Al abrir los ojos lo primero que vio fue la cara dormida de su marido. Anoche habían acabado durmiéndose entrelazados de nuevo. Esta vez la cabeza de Juanjo descansaba en su pecho, sus brazos sobre la cintura de este, la pierna de Juanjo sobre las suyas... Cada día era diferente, pero tenían el mismo efecto en Martin. Le recordaba lo suertudo que era de tener a Juanjo a su lado todos los días.
Movió la mano, que descansaba en su cintura, al pelo del mayor y dejó suaves caricias para intentar despertarle. "Amor, hay que despertarse."
Juanjo se movió un poco, pero acabó abrazándolo más fuerte aún. "Cinco minutos más." Susurró y Martin suspiró. Lo de madrugar tanto no lo llevaba bien.
Se levantó de la cama, como pudo y sin despertarle, y, antes de salir de la habitación, dejó un beso sobre su frente. Anduvo hacia la entrada, donde estaban las maletas y las mochilas, y revisó que no faltaba nada para su viaje: bañadores, crema, comida para el coche...
"Buenos días, aita." Se asustó. Vega se había acercado a él sin darse cuenta. Martin, como casi todas las mañanas, abrió sus brazos para que Vega se pusiera entre ellos. Descansó su cabeza sobre su hombro.
"Buenos días, cielo. ¿Has dormido bien?"
"Sí." Se separaron, poco a poco.
Todavía le sorprendía lo alta que estaba ya. Hace nada ni le llegaba por la cintura... Intentó pensar en otra cosa para no ponerse nostálgico, era demasiado pronto. "¿Y Naia? ¿No se ha despertado todavía?"
Cuando celebraron su primer aniversario de bodas, Juanjo y él decidieron que querían adoptar a otro niño. Sabían que no era un proceso fácil y que, además, podría llevar incluso años. Pero sabían que querían cuidar a otro niño, que tenían los recursos para ello y que era el momento idóneo. Tras todo el papeleo y la interminable espera, pasaron dos años hasta que recibieron una llamada. Naia, una niña de cinco años, había llegado a un orfanato meses atrás y pensaban que era la familia idónea para ella. Ese día Juanjo y él no pararon de llorar. No podrían ser más felices. Y cuando se lo contaron a Vega se pasaron horas llorando los tres. Fue uno de esos días que sabía que nunca se iba a olvidar.
La primera vez que la conocieron sintieron que todo encajaba. Fueron solo los dos ya que les recomendaron ir poco a poco... Cuando Naia les vio, se acercó con pasos pequeños e inseguros, les saludó con su manita y sonrió tímidamente. Ellos se agacharon para estar a su altura.
"Hola Naia. Me llamo Juanjo y él se llama Martin." La niña les miraba confundida. Sin embargo, se acercó un poco más a ellos.
Martin sacó un juego que le habían comprado hacía unos días. "Hemos traído un juego súper chulo, ¿te apetece jugar?" La pequeña miró el juego con intensidad y después observó sus caras, como si estuviese debatiendo si era seguro. Al cabo de un rato, asintió. Se sintió aliviado.
Jugaron durante unas horas, pero no consiguieron que dijera nada. Les habían advertido que era común, que no se lo tomaran a mal. A ellos les dió igual, habían conseguido que la niña riera varias veces y eso era mucho más importante que unas simples palabras.
Cuando les avisaron de que deberían irse, recogieron el juego y Naia les ayudó. Se despidieron con la mano para no asustarla, esta vez ella no devolvió el saludo. Se acuerda que Juanjo le miró un poco decepcionado. Le dio la mano para animarle y empezaron a irse. Cuando estaban a punto de salir por la puerta, escucharon unos pasos acelerados detrás de ellos. Se dieron la vuelta y se encontraron a Naia corriendo hacia ellos. Cuando les alcanzó, paró un momento para coger aire y les miró. Intercalaba su mirada entre la puerta y ellos. Duró unos minutos hasta que abrió la boca. "¿Vais a volver?" No pudieron evitar sonreír... El resto era historia.
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Wouldn't it be nice?
RomantikMartin nunca se podría haber imaginado que se acabaría enamorando del padre de su alumna.