Allen se había detenido.
Aunque tampoco podía decir que lo había hecho del todo. Su frustración y su dolor lo había enterrado ahí, en besos y caricias que prendían su cuerpo para intentar olvidar y borrar absolutamente todo.
No obstante, no se había envuelto en drogas como había estado a punto de hacer si no fuera por el recuerdo de su hermana. Incluso cuando Rebs estaba ausente, ella lo salvaba. Él era alguien mejor. Sus primos seguían sumergidos en aquel pozo profundo, de malas acciones y juegos oscuros. Pero Sam y él no eran tan estúpidos. No como Sebastián y Marco, quienes hacían lo que les placía y eran un auténtico dolor de cabeza para sus padres. Por suerte, Emma no había soltado a ninguno de los dos, siempre los condujo por el camino correcto.
La lluvia caía en cascada aquella noche en Barcelona. Allen regresaba —con la capucha puesta— a su casa. Pero todavía las palabras de aquella joven resonaban en sus oídos.
Te creí Allen, maldita sea, lo hice. Creí que conmigo podrías ser diferente. Pero ya veo que no, que me equivoqué; en definitiva, tú nunca dejarás tu pasado atrás. ¿Y sabes qué? Ya me cansé de intentar repararte. ¿No puedes amarme? ¡Está bien! Pero no quiero que vuelvas a acercarte.
No podía evitar pensar que las palabras que le había dicho Molly dolían. La rubia que conocía desde hacía un año se había convertido en una buena amiga, la más cercana —que no significaba solo sexo— que había tenido hasta ese momento. Con la que había querido ir un poco más allá incluso.
Lo había intentado. Se juraba que lo había intentado. Molly no era una mala chica, era bastante guapa, de buen corazón, agradable y algo ingenua, y tal vez ese había sido su error. No se había dado cuenta de que con él no lograría nada que valiera la pena.
Y él no había querido lastimarla, no había sido su intención.
Pero se sentía culpable de su sufrimiento, pues él no la había detenido. Había intentado que surgiera algo y escapar de su pasado de una vez, del terror que le provocaba sentir otra vez.
—Maldita sea —susurró cuando llegó a la puerta de su casa.
Seguramente Emma le reclamaría por llegar a esas altas horas de la noche y Sam se empeñaría al día siguiente por saber lo ocurrido con él. Ya tenía diecinueve años, en pocos días entraría a la universidad en Barcelona. Al menos los primeros dos semestres, ya que su objetivo era estudiar en Nueva Orleans a como diera lugar, no importaba si eso significara vivir cerca de sus abuelos adoptivos, que poco lo apreciaban.
Cuando entró, el agua chorreaba de sus zapatos a su paso. Antes de que pudiera resolver su desastre se encontró a Emma en la cocina con una taza de café en las manos. Quería subir rápido las escaleras, pero su madre adoptiva lo llamó con una mirada inquisitiva. La mirada que en ocasiones adoptaba Emma le hacía tener chispazos de recuerdos de su pasado. ¿Por qué? No lo sabía.
Se sintió mal. No era justo que provocara insomnios en Emma, después de todo, ella ya lo había ayudado bastante al sacarlo de aquel orfanato y regalarle una vida digna. Pero no podía evitarlo. ¿Por qué siempre provocaba sufrimiento en las personas? ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué simplemente no podía ser más fácil?
Sus absurdos escudos para evitar el amor, el apego y cualquier razón para necesitar a alguien. ¿Algún día lograría doblegarse? ¿Algún día podría querer sin temor a que le arrebataran aquello que amaba?
—Lo siento, Emma. En verdad, lo siento, no quería que te desvelaras...
—Allen, no quiero que te disculpes —habló Emma con tono firme—. Sé de dónde vienes.
Allen frunció el ceño.
—¿Sabes de Molly?
Se acercó a la mesa y tomó asiento enfrente de Emma.
Ella asintió.
—Si tú no me interesaras no intentaría saber con quién te juntas y por dónde andas.
Allen apretó los labios, seguro que había sido Sam.
—Ah... —susurró, y miró el reloj que tenían colgado en una de las paredes junto a la alacena—. Pues lo que tenía con ella no funcionó.
Su mirada vaciló al volver a mirar a Emma, le daba vergüenza. Sí, le daba vergüenza tener que admitir que aún sus traumas oscurecían su presente.
—No te sientas mal, mucho menos avergonzado, Allen. —Emma lo miró con bondad—. Sé lo que has sufrido y lo mucho que te cuesta empezar de nuevo.
Allen bajó la mirada.
—Han pasado ocho años desde ese día y aún no puedo... —susurró con la voz temblorosa.
Emma soltó un suspiro, de tristeza y esperanza.
—Tu corazón se tomará el tiempo que sea necesario para despojarse de todo lo que te hace daño, Allen... Y lo intentas, esa firme voluntad es tu esperanza. No importa si las cosas no funcionan ahora, ya lo harán, y cuando menos lo esperes.
Allen negó.
—No, creo que por más que lo intente no lo lograré si ella no está. —Se levantó de la silla.
Era imposible hablar de ese tema sin sacar a relucir a su pequeña hermana, a Rebs. Sí, él intentaba ser un chico normal, dejar atrás sus miedos y su sufrimiento; lo intentaba por ellos, por esa familia que le había entregado cariño y calor, lo hacía para tratar de corresponderles. Pero al mismo tiempo sabía que nunca sería el mismo si no volvía a saber de su hermana. Las heridas profundas seguirían allí, en su alma, sin sanar.
—Allen, por favor... —Emma lo miró con dolor—. Sé que siempre mantendrás la esperanza de encontrarla, pero no puedes vivir así y sufrir toda la vida.
—No, Emma —negó y se levantó con un gesto de frustración—. Sabes que no.
Subió las escaleras y dejó a su madre adoptiva con la mirada desesperada. La mujer hundió los hombros. Le daba bastante tristeza ver que Allen no superaba su pasado, ya había intentado con muchas cosas para hacerlo sanar, recuperarse, pero parecía que nada funcionaba. Era el principal objetivo de Emma: verlo sonreír y verlo feliz. Parecía en ese momento improbable, pero sabía que ahí dentro, en un rincón, se encontraba el verdadero Allen. Esos ojos suyos no eran casualidad, ni tampoco esa sonrisa. Allen era algo muy suyo, que aún nadie sabía.
Solo a veces, en ocasiones, se podía vislumbrar lo que había más allá de sus heridas, cuando se reía, cuando se le escapaba una alegría inusual en los ojos... Era rarísimo ver sonreír a Allen, mucho más verlo reír. ¿Cuántas veces lo había hecho con ella durante esos años? ¿Dos o tres veces?
Pero no perdía la esperanza. Ella no moriría sin ver a Allen feliz, costara lo que costara. Y si encontrar a su pequeña hermana repararía todo su sufrimiento, entonces la encontrarían. En ese mismo instante decidió aceptar la petición de Allen para irse a estudiar a América, donde según él estaba su única pista para encontrarla.
Allen cerró la puerta de su habitación.
En muchas ocasiones había tenido la misma conversación con Emma y siempre resultaban iguales, sin una solución. La única opción para volver a ser él mismo se llamaba Rebs. Con pesadez se despojó de sus ropas y se puso el pijama. Tan solo quería encontrar a su hermana, era el único motivo por el que vivía y seguiría viviendo.
Los ojos se le cerraron al mismo tiempo que la mirada cálida de Rebs lo persiguió como una danza que sonaba con el sonido de su risa, de su voz...
"Allen...".
Antes de dormirse, lloró.
***
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Heridas Profundas
RomanceRebecca tiene una enfermedad que podría matarla. Un día conoce a Allen, un chico triste y solitario al que le muestra que, a pesar de todo, la vida tiene cosas por las que sonreír. * * * En un mundo donde la esperanza ha perdido todo valor, Allen Wh...