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Me miré una vez más en el espejo del dormitorio. Estaba nervioso, como un quinceañero. Con mi pelo sabía que no había nada que hacer.

Tenía vida propia. Pero aquel día no estaba mal y me daba el aspecto de un escritor bohemio. Me había cambiado dos veces de ropa. Al final me había decidido por tejanos, zapatillas de deporte y camiseta blanca de manga corta. Ya era hora de que Sehun viera a qué se enfrentaba, porque todas mis horas de running y de gimnasio se esculpían bajo el suave algodón. Una cazadora negra cerraba el conjunto. Me retiré una vez más el cabello de la cara, aunque sabía que era para nada, y bajé al salón.

―Estás guapo ―me dijo Irene, que intentaba terminar un proyecto que se había llevado a casa―. Espero que no se te acerque ninguna lagarta.

―Te aseguro que no la dejaré.

―¿Volverás tarde?

―Supongo que no. Es solo una cerveza. No me apetece nada ―mentí―, pero el vecino ha insistido y no he sido capaz de decir que no.

―Haces bien. Es duro mudarse a un nuevo barrio.

Sonó un claxon. Era Sehun. Había insistido en recogerme y yo había sido preciso con la dirección.

―Me tengo que ir ―le dije, dándole un beso―. Llámame si te agobias de estar sola.

―Pásalo bien.

Reconozco que cuando salí me sudaban las manos. Lo cierto es que era nuestra primera cita, de Sehun y mía. O al menos así quería verlo.

Él me llamó desde la ventanilla del conductor. Ya era de noche y con la luz de las farolas sus ojos me resultaron aún más intensos. Me senté a su lado sin saber cómo saludarlo. Me estaba observando con los ojos entornados.

¿Me había mirado de arriba abajo? No estaba seguro, pero notaba que el corazón me palpitaba con fuerza.

―Tú dirás ―me dijo.

Estaba apoyado en el volante, y vuelto hacia mí. Me ruboricé porque sabía de la forma en que estaban mirándolo mis ojos. Era un tío, no solo increíblemente guapo, sino tremendamente sexi. Aquel día no llevaba esa americana tan formal, sino tejanos y camiseta negra. Parecía la versión contrastada de mí mismo. Estaba apetecible como nunca y mi intención era probarlo aquella noche.

―Tenemos que tirar hacia las afueras. Te voy indicando.

Por el camino hablamos de trabajo y de los vecinos: el colegio, su redacción, y la gente que nos rodeaba. Poco a poco me fui relajando, y la conversación se convirtió en la que podrían mantener dos buenos amigos.

Llegamos a El Refugio de Suzy veinte minutos después, y Sehun se detuvo donde le indiqué, justo detrás, en aquella especia de aparcamiento lleno de pedruscos y matorrales. Nos habíamos pasado una docena de buenos locales por el camino, pero aquel era tan oscuro, anónimo y lejano como yo necesitaba. Una tasca de paredes de madera, una gran barra en el centro y mesas de billar que en esos momentos estaban vacías. No había mucha gente. Era un domingo por la noche y el Refugio cerraba temprano.

Nos sentamos en la barra y pedí dos cervezas con tequila.

―Parece un lugar tranquilo ―dijo Sehun mientras alzaba su copa.

En verdad era un antro, pero si conseguía seducirlo, había un par de rincones oscuros donde podíamos apartarnos y a Suzy no le importaría.

―Por ti y tu nueva vida ―alcé yo la mía.

Brindamos y le dimos un buen trago. Teníamos enfrente un gran espejo que reflejaba nuestra imagen. Hacíamos una buena pareja. Él cabello negro y yo rubio, aparentábamos la misma edad aunque yo era cinco años mayor que él, y teníamos una complexión similar. Dos tipos jóvenes, guapos y sexis. Y uno de ellos, yo, ansioso por comerle la polla al otro.

𝐋𝐔𝐉𝐔𝐑𝐈𝐀 #2 ↬ ˢᵉᴴᵒDonde viven las historias. Descúbrelo ahora