"¡Lukas! Lukas. ¿Estás escuchándome?"
Despegué mis ojos de la laptop cuando observé el rostro de Alan tan cerca que de un cabezazo seguramente podía romperle la nariz. Me alejé para evitar hacerlo y aunque siempre me había enojado cuando me sacaban de mis momentos de concentración, no quería que iniciáramos otra pelea, mi familia ya estaba cansada con nuestros arrebatos y de tener que arreglar mi oficina por como la dejábamos después de eso.
Alan es mi mejor amigo desde que estuve iniciando la secundaria, él era un Alfa como yo, sin embargo de algún modo logramos encajar después de molernos a golpes un par de veces, no es que me queje, así eran las clases debido al constante deseo por ser mejor que todos tus compañeros de tu género, Alan y yo comprendimos que no había necesidad de llegar a eso, hemos sido amigos desde entonces y aunque cuando no compartimos pensamiento, podemos irnos a los golpes, nunca pasa de eso, aquí el que gana la pelea, tiene la razón, fin de la historia.
Mi familia lo contrató para que sea como mi ayudante, mi mano derecha. Ellos se la pasaba la mayor parte de sus años viajando y todo lo que fuera en La Ciudad De México quedaba en mis manos, así que me trasladaron a su oficina hace un año, no me quejo, es mucho más grande que la anterior. Ser el único heredero de una de las compañías más conocidas a nivel nacional e internacional puede ser algo de demasiado estrés para cualquiera, yo que nací en esa cuna de oro, ya estaba completamente acostumbrado y sabía cuando permitirme vagar e ignorar el trabajo, y cuando no.
Por ejemplo, cuando recogía o llevaba a Alex, ahí me podía permitir ignorar el trabajo solo para después esforzarme el doble, no dejaría que todo se me junte como aquel jueves donde las cosas se salieron de mis manos, aún me hervía la sangre de solo pensar que no acabé con ese desgraciado.
"Alan. ¿Exactamente a donde les gusta ir a los niños de tres años?"
"¿Qué? ¿Cómo voy a saber yo eso?"
"No lo sabes, perfecto. Entonces deja de joder y permite que la máquina responda."
Él rodó los ojos y se sentó en la silla corrediza frente a la mía, separados por mi gran escritorio, continue buscando entre las páginas las actividades favoritas de pequeños de esa edad, aunque todas las opciones que me daban parecian tan cliché que quise hasta mandarle mi carta a los usuarios de Google para que se vayan a la misma mierda con sus respuestas tan obvias e inútiles.
Es importante agradarle a Isaac, no es que tuviera experiencia en niños o en cortejos, pero Alex amaba a su hijo y si realmente deseaba llegar a algo con él, necesitaba poder agradarle a lo más importante en su vida, esa bolita con piernas y brazos que responde al nombre de Isaac.
Sonrei al recordar aquel día que lo conoci, ese temor que creció en mi pecho cuando Alex me abrió parte de su vida y me contó su historia, pero por sobre todo, recordé esas ganas que tuve de seguirlo apenas tres minutos después de que se fue. Yo no iba a renunciar a mi Omega solamente por un pasado oscuro, no sería igual que cualquiera, porque necesitaba a Alex en mi vida tanto como necesitaba respirar. Así es, he oído de estas historias tantas veces, pero jamás creí vivir una.
Cómo cualquier niño pequeño, las historias que me contaban antes de dormir hablaban sobre dragones, principes y princesas amándose para siempre por tener un lazo destinado a existir, uno no suele creer en esas cosas cuando creces, ves que la realidad se basa en morder a alguien y ya, pero cuando yo lo vi aquel día en el baño, me di cuenta que quizás los cuentos no siempre son solo cuentos.
Alex era mi pareja, mi Omega, mi otra mitad, lo sentí y algo dentro de mí me dice que él también lo hizo, aunque para mi sorpresa no se lanzó en mis brazos de buenas a primeras, descubrí que gracias a mi padre tenía más autocontrol que cualquier otro Alfa que haya conocido, debía agradecerle luego, de no ser por él hubiera devorado a mi pequeño en el auto, cosa que no estaba del todo bien, aunque mi cuerpo me lo pedía a gritos.