01 | Una última noche en Países Bajos

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Michel, mi amor— el mayor trató de llamar suavemente. Cerró los ojos cuando los gritos de su pequeño niño de dos años se hicieron más fuertes.

Max observó con lágrimas en los ojos a la bolita rubia, la cual estaba sentada en su regazo mientras agitaba las manos desesperadamente y balbuceaba cosas que no podía entender.

—Mi amor, no te entiendo— Max estaba a dos segundos de ponerse a llorar.

Acomodó al pequeño para mecerlo suavemente en sus brazos. Michel enseguida enterró su cabecita en su cuello, cerca de su glándula odorífica. El omega no podía entender lo que le pasaba a su hijo, hace algunos meses que había dejado de llorar por la mínima razón.

Max acababa de llegar de su trabajo, le rompía el corazón que esto fuese lo que lo recibía. Recién había entrado por su puerta cuando su hijo llegó corriendo hacia sus piernas para abrazarlas con fuerza.

El omega mayor alzó su cabeza para olisquear el ambiente, encontrándose de lleno con las fuertes feromonas de él. El donador de esperma para su hijo. Ese hombre no merecía llamarse papá de Michel.

Al oler ese intenso aroma a orégano pudo entender lo que tenía a su hijo así. Michel era un omega al igual que él, su lobo era muy sensible ante todos los olores, aún más al de los alfas. Por esa razón el pequeño omega pasaba la mayoría del tiempo pegado al cuello de su mamá.

Max estaba harto de esta situación. Se había casado con ese imbécil por obligación, su padre siempre le repetía lo mismo.

"Eres un omega, Max. Para lo único que me servirás será para conseguirte un buen alfa y tener a mis nietos."

Max lo odiaba. A su jodido padre y a toda esta unión, pero no podía evitar sentir que su papá tenía algo de razón.

A pesar de ser dominante, apenas había podido conseguir un trabajo de recepcionista en un hotel, el cual no pagaba muy bien, pero era lo suficiente para cubrir los gastos de Michel y él.

Por supuesto que el alfa imbécil, al vivir con ellos, le ayudaba con algunos gastos, pero Max lo guardaba todo por si algún día tenían que huir.

Parece que ese día por fin había llegado. Pues nunca había encontrado a su hijo así, parecía tan asustado

Bajó su mirada hacia el omega en sus brazos. Analizó a detalle su bonita carita, sus redondas mejillas completamente rojas por llorar, sus ojitos que se encontraban cerrados pero sabía que eran de un tono azul oceánico, muy similar al suyo, enmarcados por finas pestañas doradas que se volvían casi invisibles ante el sol y finalmente su cabello rubio.

Muchos decían que era su viva copia. Quizás tenían razón.

Dejó una pequeña caricia en la cabeza de su bebé y se levantó, teniendo cuidado de no despertarlo. Avanzó hasta su recámara en el piso de abajo, desde un principio Max se había negado a compartir cama con el alfa, y a éste, aunque al principio no le pareció, terminó aceptando.

Recostó al niño entre las suaves mantas azules y dejando un último beso en su frente, salió del cuarto.

Ahora tenía que ir a buscar al idiota. Max no era tonto, sabía que tenía que proceder con precaución, porque el alfa era más alto y mucho más fuerte que él.

No hizo falta buscar más porque subiendo las escaleras al segundo piso, escuchó unos ruidos de golpeteo. Abrió la puerta de la habitación del mayor, y una bola de feromonas chocó con su rostro. Al disiparse, se encontró de lleno con la imagen de un tipo montando al alfa. Y ahí debajo de ese tipo, se encontraba Rico Verhoeven. El papá de Michel.

A lovely place to belong | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora