Capítulo Siete

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«¡Dios santo!», pensó. No había funcionado. Ni el paseo por Regents Park, ni la visita a la joyería habían logrado que dejara de pensar en el sexo.

Ohm terminó la llamada por el teléfono móvil al servicio de comidas a domicilio y se metió en la limusina.
Había hablado con la empresa de catering que solía contratar cuando estaba en Londres. Al menos la presencia de los empleados aquella noche haría que no se abalanzara sobre Fluke.

Frunció el ceño. Esperaba que así fuese.

Había pensado llevarlo a cenar fuera, pero del modo en que estaba reaccionando su cuerpo era una vergüenza mostrarse en público.
Cuando el chofer los había dejado para que dieran un paseo por el parque, Fluke se había acercado al hombre y le había dicho: —No hemos parado a comer porque hemos hecho un desayuno fuerte. Pero debe de estar hambriento usted. No nos importa esperarlo para que coma algo...

Fluke había parecido muy preocupado por el chofer.

—Es muy amable de su parte, señor. Pero la señora siempre me prepara un bocadillo para comer. Ahora usted disfrute del paseo.

Era la primera vez que uno de sus acompañantes se preocupaba por el bienestar de otro ser humano, pensó Ohm.

No quería mirarlo. Lo deseaba tanto...

Distraídamente, Fluke jugó con la cadena de oro que le había comprado Ohm. Cuando se la había probado, el roce de los dedos de Ohm en su cuello le había puesto los pelos de punta. Y lo había excitado...

No había querido que siguiera gastando dinero en él, pero había tenido que admitir que la cadena era el accesorio perfecto para su traje.
Al menos, sería un recuerdo que podría dejarle a su hijo... Como su madre le había dejado el colgante a él...

Su mano se deslizó hacia su regazo. Tal vez ya tuviera un hijo suyo en su vientre, pensó.

Era una locura, pero deseaba con toda su alma llevar un hijo de Ohm en su vientre.

Se giró hacia él y, aunque el cristal impedía que los escuchase el conductor, le dijo confidencialmente en voz baja: —Hemos sido tontos. Se puede comprar un test de embarazo en la farmacia, ¿no? Así lo sabremos seguro.

Sí, tenía razón.

Ohm se quedó callado.

Era cierto. Podrían haberlo hecho ya. O podría haber tomado la píldora del día siguiente. Había sido en lo primero que había pensado él. Y lo había descartado inmediatamente. ¿Por qué? ¿Porque inconscientemente quería una excusa para tenerlo a su lado?

A Fluke apenas se le había ocurrido la prueba de embarazo. Su ingenuidad era una de las cosas que más le gustaba de él.

Se moría por estrecharlo en sus brazos. Ohm se estremeció. ¡Era increíble las emociones que despertaba Fluke en él!

Seguramente Fluke estaría esperando que él le ordeñase al chofer que parase en la primera farmacia que viese...
Entonces Ohm pensó que, estuviera embarazado o no, quería que se quedase con él.

Y no era solo sexo. Era mucho más.
Cerró los ojos. Las ganas de estrecharlo en sus brazos, de abrazarlo, de besarlo hasta hartarse, eran casi irreprimibles. Se alegraba de estar llegando al apartamento. Iba a tener que pensar largo y tendido acerca de lo que deseaba realmente. No quería actuar impulsivamente. Lo había hecho hacía diez años y había aprendido una lección.

Pero Fluke no era como Magdalena, o como las otras harpías, que tenían cajas registradoras en lugar de corazón.

—¿Señor?

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