✨Segundo capítulo extra✨

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No podía mirarla a los ojos.

El nudo permanecía filoso en su garganta.

—Allen, no estoy enfadada contigo.

Su voz fue un débil murmullo.

Él la miró desorbitado, incrédulo.

Rebecca aún estaba recuperándose en el hospital después de haber dado a luz a una hermosa niña, con sus mismos ojos cafés y la piel pálida; aún era demasiado pronto como para afirmarlo, pero todo indicaba que sería con el tiempo una réplica perfecta de su madre, sin casi ninguna intervención de los rasgos de su padre. Los dos ya la habían cargado entre sus brazos; también ambas familias. El peligro ya había pasado y hasta ahora no habían surgido complicaciones.

Pero... las cosas estaban lejos de estar bien.

Él no las había hecho bien.

Dejó de mirarla.

—¿Cómo dices eso? —su voz salió cargada de una infinita culpa y un deje de tormento; bajó los brazos a cada costado de su cuerpo y se acercó con pasos cautelosos al borde de la camilla blanca, pero allí se detuvo—. Deberías estar más que enfadada conmigo, Rebecca. Deberías... querer separarte de mí y no volver a tenerme cerca. Durante estos últimos meses, cuando más me necesitabas, no fui el hombre que una mujer como tú se merece. Yo... no tengo manera de perdonarme, y hacer que me perdones.

Inspiró hondo y su pecho punzó.

—Aceptaré si... decides dejarme.

A pesar de que estaba rompiéndose el corazón en mil pedazos con aquella confesión, Allen mantuvo su expresión imperturbable. Se convirtió en una fría piedra. Y, cuando por fin se atrevió a volver a mirarla, supo que sus esfuerzos no alcanzarían para frenar lo que ahora mismo lo estaba desbordando.

Sus ojos cafés, anegados de lágrimas, lo atravesaron.

—Allen, solo... tenías miedo de perderme.

Su voz se quebró y a él le dolió.

—No me justifiques...

Luego, Allen bajó la atención y observó su delicada mano que se estiró para intentar rozar la suya. Él no dudó y aceptó su silenciosa petición. Cuando sintió el roce de su piel, se estremeció como una hoja. Y es que... hacía tantos meses que, entre ambos, no existía un gesto como aquel.

Sí, allí había estado, a su lado.

Pero, a la vez, había estado ausente.

El miedo de quedarse en un mundo en el que Rebecca no existiera... lo había consumido, día a día, sin tregua. Los insomnios y los silencios se hicieron frecuentes y la neblina de confusión y distorsión los envolvió con el paso de las semanas; y así, cegado por su propia fantasía atroz, se alejó de ella.

La dejó sola, abandonada.

¿Cómo podía ser capaz de amarlo aún?

—Allen, por favor, te necesitamos —dijo ella en un susurro cuando sus manos estuvieron entrelazadas, sin escape alguno. Allen, sin atreverse a decirlo y alzar la mirada, pensó que preferiría morir antes que volver a fallarle—. No solo fue duro para mí, lo veía en tus ojos todo el tiempo. Por eso... no puedo hacer lo que me pides. No puedo separarme de ti. No puedo dejar de amarte. No me pidas cosas imposibles. Sé un poco razonable.

Sacó el aire de sus pulmones.

Sus lagunas se humedecieron.

—Becca, lo único que sé es que aún estoy lejos de ser todo lo que necesitas y te mereces. Aún estoy aprendiendo a amarte, pero es solo porque tú continúas dándome esa oportunidad. Sin ti..., yo no estaría aquí, contigo aferrada a mi mano y con una hija preciosa allá fuera —confesó con certeza (no maquilló sus palabras, tan solo expresó su más profundo sentir)—. Sin ti, jamás me habría atrevido a vivir como me has hecho vivir hasta ahora; porque, incluso en estos últimos meses, no hubo día que no te sintiera debajo de la piel, y tampoco hubo día que no nos echara de menos. Rebecca, soy tuyo, pero soy un conjunto de piezas que aún intento encajar.

—Tal vez no hace falta que las encajes, Allen.

Allen alzó la barbilla y la miró.

—Porque amo cada parte de ti.

Sus palabras fueron una caricia sólida.

Él tragó saliva e hizo lo posible para contener el fuego.

—¿Incluso las partes que te lastiman?

Entonces, Becca sonrió.

Fue un gesto suave, sutil, pero sincero.

—Allen, no puedes lastimarme. —Sin dejar de mirarlo, Becca desnudó lo que había encontrado en el interior de las sombras—. Y eso es porque..., a tu lado, reconozco el amor no solo en los tonos coloridos, cuando todo está bien; también en los tonos grises, cuando los miedos nos atacan.

Luego, Allen hizo lo único que podía hacer.

Sin soltar su mano, avanzó un paso más y se inclinó sobre ella con lentitud para no lastimarla, hasta que logró juntar sus frentes y respirar el mismo aire. Sus ojos cafés, de desvelo, lo taladraron con el único amor que necesitaba para que su alma funcionara y el vacío se consumiera.

—Becca, quiero volver a intentarlo.

—¿Intentar qué?

—Hacernos felices.


Heridas ProfundasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora