III. Bernabéu

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Unos días después, Enzo se levantó mientras escuchaba Los Redondos sonar en la cocina, y sonrió.

Miró su anillo y su sonrisa se hizo más amplia. A veces no podía creer que Marcos fuera... su marido. No su novio, marido.

Fue a la cocina, y sonrió aunque la escena frente a sus ojos la veía todos los días. Ver a Marcos preparando el desayuno era una escena que nunca lo cansaría, y aunque Rojo era el único que jugaba, aún seguían con la rutina de cuando ambos eran futbolistas.

—Pequitas —escuchó cerca de su oído. Miró y sonrió al ver a Marcos a su lado—. ¿Cómo dormiste?

—Bien —susurró Enzo, y lo besó—. ¿Vos?

—Bien —dijo Marcos mientras se separaba y seguía en lo suyo.

Bernabéu corrió hacia Enzo para saltarle encima, y Enzo se rió mientras lo saludaba.

—Hola, bebé de papá —saludó, arrodillándose para acariciarlo.

Marcos, casi en silencio, terminó de preparar todo y empezó a cebar el mate, dándoselo a Enzo.

—¿Estás bien? —le preguntó Enzo.

Marcos asintió, comiendo una tostada.

—Estás muy callado —le dijo Enzo.

Estoy bien —le dijo Marcos, de una manera que Enzo no se atrevió a replicar.

Suspiró y siguieron con el mate en silencio. Pérez sentía algo raro entre ambos, pero no se animó a preguntar. No quería pelear tan temprano.

Marcos se fue a entrenar apenas dándole un beso, y aunque el mayor no quería hacerse la cabeza, sentía que a Marcos le pasaba algo. Algo con él.

Y no podía evitar pensar que tenía la culpa, que el hecho de que no pudiera tener hijos iba a afectar su relación en algún momento, pero no... no tan pronto. No pensaba que los afectaría tan pronto.

Se sentó en el sillón intentando despejarse, y se puso a leer Cumbres Borrascosas (la había leído varias veces, ¿y qué?). Berna se acercó y lamió su rodilla, haciéndole cosquillas.

—Bernabéu —se rió, mientras lo ayudaba a subir al sillón a su lado—. No sé qué le pasa a papá —suspiró, mientras lo acariciaba. Berna gimoteó—. Estuvo raro hoy, lo sé.

Bernabéu lamió su cara, sacándole una risa triste a Enzo.

—No puedo estar triste si estás vos, Berna —sonrió, y siguió leyendo.

Enzo siguió acariciando a Berna mientras leía, pero su mente no lograba concentrarse en la historia. Cerró el libro y dejó escapar un largo suspiro.

—No sé, Berna, tal vez... tal vez soy yo —murmuró, bajando la mirada hacia el perro que lo observaba con esos ojos grandes y brillantes—. ¿Creés que papá ya está cansado de todo esto? —preguntó.

Berna gimoteó y acercó su hocico a la pierna de Enzo, como si entendiera que algo no estaba bien.

—O quizá... ¿creés que no vamos a poder superar esto? —Enzo se detuvo un momento, dejando que las palabras flotaran en el aire—. Es que es tan difícil...

Berna, como si sintiera la angustia de su papá, levantó la cabeza y la apoyó en el vientre de Enzo, lamiendo con delicadeza.

—¿Qué estás haciendo? —Enzo rió suavemente, acariciando la cabeza del perro—. No te hagas ilusiones, ¿sí? No podemos seguir... no podemos pasar por eso de nuevo.

Pero la sonrisa se desvaneció rápidamente al recordar las historias que había leído sobre cómo los perros, a veces, podían detectar cosas que los humanos no podían. Había escuchado de personas que decían que sus perros sabían que estaban embarazadas antes de que ellas mismas lo supieran.

—¿Vos creés en esas cosas, Berna? —preguntó, pero su voz era apenas un susurro, con una mezcla de esperanza y miedo—. No me hagas pensar en eso... no otra vez.

Berna gimoteó de nuevo y volvió a lamer el vientre de Enzo, esta vez con más insistencia, como si intentara decirle algo.

—No... no puede ser —murmuró Enzo, sintiendo un nudo en la garganta—. No podemos... no debería... —se corrigió, luchando por contener las lágrimas—. No voy a hacerme ilusiones otra vez.

El perro lo miró con esos ojos tan llenos de vida y ternura, y Enzo sintió un pinchazo de dolor en el corazón. Sabía que no debería, pero en lo más profundo de su ser, una pequeña chispa de esperanza comenzaba a encenderse. ¿Y si Berna sabía algo que él no?

—No... no —negó con la cabeza, tratando de reprimir cualquier atisbo de esperanza—. No puedo pensar en eso. No quiero pensar en eso.

Se dejó caer de nuevo en el sillón, abrazando a Berna con fuerza, como si eso pudiera evitar que la esperanza creciera más en su interior.

—No quiero volver a romperme... —susurró, más para sí mismo que para el perro.

Pero la idea ya estaba ahí, instalada en su mente, por más que intentara negarla. Y sabía que, al final del día, no podría evitar aferrarse a esa pequeña posibilidad.

Solo esperaba que, si esta vez no resultaba, tuviera la fuerza suficiente para seguir adelante.

Paternidad [Estando Juntos #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora