13.

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  Durante su estancia como prisionero, despertaba a ratos, cuando los guardias decidían divertirse a costa del sufrimiento ajeno. La reina le había dicho que estaba para eso; era un prisionero de la corona, no un rehén, y le torturarían por los crímenes cometidos.

  Le habían cortado el cabello, insinuando que le harían un favor entonces. De esta forma, cortaban enlace con la sangre Strong impura en sus venas. La sangre le había corrido por el cráneo ante los malintencionados cortes con navaja. Tenía rasgadas las ropas, signo de sus luchas interminables en cuanto querían hacerle algún daño, pero aun así el pulcro rostro del príncipe había sido magullado y lastimado de maneras en las que nunca le habían hecho. Sentía escocer los labios, por falta de agua. Suficiente para no morir, pero poca para que le dificultara moverse.

  Un prisionero, el primer prisionero de guerra, porque conocía bien a la mujer que lo trajo al mundo. No quedaría impotente con la noticia del usurpado trono por la puta Hightower, mucho menos ante la noticia del primogénito en el calabozo, aunque, quizás cuanto tiempo tardaría en descubrirlo. Posiblemente moriría antes de un ataque directo a desembarco del rey, sino de deshidratación, sería por mano de la reina.

  Estaba cansado, agotado de luchar, pero se mantenía firme. No cedería, incluso ante su último suspiro, porque había sido criado para comandar y dirigir, ser un pilar. Derrumbarse sería dejar caer el castillo sobre el resto. Podrían destruir el cuerpo, pero no quebrar su espíritu, nunca. La fuerza de voluntad era más fuerte que cualquier golpe, que cualquier herida abierta. Era un príncipe Velaryon de la casa Targaryen, y no titubeaba ante las dificultades.

  Por los pasillos del pestilente calabozo, pudo escuchar con claridad una combinación un tanto curiosa de palabras. "Aegon II, nuestro rey".

  Asumía que sería de esa manera. Alicent había usurpado el trono, y Aegon era el primogénito de la mujer. Se preguntó por varias horas si es que el príncipe habría tenido algo que ver. La idea le hizo sentirse traicionado en un punto, Aegon había usado su persona a conveniencia propia, usurpado el trono de su madre, y había roto el débil corazón del joven Velaryon. Se sentía devastado ante semejantes conclusiones, porque se sabría ingenuo entonces del hermano de su madre, usado y manchado con las garras del enemigo. Entendía también que, desde un punto, quizás Aegon siempre le habría odiado por su origen bastardo, así como se lo decía en el pasado. Quizás esas cosas nunca cambiaron de todo, tal vez, las desvariaciones del príncipe más joven resultaron excitantes para el Targaryen, y los labios ajenos habían pactado cosas que no sentía en el alma.

  Pero no podía creerlo; No quería creerlo.

  Un ser que te odia no ruega por tu vida, ni observa de esa manera, ni es capaz de besar de una manera tan dulce. No pudo haber sido manipulado tan fácilmente, porque no era un tonto, y el príncipe de platinados cabellos no era un gran imitador.

  Aegon era inocente, él sabía que era inocente, y que solo había sido usado por la reina regente para reafirmar la posición de los Hightower. Aegon. Aegon estaba en peligro, y no solo por Alicent, sino también por Rhaenyra. Solo era necesario decir un par de palabras equivocadas para lograr que la cabeza del príncipe rodara por toda la ciudad de desembarco del rey, y su dragón fuese enviado a Rocadragón, esperando ser reclamado por alguien más.

  Los ojos marrones observaron por la pequeña rendija, que apenas le permitía así un poco de luz. Al menos podía saber cuántos días habían pasado de esa forma, pero la mirada le fallaba. La falta de agua le había hecho sentir mareado y muy cansado para cualquier movimiento brusco. Eso le frustraba, no poder hacer nada. No poder defenderse, no poder asesinar a la reina con sus propias manos, porque realmente quería hacerlo. Quería matar a la perra Hightower; por cada cosa que había hecho, por cada golpe, cada insulto a Aegon, cada falta de respeto que la mujer había cometido ante su casa. Aegon era un príncipe Targaryen, ella, una simple reina consorte. Muy por encima de ser la madre del joven, él era su príncipe, así como dictaminaban las leyes del reino.

Calor [Jacegon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora