Alberion no estaba por ninguna parte.
Aiden llevaba horas enteras buscándolo por todo el castillo, pero el muy cabrón parecía haberse desvanecido en el aire. No estaba en la Torre de Acero, ni en la de Hierro, ni en la gigantesca mole de la Torre de Oricalco, que se pegaba como una amante a la pared de roca de las montañas. No lo había encontrado entrenando en el Círculo Sangriento, ni preparando su montura en los establos. Había desaparecido.
Hasta cierto punto, resultaba irónico. Jamás se imaginó que por voluntad propia iba a terminar buscando a aquel hijo de puta, pero luego de su encuentro con Jenna solo podía pensar en una cosa. Debía encontrar a Alberion. Debía dar con él... y asesinarlo.
En un rincón de su mente una vocecilla le advertía que no podía hacer algo así. No podía simplemente olvidarse de la ira que lo había llenado cuando supo lo que estaba tramando Ferl. Aquel malnacido tenía planeado asesinarlo. Que él mismo pretendiera hacer lo mismo ahora era una hipocresía brutal.
Pero él no era el Cazador.
Si había alguien sobre la faz del Mundo Conocido que se merecía que lo mataran a traición, ese era Alberion. Sí, a traición. Aiden aún tenía la compostura suficiente como para mantener la cabeza fría. Sabía a la perfección que no tenía la más mínima oportunidad si iba de frente contra él... pero había muchas formas de liquidar a un hombre, como bien la había dicho hacía solo un par de días. Un pequeño corte con una hoja embadurnada en matalobos. Una lanza o una flecha por la espalda. Una gota de viuda blanca en el vino. Había muchas formas.
«Se lo advertí» recordó Aiden. «Le advertí que lo mataría si le hacía daño».
Alberion no había hecho el más mínimo caso a su amenaza. No solo había humillado a Jenna en el Círculo, sino que le había desfigurado el rostro por el mero placer de hacerlo. La sensación de que todo aquello era su culpa no dejaba de atormentarlo. Tendría que haber convencido a Jenna de que no se enfrentase a él, por más que estuviera emperrada en hacerlo. Lo había intentado, sí, pero al darse de lleno contra su muro de negativas, había terminado por ceder. Había aceptado la idea de respetar su decisión, pese a que sabía que era una locura. Y además... por otro lado... ¿Alberion le habría rajado el rostro si él no le hubiese dicho que no se atreviera a lastimarla? ¿Acaso lo había hecho como una cruel represalia a su advertencia? ¿Era él el culpable de que Jenna hubiera terminado así?
«Es lo mismo otra vez...» Aiden sintió una repentina punzada de pavor al comprenderlo. «Otra vez es mi culpa...»
Diez años atrás había tomado la terrible decisión de abandonar para siempre el Sindicato e iniciar una nueva vida. Lilka, Gilbert y todos los demás habían pagado por ello. ¿Era Jenna ahora quién debía pagar con su sangre las consecuencias de sus decisiones?
Apretó con fuerza los puños.
Iba a matar a Alberion. Iba a hacerlo. Le importaban un carajo las reglas del Sindicato y las advertencias del Maestro. Lo haría por Jenna, por la Jauría. Se pasó la yema de los dedos por la cicatriz. Y también lo haría por él mismo. Iba a acabar con ese hijo de puta de una vez y para siempre.
Pero primero debía encontrarlo.
Aiden se detuvo ante el Círculo Sangriento, frente a la cara este de la muralla. Observó a su alrededor con sumo detenimiento. No tenía sentido volver a recorrer de punta a punta el castillo. Había buscado a conciencia, y si no había logrado dar con él era porque muy probablemente ya se había marchado. Aquello resultaba extraño. Era tradición permanecer al menos una semana en la Fortaleza luego de la Prueba, y solo podían marcharse cuando el Maestro daba su autorización expresa. El plazo aún no se cumplía, ¿por qué Alberion había abandonado el castillo?
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Crónicas de Kenorland - Relato 11: Desenlaces
FantasyTras los sucesos de la Prueba, Aiden y Hágnar se disponen a saldar nuevas y viejas deudas antes de abandonar la Fortaleza, pero una inesperada visita cambiará para siempre sus destinos. Mientras tanto, en el Norte, Alayna descubrirá los verdaderos h...