✨Capítulo 2✨

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Londres, Inglaterra.

El niño escondió su rostro en la almohada mientras las lágrimas amargas surcaban sus mejillas, como cada día. Esta vez había tocado en la espalda; sabía de sobra que al siguiente día tendría cardenales desde los hombros hasta la cadera. Ya era costumbre.

Su cuerpo solo era el reflejo de su alma: llena de heridas sin curar y otras cicatrices permanentes en la piel. Ardía y dolía.

Demasiado.

—¡Ese niño tiene que entender! ¡Encontré esas asquerosas revistas en su cuarto llenas de mujeres desnudas! —Sus ojos se abrieron como platos del miedo y un sudor frío recorrió su cuello.

¿De qué hablaba? ¿Mujeres desnudas?

Él no tenía esas revistas, ni siquiera tenía de ningún tipo. Tan solo tenía sus cuadernos y bocetos donde dibujaba paisajes de bosques y playas, también de animales; amaba dibujar, pero lo mantenía oculto; todos sus trabajos los tenía bien escondidos debajo de su cama. Le encantaba dibujar. ¿Era un delito? ¿Acaso había encontrado su cuadernillo? ¿Por qué le molestaban tanto? ¿Es que eran muy feos?

Escuchó sus pasos retumbantes avanzar hacia su puerta. Su cuerpo tembló y sus dientes ya chocaban unos con los otros del terror que experimentaba. El ogro trató de girar la manija de la puerta, mas él le había puesto seguro. No quería golpes, no lo soportaría.

—¡Abre niño estúpido!

Se llevó los dedos a los oídos y deseó desaparecer, que alguien llegara y lo llevara muy lejos. ¿Un niño de siete años merecía todo aquello? ¿Por qué ellos le pegaban y a sus amigos sus padres los abrazaban? ¿Qué pasaba con él?

"Porque eres muy malo Allen, te lo mereces".

"Mereces que te peguen".

Eso decían siempre los niños de la escuela.

—¡Por favor no entres! —sollozó.

Sus propios lamentos le perforaban los tímpanos.

¡Cómo extrañaba a su verdadero padre!, ¡ojalá nunca se hubiera muerto!

Entonces su padrastro derrumbó la puerta y provocó el sonido más brutal que pudiera escuchar. Uno que salió de lo más profundo de su pecho. Y en ese momento, él supo que no tenía escapatoria. No importaba si lloraba o gritaba, incluso si pedía perdón por ser un mal hijo. Solo podía rogar porque esta vez no fuera tan fuerte. Y los golpes no dejaran tantas heridas profundas en donde se hallaba el corazón.


***

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