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Al tercer hombre con el que me acosté lo conocí en el supermercado.

Hacía tres años que había terminado mi relación con el vecino de mi hermana, y a BonHwa apenas lo veía. Si acaso, una vez en primavera y otra en verano.

Yo intentaba decidirme por una marca de cereales para mis hijas cuando un tipo apareció a mi lado y me dijo que no lo dudara, que los de miel y arroz eran los mejores. Lo miré sorprendido. No lo conocía de nada.

Era más joven que yo y aunque no era guapo sí me pareció muy atractivo.

Todo hubiera quedado ahí si a la salida del súper, media hora después, no hubiera estado esperando.

―Llevas el carro muy cargado. He pensado que necesitarías ayuda.

Lo miré detenidamente. Con un poco más de color hubiera sido pelirrojo. Tenía un rostro pecoso y simpático, y bajo la ropa de deporte se adivinaba un cuerpo atlético, de anchas espaldas y culo prieto. Como me había enseñado BonHwa, le miré las manos. Había un anillo de casado... y dedos largos. Lo dudé un instante. Algo así era la primera vez que me pasaba.

―No iba a casa ―le dije sin dejar de mirarlo a los ojos―. Iba a hacer una parada en un motel.

Vi cómo tragaba saliva. Hasta ese momento había estado expectante.

―Yo llevaré las bolsas.

Apenas cruzamos más palabras. Lo monté en mi coche y me dirigí a un motel de carretera en el que había estado con BonHwa. Cuando entramos en la habitación me tomó por la cintura y me comió la boca. Estaba ansioso, acelerado, tanto que temí que no llegara al final.

Lo calmé, separándolo un poco y besando sus labios con más cuidado.

Pero él no estaba dispuesto. Me abrió el pantalón, se puso de rodillas y me comió la polla. Mi gorda polla que ya estaba dura y dejaba escapar algunas gotas de líquido preseminal. Eso sí sabía hacerlo muy bien. Lo dejé chupar. Parecía hambriento. Vi cómo recorría con la lengua el grueso cordón central, y de qué manera me lamía los huevos. BonHwa decía que mi nabo, sin ser espectacularmente grande como el suyo, era de los mejores que se había comido, porque lanzaba una gran cantidad de precum, lo que lo volvía jugoso y muy apetecible.

Tuve que apartarlo para no correrme.

―Despacio ―le dije―. Tenemos tiempo.

―No puedo. Me gustas demasiado.

Nos quitamos la ropa a manotazos. Tenía un cuerpo que dejaba sin aliento. Se le marcaba cada musculo bajo la piel blanca y pecosa, sin un solo vello. Ahora me tocó a mí ponerme de rodillas. Su polla era muy clara, la primera que me comía que no parecía tostada por el sol. Más ancha a la altura del glande que en el nacimiento, lo que me resultaba muy apetecible, y aquella pelambrera pelirroja me gustaba. A pesar de estar completamente dura, aún se encontraba cubierta con el prepucio. Lo retiré con los labios, dejando a la vista un bálano delicioso que desprendía aroma a sexo. Mi amigo estaba tan excitado que tras un par de mamadas me pidió que parara.

―Me corro ―suplicó.

Nos tiramos en la cama y nos acariciamos. Él volvió a comérmela.

Parecía famélico de sexo, de esperma, y yo se la chupé a la vez, en un sesenta y nueve perfecto. Nos corrimos uno en la boca del otro, con apenas unos segundos de diferencia. Aquel chico pelirrojo tenía un semen ligero y picante, delicioso.

Aquella tarde volví a probarlo, y también me corrí cuando lo empalé.

Por su parte, él decidió masturbarme y en el tercer enviste, al fin, me folló hasta dejarme satisfecho.

𝐋𝐔𝐉𝐔𝐑𝐈𝐀 #2 ↬ ˢᵉᴴᵒDonde viven las historias. Descúbrelo ahora