✨Capítulo 22✨

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Allen aún podía escuchar en sus oídos la voz de su madre adoptiva mientras contemplaba el majestuoso lago Pontchartrain en el sur de Luisiana, Estados Unidos, a través de la ventanilla del taxi que recorría con rapidez los kilómetros de la calzada, aparentemente eterna. Hacía apenas una hora había llegado a Nueva Orleans desde Barcelona, España; pero sus abuelos adoptivos vivían en Mandeville, un lugar que se encontraba más apartado, por lo que iría a visitarlos. Sintió el aire fresco en las mejillas mientras recordaba la escena con Emma justo antes de subir al avión que lo alejaría de la ciudad donde había vivido los últimos seis años.

—Ojalá encuentres a una persona que te pueda sanar, Allen.

Él había negado.

—Es imposible, Emma. Solo encontrar a mi hermana podría hacerlo.

Emma se había acercado y le había dado un beso en la mejilla antes de darle el último abrazo, fuerte y cálido. Sus ojos aceitunados reflejaron emoción y tristeza a la vez.

—Cariño, nunca tientes al destino.

Era la primera vez que Allen White pisaba territorio americano. Todo se parecía a lo que había imaginado, además de que el idioma no era problema, pues a pesar de hablar el español, su idioma nativo era el inglés. Después de terminar los dos primeros semestres de su carrera en Barcelona, finalmente llegaba a la ciudad de Nueva Orleans para continuar sus estudios y, contra toda esperanza, hallar el rastro de su hermana.

Todavía podía sentir el nudo en la garganta por la despedida con sus padres adoptivos, en especial con Emma. La pobre mujer había derramado abundantes lágrimas mientras lo llenaba de besos y abrazos y palabras cariñosas. En verdad que era una ironía: ahora que tenía la oportunidad de ser querido, de tener una familia, de pertenecer a un hogar, no lo aprovechaba, no lo valoraba. Pero nadie podía decir que no lo había intentado, en verdad lo había hecho. Sin embargo, el miedo era aún más grande que sus ganas de amar. ¿Cómo abrir su corazón cuando la vida siempre le había arrebatado todo lo que amaba? Lo mejor era no sentir, no querer, no necesitar, y por ende no llorar.

Horas antes no había podido devolverle el abrazo a Emma y susurrarle un te quiero en el oído, justo como un instinto interior quiso hacerlo, pero no lo hizo. Y tal vez aquello le provocaba ese incómodo nudo en la garganta. Era una emoción que hacía mucho tiempo no sentía: arrepentimiento. Pues se había vuelto un poco egoísta al encerrarse en su propio sufrimiento, ya que a veces no miraba lo que provocaba con ello a los demás. Debería haberle dado aquel abrazo. ¿Qué garantizaba que volvería a verla? Él más que nadie sabía que la vida podía irse en un instante. Las lágrimas y el amor de Emma se merecían al menos ese gesto de su parte.

Poco tiempo después, finalmente había llegado a la residencia de Jorge y Alondra, sus abuelos adoptivos. Apretó los labios cuando bajó la maleta del automóvil y la puso sobre la acera de la calle. Le pagó al chófer del taxi y posteriormente tomó la única maleta que llevaba consigo para caminar hasta la entrada de la vivienda después de pasar por el portón negro, el portero lo había dejado entrar apenas pronunció su nombre.

El suelo del exterior era todo de piedra y naturaleza, los jardines laterales rodeaban la pequeña fuente de agua que se encontraba en el centro y justo enfrente se hallaba la entrada principal. Al costado derecho se encontraba la cochera.

Allen no se sorprendió cuando fue Sam el que abrió la puerta de madera de cedro. Su hermano adoptivo había llegado a Mandeville desde hacía más de un mes, pues trabajaba en una de las empresas de su abuelo por temporadas.

A Emma le había costado un horror desprenderse de sus dos únicos hijos, pero lo había entendido. Aunque eso sí, Allen y Sam no se salvarían de sus llamadas constantes.

Heridas ProfundasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora