Capítulo 2

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Alayna había esperado que Arpón de Sal fuera la típica aldea pesquera que solía encontrarse en Iörd: un conjunto de casuchas bajas rodeadas por una tosca empalizada de troncos, a orillas de la fría inmensidad del mar Blanco. Había sabido con solo echar un vistazo al mapa que les costaría un esfuerzo considerable llegar hasta allí. La aldea se ubicaba en el extremo occidental del reino, más allá del entorno escarpado y traicionero de los picos de Lanza de Hielo.

Era una tierra gélida y dura, como todo en el Norte, pero Arpón de Sal resultó ser muy distinto del villorrio miserable que se había imaginado. Las calles tras la empalizada estaban adoquinadas y limpias, los muelles del pequeño puerto lucían bien mantenidos y eran más las casas de piedra con argamasa que las chozas de paja y madera. Daba una impresión de pulcritud, de prosperidad. Un lugar de lo más encantador.

De no haber estado en llamas.

Alayna tragó saliva, aterrada y fascinada a partes iguales. Los soldados del rey Hándigus, imponentes en sus armaduras negras, avanzaban por la plaza central del pueblo como un único ser, presionando a punta de lanza y espada. Los rebeldes de Arpón de Sal, hombres barbados con capas de piel, resistían tras sus escudos de roble, rugiendo como animales. Los hombres del rey eran poco más de una centena, los rebeldes, en cambio, parecían llenar las calles como avispas brotando de un panal.

Alayna no entendía muy bien aún cómo habían llegado a aquello. Había oído rumores de una posible revuelta en el oeste, pero en su mente apenas se había imaginado unos pocos grupos dispersos, famélicos y mal equipados, no el pequeño ejército que salió a recibirlos en cuanto cruzaron la empalizada.

—El clan Hakon gobierna Arpón de Sal desde hace siglos —les había explicado el maestro Rángfrid unos días atrás—. Es un clan pequeño, sí, pero muy antiguo y orgulloso. Nunca han estado en los mejores términos con la casa Yngvin, la verdad sea dicha. En el pasado, antes de que los Yngvin se convirtieran en reyes, ambos clanes guerrearon en más de una ocasión. Su inquina a la corona no ha cambiado mucho desde entonces. Agacharon la cabeza como todos los demás, sí, pero no han dejado pasar la oportunidad de mostrarse beligerantes. En los últimos tiempos, por ejemplo, se han negado a pagar los nuevos impuestos del rey; de hecho, algunos de los recaudadores reales destinados a esa zona han desaparecido, y nuestros espías nos dicen que los Hakon han estado sembrando el descontento en las poblaciones cercanas... Así que no se sorprendan si nos encontramos con un grupo organizado y numeroso de rebeldes esperándonos en Arpón de Sal.

Alayna y sus compañeros de estudio, Ran y Esken, habían prestado suma atención a la exposición del maestro, pero no se la habían tomado demasiado en serio. Si había aprendido algo en su corta estadía en Iörd, era que el rey Hándigus Ygvin gobernaba con mano de hierro sus dominios. Por historia y por tradición, tanto el pueblo llano como los clanes se sometían solo a la autoridad del más fuerte, y no había nadie más fuerte en todo el Norte que los Ygvin, asentados desde hacía más de mil años en el monstruoso Palacio de los Dioses, un lugar cuya magia y magnitud escapaban a la comprensión. Que alguno de sus vasallos pudiera siquiera pensar en rebelarse no parecía posible.

Y sin embargo ahí estaban, en la retaguardia de una batalla, atentos a cada gesto y palabra del maestro Rángfrid.

El maestro estaba de brazos cruzados junto a Halfan, capitán de la guardia del rey y oficial al mando de la operación. "Al mando" era solo una forma de decir, pues todos sabían quién tenía el control allí en realidad. Puede que de cara al resto del reino no ocupara más que un simple cargo como embajador, pero el maestro Rángdrid era un prodigio de la hechicería; un hombre que, pese a provenir del más humilde de los clanes, había escalado hasta convertirse en la mano derecha del mismísimo rey del Norte.

—Que la segunda unidad de infantería cargue —dijo, escudriñando la violenta escaramuza que se libraba apenas un centenar de metros más adelante—. Ahora.

Crónicas de Kenorland - Relato 11: DesenlacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora