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Cuando llegué a casa, me hundí en la cama, acurrucándome entre las sábanas blancas. Sentía como si mi propio cuerpo me fuera ajeno, como si no reconociera a la persona que lloraba en la cama. Nunca había sido de llorar o de dejarme afectar por alguien, y mucho menos por un hombre. Pero esa noche, las emociones me desbordaban.

Ver a Tomás en esa fiesta fue como un golpe directo hacia mi pecho. La sorpresa de encontrarme con él, después de todo lo que pasó, me dejó con un fuerte pinchazo en el corazón. Intenté mantenerme tranquila, pero su presencia me hizo sentir una incomodidad que, aunque quisiera, no podía ignorar.

Las lágrimas resbalaban por mis mejillas mientras entraba a mi departamento. Aunque traté de distraerme y pensar en otra cosa, el dolor no desaparecía. No podía evitar acordarme de todo lo que había pasado entre nosotros hace unos años atrás, y esos recuerdos se volvieron un peso difícil de llevar.

Quería volver el tiempo atrás, quería parar este fuerte pinchazo que sentía en el pecho y olvidar este dolor que me estaba consumiendo cada vez más.

Sin embargo, mientras me acomodaba en mi cama, me daba cuenta de que no podía escaparme de la realidad. Las lágrimas seguían cayendo y el dolor seguía ahí, recordándome que, a pesar de mis intentos por avanzar, algunas heridas siguen abiertas y lo peor de todo, es que la culpa de todo era mía.

En la oscuridad de mi habitación, el silencio solo hacía que el dolor fuera peor. Las lágrimas continuaban cayendo, y aunque intentaba controlarlas, parecían fluir de una manera incontrolable. Mi mente estaba llena de recuerdos de Tomás, de cómo las cosas habían terminado así y todo por mi culpa.

Me seguía intentando acomodarme mejor en la cama, buscando una posición cómoda, pero nada parecía aliviar el malestar. Me sentía atrapada entre la realidad presente y el pasado que no podía olvidar. Cada pensamiento me arrastraba de nuevo a flashbacks de todo lo que había pasado entre nosotros, desde el tierno día en el que nos conocimos, hasta el cómo llegamos a terminar así; y el dolor que causaba recordarlo era tan fresco como si hubiera ocurrido ayer.

Recuerdo cómo Tomás y yo solíamos pasarla bien y disfrutar de la compañía mutua antes de que las cosas se volvieran complicadas. Verlo de nuevo había sido como abrir una herida que creía cicatrizada. Intenté concentrarme en las cosas buenas de mi vida, en los logros que había alcanzado, en la estabilidad que había construido, en el éxito que estaba teniendo mi carrera, pero el peso de la emoción era demasiado fuerte.

Quería simplemente dejar de sentir, volver a ser la persona fuerte y distante que solía ser. Pero en lugar de eso, me encontraba desmoronada, con el corazón agitado y la mente en un caos total. La idea de tener que enfrentar a Tomás nuevamente en el futuro me angustiaba, y no sabía cómo manejar esos sentimientos de vulnerabilidad que había despertado en mí.

Finalmente, me di cuenta de que no podía seguir luchando contra el dolor. Aceptar que estaba herida, que aún me afectaba lo que había pasado con Tomás, era el primer paso para sanar. Me quedé ahí, en la penumbra de mi habitación, permitiéndome sentir y llorar, mientras intentaba encontrar una manera de reconciliarme con mi pasado y de avanzar, sabiendo que, a veces, las heridas necesitan tiempo para sanar.

Todo en la vida vuelve... - C.R.ODonde viven las historias. Descúbrelo ahora