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Tenía 6 años cuando la vió.

"¿Por qué todo el mundo habla de ella? ¿Por qué no puedo parar de venir a verla?"

Observaba a Marta de la Reina de apenas 13 años como leía a través de la ventana de la finca De la Reina.

Las hojas de otoño teñían el paisaje dejando el cálido verano atrás. Ahora entendía a su padre cuando decía que no podría molestar a los señores, que el buen nombre de la familia era lo más importante que tenían que guardar.

Por ella.

Marta pestañeaba a una velocidad increíblemente lenta para los ojos de la pequeña Fina. Sus piernas se cruzaban con la postura de toda una vida de institutrices y de buenos modales.

Inalcanzable.

Sí, Marta de la Reina podría parecer una diosa a ojos de cualquier mortal que siquiera la viera pasear por un prado lleno de hojarasca. Fina tenía teorías sobre si sus pies podrían hacer que la hierba se abriera para crear los caminos del nuevo mundo.

La castaña dejó de querer prestar atención al libro y atravesó la mirada por la ventana. Clavó la vista en Fina que la observaba desde fuera. La morena abrió mucho los ojos al ser cazada por Marta observando cómo aprovechaba su tiempo antes de la época de escuela.

El azul intenso voló al alma de la pequeña Fina, el invierno más frío del mundo estaba a punto de aparecer y su sangre no hacía otra cosa que helarse.

Marta levantó una ceja interrogante y sin mediar ningún gesto más volvió a concentrarse en su libro.

El frío parecía que se había esfumado, y el corazón de la menor volvía a latir con más fuerza que nunca.

- Fina, ¿qué haces ahí cariño?

La niña siguió con los ojos la voz de su madre, la encontró mirándola de forma interrogante.

- Estaba jugando - su madre sonrió y acortó la distancia entre ellas mientras le tendía la mano a su hija.

- Ven cariño, está empezando a hacer frío. Deberíamos entrar en casa. Seguro que tu padre vendrá en breve.

La niña echó un último vistazo a la ventana y allí estaba el mar de la mirada de Marta de nuevo. El cielo parecía abrirse y empezó a hacer más frío. El suelo se cubría de escarcha, los dientes de Fina empezaron a chasquear y el hielo le recorría la piel, sin esperarlo, sin saberlo.

Ahora entendía a su padre cuando un día, sentada en la mesa de la cocina le dijo con el amor del mundo:

"Nuestros señores podrán ser amigos, podrán ser buenos, podrán ser malos a veces. Podrán quererte igual que una hija. Pero nunca podremos ser lo mismo Fina. ¿Lo recordarás?"

Marta bajó la mirada al suelo pensativa, los ojos marrón pardo de la morena observaron su tristeza.

"Nunca podremos ser lo mismo..."

- Mamá...

Adela paró su camino y reparó en la vista firme de su hija hacía el ventanal de la casa.

- ¿Qué pasa cariño? ¿Qué te preocupa?

- La señorita Marta nunca sonríe ¿por qué?

Su madre cauta ante la pregunta, hizo que la mirara a los ojos, pasó su mano por el cabello de su hija y respondió:

- Hay veces que nuestras condiciones nos hacen guardar cosas de nosotros mismos por un bien común. Al final todos tenemos deberes.

- ¿Como los del colegio?

- Exacto. Para ti, son de una forma y para ella son de otra.

- ¿Es que son más difíciles?

- Podríamos decir que tiene tareas más fáciles y otras más difíciles, como tu.

- Nunca podremos ser lo mismo...- repitió en voz muy baja.

- ¿Cómo?

- Nada, da igual...- La madre de la niña acarició la mejilla de su hija con la delicadeza suficiente para que clavara sus ojos en ella de nuevo.

-¿Te cuento un secreto?- Fina asintió despacio- La he visto sonreír cuando era más pequeña, incluso reír a carcajadas. Tiene una sonrisa preciosa- Fina miró a su madre con menos preocupación.

-¿En serio?

-Si. Pero...- la mujer se acercó a ella y la levantó en brazos riendo- No más bonita que la tuya- ambas empezaron a reír y Fina pasó sus brazos por el cuello de su madre y se abrazó a ella.

Por primera vez parecía que en el ambiente se quedaba un dulce olor a lavanda.

__

Marta observó cómo se perdían en la lejanía del patio, entre la brisa y el nuevo frío que se había instalado. Se atrevió a cerrar el libro y levantarse del sillón donde descansaba para mirar por el ventanal. El sol había empezado a caer y a ella solo le apetecía salir a correr.

Se escucharon pasos al final de la estancia y la niña corrió de nuevo a sentarse y aparentar de la mejor forma que no había separado los ojos del libro; ni para mirar al mundo directamente, ni mucho menos para mirar a Fina a los ojos. Era increíble observar a través de su mirada la libertad y la rebeldía cuando escudriña a través del cristal de la sala. Por supuesto todo eso mientras Marta hace que no sabe que está ahí.

- No hace falta que finjas conmigo.

La voz de Catalina relajó a la niña y no pudo sino mirarla con culpabilidad.

-Pasas mucho tiempo entre libros. Deberías salir algún día, todavía hace buen tiempo- Marta rodó los ojos con ironía hacia su madre.

-Padre dice...

-Tu padre quiere lo mejor para ti. Como yo, así que si tiene alguna sugerencia sobre como pasar el tiempo que me lo comente también- Marta agachó la cabeza y sonrió un poco.

Los mechones rebeldes de la niña se apresuraron por caerle sobre la cara. La mano de su madre los recogió detrás de su oreja y con los ojos llenos de delicadeza hizo que su hija se quitara la pequeña coraza de nuevo.

- Hija... ¿me puedes prometer una cosa?

- Claro.

- Nunca dejes que nadie te quite lo que eres. Somos quien somos, nuestra familia es la que es. Pero hay algo que jamás cambiará.

- No entiendo a qué se refiere madre- la mujer apuntó con el dedo índice al lado izquierdo de su pecho y sonrió.

- Esto hija. Nuestro corazón, donde no se juzga nuestro amor por la vida y las cosas. Lucha siempre por eso- Marta recibió el abrazo cálido de Catalina y la abrazó de vuelta como si temiera que se fuera a esfumar en un suspiro.

No quiso entenderlo.

El día que encontré a PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora