Capítulo 9

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Siento la tardanza!!!!! Pero ya, aquí está... Gracias por esperar y seguir conmigo en esta historia.
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-De nuevo.-Gruñó Angus.
-Mi nombre es Ariel Flounder, 18 años. Mesera y futura estudiante de la Universidad Nacional Jackonson. Mis padres murieron en un accidente en un viaje a España. No tengo hermanos ni hermanas y viví con mi tía Úrsula durante el tiempo necesario hasta que tuve la mayoría de edad.-Recité, titubeando sólo en la parte universitaria.
El chico con el piercing púrpura en la oreja asintió satisfecho, después de media hora repasando los puntos esenciales.
-Muy bien, tienes lo esencial. Ahora sólo hace falta falsificar los documentos de tu existencia, por si acaso, y tú tienes que estar mañana en la cafetería junto al edificio principal del pez gordo a las 9:30 pm. A esa hora termina su horario de trabajo. ¿Vale?
Asentí incómoda. La verdad, pensaba que al trabajar en algún lugar sería por mi independencia y sin necesitar de nadie. Y quería estar ahí con ambas piernas sosteniéndole. No en muletas y sin alguien que vigilara que no me cayera de cara al pavimento.
Ambos parecieron advertir mi preocupación; ya que el hombre del piercing en el labio, el cual se había presentado como Levi, colocó una mano en la mía. Mi gesto quedó impasible, pero estaba tanto sorprendida como asustada de aquel hombre. No era Angus, quien me había amenazado en la limusina de Erick, pero sus aspectos eran tan similares...
-Estaremos cerca tuyo en todo momento, niña. Si alguna emergencia surge, acudiremos en tu ayuda.
Su voz era amable y su semblante tranquilo, pero la firmeza en su tono me reconfortó.
-Idiota. ¿Cómo haríamos eso cuando ella esté con el ricachón?-Intervino el otro muchacho, interrumpiendo a su hermano.
Levi le lanzó una mirada fiera. Inmediatamente el otro resopló resignado mientras su hermano volvía su atención a mi.
-Erick cuidaría de ti, en ese caso.
Asentí insegura. Gracias a su maldito edificio había quedado así, ¿cómo me iba a cuidar ese patán?
-Levi y yo tenemos que irnos, llama a cualquiera si surge algo. ¿Entendido?
Ambos se levantaron de los mullidos sillones y se dirigieron a la puerta conmigo detrás de ellos.
-Ah, y.... ¿Qué tal si intentas darle al lugar un toque...Ariel?-Levi me entregó un sobre-Apuesto a que quedaría mejor.
El muchacho me guiñó un ojo y el y su hermano salieron para subirse a un Toyota negro.
Me quedé reposada en la puerta un rato. Entré a casa y, sin poder contener mi curiosidad, abrí el sobre.
Dentro; habían tres tarjetas de crédito, un fajo de billetes de diez lo suficientemente grueso como para contener 1000 pavos y un papel doblado en tres.
Era una nota.
"Querida Ariel:
Este dinero es lo suficiente para vivir bien al menos un mes, gástalo con cuidado.
Con mucho amor, Úrsula.
P.D: Cada hermana tuya recibió la misma cantidad que tu. Con la excepción de la carta, claro."
Sonreí con una sensación de libertad en el estómago. Mis hermanas no iban a tener que trabajar en el burdel en un mes. Podrían ir con ropa nueva a algún centro comercial y pasar un buen rato, sin tener que ofrecer nada extra a nadie.
Pesadas lágrimas se agolparon en mis ojos. Las sacudí y, aferrando el sobre, salí con llaves en el bolsillo a un centro comercial.
Tenía que ser uno que no frecuentara nadie en la zona de donde trabajaba antes, así que iba a tener que caminar una larga distancia.

Entré maravillada al lugar y me encontré admirándolo todo. Las personas charlaban, reían y caminaban de tienda a tienda. Los Lugares de comida, las jugueterías, tiendas de videojuegos y de accesorios, mueblerías y el cine... Todo estaba limpio y con personas sonrientes. Y la gente vestía muy bien.
Entré a una mueblería y compré silloncitos, sábanas, cobijas, espejos y sillas; además de adornos y baratijas que pensé se verían bien en la casa. Luego a una tienda de ropa y me conseguí dos blusas y cuatro pares de jeans coloridos.
Cuando al fin salí del gran edificio con mis compras, vi a un niño vagando por los arbustos. Parecía que estaba buscando algo...
Me acerqué a el aparentando indiferencia, pero el pequeño me intrigaba. Parecía de unos 6 años y no había nadie cerca, supuse que sus padres estarían dentro de alguna tienda en el mall.
El pequeño se dio cuenta de mi presencia y dirigió sus grandes y curiosos ojos a mí.
-¿Quien eres?
Pensé unos momentos antes de responderle. Dejé en el suelo las bolsas.
-Me llamo Ariel, ¿quien eres tú?
El sonrió y tomó la mano que había quedado libre para sacudirla en un torpe saludo. Sus pequeñas manos estaban sucias con tierra y, aún así, eran suaves.
-Mi nombre es Sebastián.
Le devolví la sonrisa.
-¿Y qué estás buscando?
Volví mi mirada a donde Sebastián estaba antes removiendo y noté que había un cangrejo de plástico sacando la parte superior de un montoncito de tierra.
-Nada, sólo jugaba. Pero ahora que estás aquí, hablo contigo.
Mi sonrisa se amplió.
-¿Y tus padres?
El pequeño de cabellos rubio cenizo me señaló el centro comercial.
-Mi madre está allá. Y no tengo papá.
Un nudo se me formó en la boca del estómago.
-¿No tienes hermanos o hermanas?
Sebastián negó con la cabeza.
-Pero tengo a mi abuela.
Asentí despacio. Dejé las muletas en el suelo y me acuclillé hasta quedar frente a frente con el. Al crío no pareció molestarle.
-¿Y si jugamos juntos?
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Retelling: La Sirenita {En edición} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora