.

—Pero...

—Nada, tienes que pedirle disculpas y mínimo pues arrodíllate o algo.

Osvaldo se escuchaba enojado y demandante, cosa que hizo crecer la culpa en Roier. No sabía que hubiera sido tan grave, ahora que era consciente se sentía peor de lo que ya.

Por su lado. Quackity estaba devastado, con los ánimos por los suelos y con la vergüenza comiéndolo por dentro tuvo que presentarse a la escuela, después de haber alcanzado el límite de días del celo que le daban para descansar.

Supo que en algún momento del día vería a Roier, aunque no quería tendría qué. Así que cuando entró en la cafetería y lo vió sentado junto con Mariana algo se le retorció en el estómago, una sensación incómoda que se le pasó al pecho y le taladró la cabeza, como un hilo de ansiedad que se le rompió dentro.

Una muy mala sensación, nada comparada a lo que sentía semanas atrás cada que lo veía.

Las mariposas se habían muerto y habían sido disecadas dentro de su estómago.

No pudo evitar darle una mala mirada, su pisoteado orgullo se lo dijo.

Se ve mal.

Debió pasar su celo solo.

Necesita ya a un alfa como yo.

Susurros y más susurros de los demás le llegaban a los oídos, atraía miradas por doquier y de quién sea. Sabía que su mal aspecto le traería todo tipo de comentarios así que decidió no darles importancia, igual no es como si se las diera alguna vez.

—Toma, sé que te gusta.

De repente le hablaron por detrás, una voz rasposa con un acento que conoció rápidamente.

Rubius, un alfa muy cotizado de último grado, claro que lo conocía pero jamás se habían dirigido la palabra.

Y ahora estaba ahí, con una leche de fresa en sus manos, la favorita de Quackity.

¿Cómo lo supo?

El omega dudó si tomarla o no, pero era su favorita, la edición especial sabor a nieve.

—Gracias, supongo.

—De nada, supongo.

Dijo el albino, con una pequeña risa al final antes de dar la vuelta e irse sin más.

Quackity no pudo evitar sonreír también, mientras veía la espalda del alfa.

Eso fue raro.

Pero más rara era la mirada que le estaba dando Roier en ese momento, aunque no la esté viendo. El castaño sintió un extraño y nuevo sentimiento en el pecho que no supo cómo describir más que un poco desagradable.

Roier conocía bien a Rubius, no eran amigos, pero era bastante popular por el hecho de ser un coge y tira, un patán en pocas palabras, el albino tenía mala fama, la suficiente para que alguien como él que se la vive en las nubes supiera de ella.

Ver a lo lejos que Quackity tuviera ese mínimo contacto con él fue... aterrador.

Su mejor amigo siempre rechazaba a cualquier alfa que se le acercara, que quisiera hablarle o regalarle algo. No aceptó nada nunca.

Era tan inalcanzable para los demás.

Excepto para él.

—Me siento raro, Mariana.

Terminó por decir en un tono incluso triste mientras se tocaba el pecho como si el dolor de dentro comenzará a ser físico.

Osvaldo se limitó a observar todo y entenderlo, sin más le dió unas palmaditas en el hombro a su amistad en forma de apoyo.

Roier no supo que significó aquello.

¡Mírame! | SpiderduckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora