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El aire fresco de Nueva York se filtraba entre los rascacielos, y la ciudad brillaba bajo las luces de Times Square. Pero en ese momento, Peter Parker no estaba pensando en la majestuosidad de su ciudad; tenía una misión mucho más personal. Como Spider-Man, se había enfrentado a amenazas de todo tipo, pero nada lo ponía más nervioso que la idea de ser descubierto en su cita secreta con la hija de Tony Stark.
Desde hacía unos meses, Peter y ella habían desarrollado una relación especial. Lo que comenzó como una amistad inocente había crecido hasta convertirse en algo más profundo. Pero había un pequeño detalle: Tony Stark, el hombre que Peter admiraba como mentor y figura paterna, no tenía idea de lo que estaba sucediendo entre su hija y el joven héroe.
Peter aterrizó suavemente en la azotea de un edificio cercano a la Torre Stark. Sabía que, a pesar de su habilidad para escabullirse, estaba jugando con fuego. Si Tony se enteraba, las consecuencias podrían ser impredecibles. Pero no podía evitarlo; su atracción hacia ella era demasiado fuerte.
Desactivó rápidamente el sistema de seguridad de la azotea con el código que ella le había dado. Era una medida temporal que le permitía entrar sin activar las alarmas de Stark Industries. La puerta se abrió con un suave clic, y Peter se deslizó al interior del edificio, avanzando por pasillos poco iluminados hasta llegar a una sala donde la luz tenue de una lámpara rompía la penumbra.
Ella estaba allí, sentada en el borde de un sofá, con una sonrisa que iluminaba su rostro. Su cabello caía suavemente sobre sus hombros, y Peter no pudo evitar pensar en lo afortunado que era de tenerla en su vida, aunque fuera en secreto.
—Llegas tarde, Parker —dijo ella con una sonrisa juguetona.
—Tráfico aéreo —bromeó Peter, acercándose a ella y quitándose la máscara. —¿No me vas a saludar?
Ella se levantó y lo abrazó con fuerza, sin decir una palabra. Era un abrazo que transmitía todo lo que sentía por él, y Peter correspondió con igual intensidad.
—Te extrañé —susurró ella, con la cabeza apoyada en su pecho.
—Yo también —respondió Peter, acariciando su cabello suavemente.
Después de unos segundos, ambos se separaron, pero sus manos seguían entrelazadas. Había una conexión entre ellos que iba más allá de las palabras, algo que solo podían compartir en esos momentos robados.
—¿Cómo fue tu día? —preguntó ella, guiándolo hacia el sofá.
—Interesante —dijo Peter con una sonrisa, sentándose junto a ella. —Un par de exámenes, un atraco frustrado, y ahora estoy aquí contigo. ¿El tuyo?
—Normal, excepto por las reuniones interminables con papá sobre su nuevo proyecto. Me siento como si estuviera en una clase de física avanzada cada vez que habla de sus ideas —dijo ella con un suspiro.
