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Para el camino de ida me escabullí con otros dos vecinos, mientras Sehun ocupaba el último vehículo. Hubiera sido demasiado arriesgado ir con él, porque no estaba seguro de si mis manos sabrían estarse quietas durante cuatro largas horas.

Éramos diez en total, y para trasportar equipos y víveres necesitamos cuatro coches. También formábamos la excursión más heterogénea posible, de edades, aficiones, intereses, incluso aspecto físico. Jamás habría participado en algo así si no fuera porque estaría con él, lo que se resumía a que, por las noches, apretado en una tienda de campaña, lo tendría a mi lado. ¿Hacer? Poco podríamos hacer, pero por dormirme por primera vez entre sus brazos todo valía la pena.

Llegamos a mediodía a una zona recóndita de los pantanos del norte.

Jeno, al contrario de lo que esperaba, era un perfecto campista. Buscó una franja de terreno junto al lago, nos indicó cómo montar las tiendas para estar protegidos de los mosquitos y de la lluvia si se presentaba, y habilitó un espacio donde podíamos encender fuego sin peligro.

Mientras Sehun y el resto se encargaban de la logística, yo fui a buscar madera seca. A la vuelta olí a las chuletas que se asaban, las cervezas estaban heladas y la mayoría de mis compañeros de acampada habían decidido darse un baño en el lago. Sehun era uno de ellos, pero como venganza porque había pasado de él todo el día no me dijo nada.

Nos bañamos, comimos, sesteamos y volvimos a bañarnos. Verlo salir del agua, con aquel minúsculo bañador, era un espectáculo que me la ponía dura. Solo por eso hubiera valido la pena aquel fin de semana. Cuando llegó la noche empezó a refrescar, pero Jeno contó historias a la luz de la Luna, que los demás escuchamos tapados con mantas.

Y de nuevo, durante toda aquella tarde, intenté estar lo más apartado posible de Sehun. Por supuesto que lo miraba. Cuando pasaba por mi lado tenía que obligar a mis ojos a enfocarse al lado contrario, y cuando tocaba la guitarra, obligaba a mi cuerpo a no ponerse duro. Pero no estaba seguro de mí, ni del efecto que aquel hombre me causaba, y prefería ser prudente delante de mis vecinos.

Era ya tarde cuando decidí acostarme. Fui el primero y soporté las burlas de los demás, que me llamaron gallina.

―Os veo mañana. No seáis gamberros.

Entré en la tienda, no sin antes lanzarle una sugerente mirada a mi compañero.

Era más confortable de lo que esperaba. La base de espuma bajo el saco de dormir y el terreno elegido, amortiguaban la dureza de la orilla y transformaban aquel cubículo en algo cómodo. Me cambié como pude.

Unas calzonas y camiseta de tirantas. Apenas había espacio para mí, así que Sehun tendría que dormir muy pegado, lo que me llenó de lujuria. Dentro del saco hacía demasiado calor. Desistí de meterme y me tumbé encima. En el exterior seguían sonando las risas y las voces. Deseaba y temía la llegada de Sehun. Quería follar con él, pero... ¿Cómo lo haríamos dentro de cuatro endebles paredes de tela, y rodeados de todos nuestros vecinos de la urbanización?

Estaba más cansado de lo que esperaba y sin darme cuenta me quedé dormido. Cuando abrí los ojos él estaba a mi lado. Había encendido la linterna y permanecía apoyado en un codo, mirándome fijamente.

―¿Se han acostado todos? ―susurré soñoliento.

―Hace un rato. Yo he sido el último. He aguantado hasta que se han apagado las últimas ascuas.

Me incorporé, y le di un ligero beso.

―Yo no haría eso con un hombre desnudo en una tienda de campaña.

Miré hacia abajo. Era cierto. Estaba completamente desnudo y exitado.

Sentí que mi polla reaccionaba dentro de las calzonas. Él apagó la linterna para que nuestra sombra no se percibiera desde el exterior, y la oscuridad fue completa. Lo maldije. Ahora que su cuerpo era mío no podía contemplarlo a mis anchas.

𝐋𝐔𝐉𝐔𝐑𝐈𝐀 #2 ↬ ˢᵉᴴᵒDonde viven las historias. Descúbrelo ahora