Capítulo Ocho

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Hubo un silencio denso.

Fluke sintió ganas de llorar. No hacía falta que dijera nada Ohm. Él sabía que se apartaría. Sabía que su afirmación le haría daño.

Ohm se sentó en la cama, se puso el albornoz y se ajustó el cinturón. Lo miró y le dijo: —No te creo.

El chico perfecto era tan imperfecto como todos los demás. El no tenía idea de qué clase de juego perverso estaba jugando Fluke, pero sabía que Marcus había adorado a su esposa, a su adorable tía Lucia.

Marcus había dedicado su vida a su esposa inválida, y la había cuidado hasta el final de sus días. No lo creía capaz de tener una amante, y menos de dejar abandonada a su amante con su hijo... Que era lo que Fluke le estaba dando a entender si era verdad lo que le había comentado sobre la historia de su madre: una mujer que había sido madre soltera y que había pasado penurias económicas.

¡Si pudiera creer lo que decía!

—Lo siento, pero es verdad —dijo Fluke con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos.

Fluke era un actor perfecto, pensó Ohm.

Detrás de esa apariencia de inocencia, escondía una mente retorcida. Pues él sería igual de bueno para ocultar el dolor que le había causado él con sus palabras.

Ohm se dio la vuelta y fue a encender la luz de la habitación. Necesitaba verlo mejor, adivinar lo que estaba pasando por su hermosa cabecita.
Cuando se dio la vuelta, vio que él se había tapado hasta la cabeza. Un poco tarde para ocultar su desnudez, teniendo en cuenta la intimidad que acababan de compartir, pensó él con ironía. Luego vio las lágrimas en los ojos de Fluke y le dijo más suavemente de lo que pensaba:
—No sé qué pretendes diciendo que mi padrino dejó embarazada a tu madre y que luego se lavó las manos, abandonando a tu madre y a ti. ¿Pretendes sacar tajada de esta historia? Tu madre ya no está aquí para mantenerte, así que ahora depende de ti. Supongo que no dirías algo así si no hubieras preparado algo convincente para avalar tu historia.

Ohm se dio la vuelta. Una parte de él no podía soportar verlo llorar, con esas lágrimas silenciosas que rodaban por su piel tan blanca.

—Voy a ducharme. Tienes cinco minutos para pensar cómo vas a convencerme. Y te advierto, no será fácil. Has decidido conseguir algo, ¿no? Si convences a Marcus de que eres su hijo perdido, puedes sentarte a esperar tranquilamente su herencia. Ni lo sueñes, Fluke. Eso no sucederá. ¡Yo mismo lo impediré!

Fluke lo observó cerrar la puerta del cuarto de baño y sintió un dolor profundo en su corazón. El cuento de hadas del que había sido protagonista se había transformado en una tragedia.

¡Amaba a Ohm y este pensaba que era un calculador e interesado! ¡Lo había tildado inmediatamente de estar actuando, y de maquinar un plan para beneficiarse del dinero de un hombre rico! ¡Sus estúpidos sueños románticos habían terminado!

Se secó las lágrimas con la sábana y sollozó. Él no había pensado nunca que lo pudiese amar, no estaba totalmente loco. Los hombres como él no se enamoraban de chicos como él. Pero había fantaseado con que pudiera tenerle afecto, que sintiera cariño por alguien que quedaría como un bonito recuerdo en su memoria, una cierta ternura por el regalo del amor que le había dado.

Una tontería. Para él, Fluke no había sido más que un rato de sexo, pagado con ropa cara.

Fluke se levantó de la cama y volvió a su habitación. «¡Cinco minutos para planear algo!», recordó sus palabras. ¡Podría darle todas las pruebas que quisiera en menos de cinco segundos! ¡Pero no se las daría! ¡Tendría que esperar!, decidió, furioso, conteniendo el llanto.

Inocente confesión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora