Capítulo 22: Los Pedazos Rotos

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Camino por las animadas calles de Forestwolf sin verdadero entusiasmo

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Camino por las animadas calles de Forestwolf sin verdadero entusiasmo. Es un pueblo en el que no pasan muchas cosas emocionantes, así que no es sorprendente que el equinoccio de otoño sea el tema de toda la semana; el festival inicia el sábado 23 de septiembre al atardecer y termina el martes 26 por la noche, así que los habitantes están comenzando con la decoración y los preparativos para que el festival de este año, el año que habrá luna llena roja durante el equinoccio, sea uno de los festivales más memorables.

En lo que a mí respecta, no me encuentro emocionado por el festival, ni por el equinoccio, ni siquiera por mi cumpleaños, que casualmente es justo el 26 de septiembre.

Si soy sincero, no creo estar sintiendo nada.

Han pasado unas cuantas horas, en las cuales me he sentido como en modo avión, estoy funcionando, pero sin captar nada; o como si estuviera en ese punto cuando te dan calambres por mucho tiempo y dejas de sentir el punzante dolor que al principio causa la falta de circulación de la sangre, sabes que sigue doliendo, pero te has acostumbrado a esa sensación que dejas de ser consciente de ella.

Me duele todo, mi corazón lo siento desgarrarse con cada segundo, con cara respiro; cada movimiento me lastima los huesos, los músculos, cada célula de mi ser; y me duele la cabeza, llena de recuerdos, preguntas, sentimientos y emociones.

Soy un hervidero de dolor en su estado más puro, sin embargo, no puedo concentrarme en ninguna de esas sensaciones. No puedo lidiar con el dolor de mi corazón porque el dolor de mi cuerpo me llama, y tampoco puedo lidiar con eso porque los recuerdos se arremolinan en mi cerebro, ese sueño repitiéndose una y otra vez, las palabras de mi madre en sus últimos momentos, sus gritos, la voz de ese hombre que la asesinó... la voz de mi padre. Cuando eso pasa, los sentimientos y emociones en mi interior erosionan y son tantos, la furia, la soledad, la tristeza, la traición, la decepción, el miedo, todos resonando tan fuerte y rápido que me es imposible descubrir cuál es el que predomina.

Se siente como si otra vez estuviera en la casa de Carolina del Norte, parado en la sala, con la sangre en mis pies y mi madre muerta frente a mí, se siente como volver a hace un año y ver mi vida entera venirse abajo frente a mis ojos. Se siente como haber sido el epicentro de un terremoto que destruyó toda la ciudad y después de lo que parecen años de calma, llega una réplica de la misma magnitud a destruir los pocos cimientos que se han vuelto a construir.

Cuando desperté, era de mañana. Era la primera vez en mucho tiempo que me iba a dormir y despertaba al día siguiente, las pesadillas me solían despertar por las noches y después la inquietud no me dejaba dormir bien. Era la primera vez que recordaba las pesadillas, la pesadilla, mejor dicho, porque ahora estaba seguro que aquel sueño era el que tenía cada noche, el que me hacía despertar aterrado y llorando hasta volver a quedarme dormido y el que no podía recordar al abrir los ojos por la mañana.

La muerte de mi madre me perseguía hasta con los ojos cerrados.

Pero no se trataba de un sueño, era un recuerdo.

Contigo a la Luz de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora