"¿Seguro que nada te pasa?"
Sonreí apenas cuando lo escuché preguntar por cuarta vez desde que habíamos subido a su coche, el problema con la Beta esa se encargó no solo de bajarme los ánimos, sino también de recordarme que tenía algo importante que decirle a Lukas, algo que seguramente, si es que me quería siquiera, le vendría tan mal como a mí desde que lo recordé.
"Estoy bien, lo prometo."
"¿Por la garrita?"
"¿Hmm?" Alejé mi mejilla del cristal de la ventana, mirándolo con un claro signo de interrogación en mi rostro. ¿Garrita?
"La garrita." Repitió, sin mirarme, aunque estaba seguro que él se hacía una idea de mi confusa expresión. "Te escuché durante ese día, en el estadio, le decías a Isaac que hiciera algo y hacías que te lo prometa por la garrita. ¿No? ¿Qué es eso?"
Asentí, volviendo a apoyar mi cabeza en la puerta, ni siquiera sabía que tanta atención nos había prestado, pero saberlo, me hacía sentir muy feliz. Mordí mi labio para reprimir una sonrisa, mientras mis manos empezaban a jugar entre ellas, sabiendo lo que vendría después de mi respuesta.
"Es el juramento más importante que existe." Aclaré, mirandolo de reojo. "No se puede mentir o romper, la garrita es sagrada."
"Entonces. ¿Me prometes por la garrita que todo está bien?"
Llevé una de mis manos a mis labios y tironee ligeramente de estos, jugando con el inferior mientras pensaba exactamente que decirle. No podía comentarle lo de Ana, era una de las tantas veces que me habían tratado así y debía aprender a ya no reaccionar ante ese tipo de personas, pero había algo más y siendo honesto, Lukas merecía saberlo.
"Salgo de vacaciones el miércoles."
Lo solté y suspiré. Si, esa era la principal razón de todo mi mal ánimo, no porque no extrañara mis vacaciones, de hecho antes de conocer a Lukas contaba día a día, hora a hora o hasta los minutos para terminar con el ciclo del infierno, o Universidad para los que no son tratados como yo; sin embargo, ahora había algo, Lukas me llevaba y traía de clases todos los días, no es que yo necesitara transporte, me había sabido valer por mí mismo desde que mis padres me dieron la espalda, la única verdad detrás de todo esto era que yo usaba esta excusa para ver a Lukas diario; ahora, sin Universidad, no hay ida y vuelta, no hay Lukas.
No quiero perder a Lukas. Quiero a Lukas. Necesito a Lukas.
Rodé los ojos ante las palabras que me mandaba mi subconsciente. Sí, estúpido Omega, yo lo sé, yo sé en lo que nos hemos metido y no podemos estar más jodidos, habernos vuelto dependientes de un Alfa que ni nos corteja, considerando que nos acelera el corazón como a quinceañeras y que ahora se me acaben las excusas para verlo. ¿Qué podría ser peor?
"¿En cuatro días?"
"Si." Lo mejor que se me ocurrió fue dar respuestas cortas, de esta forma evitaba que mi voz se quiebre o terminar, de nuevo, llorando entre sus brazos, por mucho que me muriera por tenerlo calmándome, tampoco es que fuera un niño llorón. Mierda, soy Alejandro Fuerte, siempre he estado solo. ¿Por qué ansío tanto que esos brazos me abracen?
Mierda, mierda y más mierda. ¿Qué hiciste conmigo, Lukas?
"Es bueno. ¿No? Ya necesitabas un descanso."
Asentí con la cabeza, queriendo abrazar mis piernas y llorar acurrucado en ese espacioso lugar de su auto. Cerré los ojos con fuerza y pensé en Isaac. Isaac, amor, eres lo único que me salva de soltar feromonas y que Lukas huela mi dolor, mi pánico, o que comprendiera lo asustado que estaba ante la idea de perderlo.