Llegábamos tarde e Irene aún no había decidido qué vestido ponerse.
―¿Este o este? ―me preguntó, enseñándome los que la hacían dudar.
―Los dos.
―No me ayudas ―puso un mohín de disgusto.
―Porque deberíamos estar en casa de Eunbi hace diez minutos y porque estarás preciosa con cualquiera de los dos.
Mis hijas, que me había tocado arreglar a mí, estaban como dos pinceles, pero sabía que era altamente improbable que llegáramos a casa de nuestros vecinos sin que se produjera un desastre, como una mancha inidentificable o una rodilla herida.
En cualquier otra ocasión, aquella velada de la comunidad me hubiera parecido detestable. Irene y yo hubiéramos discutido y ella me habría acusado de ser un insociable cuando me hubiera negado firmemente a ir.
Sin embargo, hacía dos semanas que no sabía nada de Sehun, y presumiblemente él estaría a allí.
Irene, al fin, se decidió por un vestido blanco y suelto, elegante, que resaltaba su largo y esbelto cuello.
―¿Qué tal?
Amaba a mi esposa y siempre me parecía deseable.
―Si no tuviéramos que irnos te lo arrancaría ahora mismo.
Sonrió. Al parecer eso era exactamente lo que quería oír.
Al fin partimos. La velada se celebraba en el jardín de Eunbi, nuestra vecina más eminente, y la responsable de la patrulla del barrio, de que no hubiera Mc Donalds por los alrededores y de que estuviera prohibido hacer barbacoas en el vecindario, lo que era todo un atentado contra la patria americana.
Cuando bajamos del coche mis hijas corrieron a unirse a aquel grupo de niños que saltaban sobre un castillo hinchable, e Irene fue a saludar a Eunbi. Yo me descubrí nervioso, con las manos sudorosas, mientras pensaba que al fin volvería a ver a Sehun.
Me miré en el espejo retrovisor. Me había puesto una camisa celeste, con corbata en un tono azul oscuro, y una americana de un color similar.
Me aparté el rubio cabello de la cara y me ajusté las gafas. Estaba guapo.
¡Joder! Estaba rematadamente guapo. Y hoy iba a lucirme delante de mi hombre. Si no podría tocarlo, al menos iba a hacer que esa noche él se tocara pesando en mí.
Sonreí ante la ocurrencia y me sumergí en la fiesta. Saludé a diestro y siniestro. Acepté una copa de vino, algunos canapés, y empecé a ponerme nervioso cuando no vi a Sehun. ¿Había rechazado la invitación? ¿No estaba tan ansioso como yo porque nos viéramos?
Lo descubrí, al fin, junto a la mesa de bebidas. Un grupo de cinco tíos que estarían hablando de deportes. Estaba guapo como un demonio. Con unos chinos beige, camisa blanca y chaqueta azul marino. No llevaba corbata, por lo que su pálido pecho asomaba por el cuello de la camisa.
Me quedé mirándolo. Supongo que con la boca abierta, babeando. Sus ojos chocolate eran impactantes, como su sonrisa fácil, de dientes blanquísimos. No podía creerme que aquel pedazo de espécimen de macho fuera mío, y que en cuanto pudiera estar con él a solas acordaríamos nuestra próxima cita. Solo de imaginarlo, desnudo sobre mí, noté que mis pantalones vibraban.
―Estás aquí ―me tomaron del brazo y tiraron de mí―. Todos te esperábamos, JunMyeon. Alguien ha tenido una buena idea.
Jeno era el marido de Eunbi, nuestro anfitrión, que ya me arrastraba hasta donde estaba Sehun con los otros vecinos.
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𝐋𝐔𝐉𝐔𝐑𝐈𝐀 #2 ↬ ˢᵉᴴᵒ
RomanceA JunMyeon se le seca la boca cuando el padre de uno de sus alumnos, Sehun, viene a la escuela a presentarse. No solo es el tipo más atractivo que ha conocido, sino que es tan sexi que se pone duro solo de escucharlo. Además, Sehun está tan casado c...