Capítulo Siete

31 7 0
                                    

Daphne

La puerta del bar se abrió, haciendo que deje los vasos de nuevo sobre la barra.

—Disculpe, está cerrado —dije fastidiada.

—Tranquila, Rosa —dijo la persona caminando hacía mi, y cuando vi quien era suspiré y volví a tomar los vasos—vengo a ver que tal va el trabajo, no te has comunicado conmigo por días.

—Tenemos algunos problemas, pero cuente con su información. Además como pudo ver en el letrero, está cerrado, y si vuelve a venir sin avisar me va a deber un vaso.

El frunció el ceño y apoyo sus brazos sobre la barra.

—¿Cual vaso?

—El que le voy a aventar si me sigue molestando.

Me observo con el ceño fruncido durante unos segundos, antes de echarse a reír.

Levante una ceja sin entender la causa de su risa. Y segundos después de terminar de reír me miró con una sonrisa de oreja a oreja.

—Eres encantadora.

—Lastima que no pueda decir lo mismo.

Caminé hacia la bodega y dejé los vasos en la estantería, y también tome un trapo de una de las cajas.

—¿No es muy temprano como para cerrar en sábado? —preguntó cuando me acerqué de nuevo, y él aún conservaba una sonrisa.

—Si —dije seria— Los brazos —señalé con la cabeza sus brazos. El me entendió y los retiro de la barra para dejarme limpiar.

Comencé a pasar el pedazo de tela, quitando las manchas de alcohol que tanto odiaba.

¿De verdad los clientes deben tirar medio trago sobre la barra?

—¿Y entonces?

—¿Y entonces que?

El me miró alzando una ceja, haciendo que aviente el trapo azul hacia la silla a mi lado al darme cuenta de que no se iría hasta contarle

—Hay algunos problemas en la ciudad.

—¿Que tipo de problemas?

—Problemas. No haga preguntas, no tengo por qué respondérselas.

—En realidad si. Te estoy pagando para conseguir información, y si hay algo que obstaculiza tu trabajo, creo que merezco aunque sea una pequeña explicación ¿No crees?

Tome aire profundamente y cerré los ojos. Los abrí después de contar hasta el diez.

—Será mejor que se siente —el me hizo caso y me pidió permiso con la mirada para tomar una silla, pues estas ya estaban apiladas en una esquina del local.

Asentí y el acercó la silla hacia la barra.

Se sentó y me miró expectante.

—La escucho

Suspire y me apoyé contra la barra.

—¿Recuerda a mi jefa? —asintió— Bueno, su mejor amiga, Paulina, acaba de divorciarse. Todos nos sorprendimos mucho, ellos llevaban más de diez años de casados. Al día siguiente de su divorcio, su ex-esposo se fue de la casa, y desde ese día, no hemos sabido nada de Paulina, y eso nos tiene muy preocupados a todos en la ciudad.

Él me miró, asintiendo lentamente, como si estuviera pensando en algo.

—¿Y no han ido a su casa?

—Si, pero no hay nadie. Isabella tiene las llaves de esa casa, pero no hay nada.

—¿Y le hablaron? ¿Había algo extraño dentro de la casa?

—Claro, le marcamos de todos los números posibles, pero nada. Y según mi jefa no falta ni una prenda de su ropa en esa casa —él volvió a asentir— Muchos creen que se fue a pasear para despejar la mente después del divorcio, lo cual tiene sentido. No todos los días te quitas ochenta kilos de encima.

—¿Quitarse ochenta kilos de encima?— preguntó con una mueca de confusión en su rostro.

—¿No escuchaste que se acaba de divorciar?

—Oh

—Bueno, el punto es que la ciudad siempre ha sido muy unida, y el hecho de que alguien no aparezca nos pone muy nerviosos desde... —me quedé callada, recordar eso hizo que se me oprimiera el pecho. Apreté los ojos y volví a mi fachada seria, y para mi suerte, Nikolai no me estaba mirando, así que creo que paso desapercibido el corte de mi oración. Tome de nuevo el trapo.

El se quedó viendo la barra unos cuantos segundos.

—Puedo ayudarte a buscarla

Detuve de nuevo mi labor de limpiar apenas el término su frase.

—¿Disculpe?

—Puedo ayudarte a buscarla —repitió, a lo que levanté una ceja.

—Esto no es algo que le incumba.

—En parte si. A fin de cuentas, yo te contrate para que hicieras un trabajo por mi, y si tienes algún obstáculo para completarlo, me parece bien ayudarte a eliminarlo.

Abrí la boca para decirle algo pero no salió nada.

El me siguió mirando como si nada, con una sonrisita en los labios.

—¿Desde cuando los mafiosos son tan amables?

Se encogió de hombros.

—Bueno, usted decide si quiere que la ayude o no. Pero yo seguiré insistiendo con mi trabajo, pero si me deja ayudarla, tendrá más tiempo.

Lo pensé durante unos segundos.

Era una oferta tentadora, con sus contactos sería más sencillo tener alguna pista sobre Paulina.

Pero por otro lado, tener a un mafioso desconocido por un tiempo ayudándome, sería un tanto extraño.

Pero supongo que serán más los beneficios, así que tendré que aguantarme.

—Bien, puede ayudarme —dije tras un suspiro.

Si sigo así me voy a desinflar.

—Gracias por dejarme ayudarla —dijo con un ligero toque de sarcasmo en su voz.

Tome el trapo y seguí limpiando la barra, mientras el me preguntaba ciertas cosas para reunir información acerca de lo que sea que haya sucedido con Paulina.

—Volveré aquí mañana junto a mi hermana, y le diremos que conseguimos —se puso de pie y fue a acomodar la silla en donde estaba antes.

—¿Tiene una hermana? —levanté las cejas un poco sorprendida, a lo que él asintió divertido.

—Aunque no lo crea, tengo una hermana, linda.

—¿Disculpe? —pregunte ante la última palabra, deteniendo de nuevo mi trabajo para mirarlo con el entrecejo fruncido.

—Mi hermana. Mi linda hermana —dijo rápidamente como si nada, pero había un ligero color rojo en sus mejillas.

—Lo espero aquí mañana —cambie de tema— ¿a que hora vendrá?

—Entre ocho de la mañana y ocho de la noche.

—Ni que fuera un repartidor —susurré y voltee los ojos.

El río un poco, antes de acomodarse de manera elegante el saco gris oscuro que llevaba puesto.

—Hasta mañana, Rosa.

—Hasta mañana, Nikolai.

Sangre y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora