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Pasó medio año. Seis largos meses donde descubrí que el tiempo no es el antídoto perfecto que todos sospechamos, sino un somnífero que adormece momentáneamente un corazón encallecido.

Con el verano se acabaron las clases y durante ese tiempo no volví a ver a Sehun. No sé si me esquivaba, o la energía del universo nos mandaba en diferentes direcciones. Su ausencia era tan permanente que llegué a pensar que se había mudado a otro barrio, o a otra ciudad. Nadie a mí alrededor hablaba de él, como si se hubiera cursado una secreta orden de silencio.

Tampoco quise husmear en el expediente de su hijo Mark. Hacerlo era como volver a encender la llama que necesitaba apagar. Cuanto menos supiera, mejor.

No volví a recurrir a BonHwa. Sabía que si lo hacía, si probaba de nuevo el delicioso sabor del sexo masculino, rumiaría tras el padre de mi alumno, buscando su consuelo.

Una mañana, me levanté más temprano que de costumbre, y antes del amanecer salí a correr. Ya no tenía clases, y me tranquilizaba la paz del bosque. Necesitaba machacarme, terminar agotado, porque había descubierto que aquella era la única manera de olvidarme, por unos instantes, de él.

Tomé el solitario camino de la colina, el más duro, el más exigente.

Llegué exhausto a la cima, respirando con dificultad y sudoroso.

Mientras me recuperaba, permanecí en silencio, mirando aquel amanecer que llenaba el cielo de rosas intensos y azules desvaídos.

―No sabía que estarías aquí, si no jamás habría venido. Lo siento.

Me volví. Sehun estaba detrás de mí, tan alterado y sudoroso como yo mismo. Ni siquiera le había oído llegar. Su ropa de deporte se pegaba a su cuerpo, y su cabello crecido y oscuro a su frente. Hermoso y sexi, como siempre, más que nunca.

De nuevo mi corazón, ese maldito traidor, empezó a bombear con fuerza, mientras mis manos no sabían qué hacer.

―No pasa nada ―dijeron mis labios.

Me miró con aquella frente arrugada. Sorprendida. ¿Había esperado que me largara de allí sin ni siquiera hablarle? Eso supuse. Le extrañó que no saliera corriendo. Que no lo dejara con la palabra en la boca y que al fin, muchos meses después de la última vez que estuve entre sus piernas, volviera a parecer comunicativo.

―Hace tiempo que no nos vemos.

―Mucho.

Ninguno de los dos hizo por acercarse. Como si una barrera invisible lo hiciera inviable.

―¿Qué tal todo? ―me preguntó, tras un breve silencio.

―Marchando. ¿Y tú?

―Prefiero no contestarte.

―¿Hanni? ¿Mark?

La pregunta pareció incomodarle. Desvió por un instante la mirada hacia sus pies, donde uno de ellos jugaba con la hojarasca. Alzó de nuevo la vista, como una flecha lanzada certeramente por un arquero.

―Ella vive ahora en Nueva York. Mark está conmigo por temporadas.

Creo que contuve la respiración, aunque no quería que él lo notase.

―¿Os habéis..?

―Divorciado. Es lo que sucede cuando el marido de una buena mujer se enamora de otro hombre.

―No tenía ni idea. Lo siento.

Me sentía fatal. Yo era el responsable. Yo lo había llevado hasta allí.

―No es culpa tuya ―parecía que había leído mi mente―. No fuiste tú quien se enamoró. Fui yo.

―Sehun, no sé qué decir.

―No digas nada. Lo que quiero oír de tus labios sé que no lo escucharé. Así que prefiero mirarte. Nada más.

Ignoro por qué lo hice, pero fui hasta él y lo abracé.

Lo tomé entre mis brazos, hundí la cabeza en el hueco de su cuello, y deseé quedarme allí para siempre.

Al principio Sehun no reaccionó. Quizá tan sorprendido como yo mismo.

Pero, poco a poco, sus brazos me rodearon y sentí su calor, como un hogar, en torno a mí.

Levanté la mirada. Estaba arrebatadoramente guapo. Él abrió los labios, pero no se atrevió a hacer nada. Fui yo quien me arrojé a ellos. Con hambre de meses. Con un deseo tan encajado en mis entrañas que me daba miedo.

Sehun correspondió a mi beso con la misma pasión. Era como si hubiéramos esperado toda la vida para aquel instante. Se apretó contra mí.

Se restregó contra mí, intentando beber mi esencia.

Cuando sentí su polla entre mis piernas, supe que no podía parar. Sin dejar de besarlo llevé la mano allí y la metí por dentro de sus pantalones deportivos. Jadeé cuando vibró en mi mano. Aquel carajo enorme y exquisito, chorreante de líquido preseminal. Aquella humedad que me volvía loco.

Noté cómo Sehun trasteaba con el elástico de mis calzonas hasta meter también la mano. Resopló cuando me asió los testículos y empezó a acariciarnos. Respondieron al instante a su contacto, como si lo echaran de menos, contrayéndose entre sus dedos.

Uno en las manos del otro empezamos a masturbarnos mutuamente. No quería parar. No era posible parar.

Yo no podía apartarme de su boca. No podía dejar de retorcerme contra su piel mientras le daba placer, y recibía intensamente placer de su mano.

Tampoco podía durar mucho. Nos deseábamos demasiado.

Un chorro de lefa impactó sobre mi mano, mientras Sehun se quedaba muy quieto contra mis labios. Yo lo seguí de cerca, y eyaculé entre sus dedos, con un jadeo agónico, anhelante, esperado desde hacía meses.

Caí de nuevo sobre su pecho, de donde no me quería apartar.

Sin embargo, Sehun, con suma delicadeza, me dejó a un lado mientras se limpiaba las manos con su camiseta. Solo entonces mi miró.

―Me tienes en tus manos, pero así no, JunMyeon. No quiero que de nuevo sea así.

Yo lo miré sin comprenderlo.

Sehun se acercó y me dio un suave beso en los labios.

Después se alejó por el camino, sin mirar hacia atrás, mientras el sol terminaba de salir y el mundo, una vez más, se llenaba de vida.

𝐋𝐔𝐉𝐔𝐑𝐈𝐀 #2 ↬ ˢᵉᴴᵒDonde viven las historias. Descúbrelo ahora