Capítulo 10

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Cuando llegamos a la casa de la suegra de Danielle, después de haber dejado las compras en la mía, bajé del auto nerviosa. Mis manos sudaban y en la boca de mi estómago sentía los nervios flotando.
-¿Ariel?-Me llamó Sebastián-¿Ya vamos?
Asentí sonriendo levemente y lo seguí a el y a su madre dentro de aquel hogar.
El lugar por dentro era más espacioso de lo que pensaba y las decoraciones parecían provenir de una tienda de antigüedades. Las lámparas tenían flecos de colores, las alfombras estaban algo descoloridas pero los patrones y las figuras se veían perfectamente, los muebles se veían desgastados y el gato que reposaba en los sillones viejos de color vino se veía cansado.
-¡Señora, ya llegamos! ¡No adivinarás con quién nos encontramos frente al centro comercial!-Gritó Danielle mientras acomodaba los víveres en la despensa.
Sebastián me llevó al sillón y me dijo que esperara ahí a que trajera sus juguetes. Asentí mientras me sentaba junto al gato; el cual, en cuanto me notó, maulló y se alejó de mi en el sillón. Resoplé. ¡Qué gato más grosero!
En las escaleras alcancé a oír pisadas.
-¿Ya trajiste tus juguetes?-Pregunté sin siquiera darme la vuelta, estaba ocupada tratando de acercarme al minino.
-Yo aquí no tengo juguetes, chiquilla.
La voz rasposa me hizo volverme para encontrar a una ancianita de cabellos grises atados en un chongo.
Mi respiración se aceleró y me levanté de un salto.
-¡Señora! Yo, Ahm... Estaba esperando a Sebastián.
Ella rió mientras terminaba de bajar los últimos escalones con mucho esfuerzo.
-No te preocupes, Ariel. Supongo que no pensabas que nos fuéramos a encontrar nuevamente, ¿o sí?
Negué culpable con la cabeza. La ancianita asintió como entendiendo algo.
-¿Danielle ya te ha ofrecido té?
-No, pero no se...
Ella me interrumpió.
-Te traeré una taza de lilas con manzanilla.¿Qué te parece?
Sonreí cálidamente y asentí.
-Bien, Bien...
Dicho esto, caminó hasta la cocina e intercambió algunas palabras con su hija.
Sebastián venía bajando cuidadosamente las escaleras para cuando yo me había sentado.
-Tengo mis dinosaurios y mis soldados y mi bote y todo esto.

El pequeño y yo jugamos toda la tarde hasta que su madre nos llamó para cenar. Nos sentamos al lado del otro.
-Ariel... ¿Te parecería contarnos más sobre ti?
La pregunta de Danielle me hizo pensar. En mi cabeza surgieron imágenes de mis hermanas, de Mikel, de mis amigas en el prostíbulo... Pero una de Úrsula me hizo callar esa otra vida.
-Pues.... ¿Qué les gustaría saber?
-¿Y tu mami y tu papi?-Preguntó Sebastián.
-Mi mama murió cuando yo nací y mi papá está desaparecido...
En ese momento había pensado que un detalle así no me lo podía callar. Sólo es una pregunta inofensiva de mis padres, está bien...
-Lo siento mucho.
Sonreí a Danielle.
-Está bien, no recuerdo mucho de ellos.
Un sonido agudo proveniente de la cocina anunció que el estofado estaba listo.
-¡El pato!
Danielle se levantó rápidamente y fue a la cocina, seguida de su hijo, quien quería verlo.
-¿Vas a contar la historia de verdad o una que te impusieron?
La viejita me miraba seriamente. No supe que decir.
Negué con la cabeza en silencio. ¿Era verdad que podía confiar mi verdadera vida a personas desconocidas? ¿Qué tal si era una trampa de Úrsula para probarme? No. Estaba siendo paranoica. Ellos eran personas gentiles y agradables. Podía confiar en ellos.
Diré la verdad.
Pensé con confianza.
Danielle volvió con un plato grande tapado por algo que parecía un trapo cubriendo lo que parecía ser un ave dorada.
Le quitó la cubierta, dejando ver a un apetitoso pato con zanahorias y calabazas cocidas a su alrededor. Mi boca empezó a babear de inmediato. ¡Comida casera!
-¿Alguien quiere hacer una oración antes de empezar?
Sebastián levantó la mano, pero Danielle me miraba fijamente.
-Ariel, ¿quieres decirla?
No había rezado en mi vida fuera de mi cuarto en el prostíbulo, por lo que mis nervios se notaron en la voz.
-N...No estoy segura de que...
-Lo harás bien, sólo da gracias por la comida a Dios.
Volví a sentir el aroma del pato, llenando mi nariz y seduciendo a mi lengua.
Asentí y los cuatro cerramos los ojos. ¡Quería comer ya!
-Querido Dios, gracias por traer a la mesa el pato y las verduras y a Danielle y a la señora y a Sebastián. Gracias por la salsa y el agua. Gracias por ser Dios. ¿Amén?
-Amén.-Repitieron los tres riendo.
-La mejor oración que se ha hecho en esta casa. Yo no sabía que los tres estábamos en la mesa.-Bromeó la ancianita-Por cierto, querida, me llamo Claire.
Sentí mis mejillas acalorarse.
-Lo siento...
-¿Ya podemos comer, abuela?-Sugirió el chiquillo a mi lado. Claire asintió y Danielle se levantó de su silla para empezar a cortar el pato.
Durante toda la comida me contaron de ellos y yo de mi. Y con cada anécdota que relataban, menos me apetecía decirles en qué solía trabajar.
-¿Tienes algún empleo, Ariel?-Preguntó Danielle.
Asentí mientras me mordía el labio.
-Soy una mesera...
-¿Como las del restaurante al que vamos con papá?-Sebastián le preguntó a su madre. Ella asintió y se volvió a mí.
–Y, ¿estudias?–le sirvió a su hijo unas hojas de lechuga y zanahorias en rodajas; éste frunció el ceño, asqueado.
Les recité la información que los gemelos me habían dado unos días atrás y me arriesgué a mirar a Claire. Tenía el semblante serio pero relajado, como si estuviera aprendiendo verdaderas cosas sobre mí.
Después de haber finalizado la comida, Danielle fue a la cocina para guardar el pato sobrante.
Me rasqué la nuca y miré a la ancianita junto a mí.
–¿Estás molesta?–murmuré.
Ella negó con la cabeza.
–Querida, yo sé que tienes muchas cosas que perder si alguien se entera de todo lo que estás haciendo. No te culpo por ser prevenida y atenerte a cometer riesgos innecesarios con personas a las que acabas de conocer.–hizo una pausa para levantar los platos en la mesa, pero me levanté para hacerlo por ella a lo que ella sonrió con dulzura mientras me daba el plato de plástico de su nieto.– Sin embargo; me alegra que me lo hayas dicho a mí, en lugar de a alguien más. Hace mucho tiempo que me he sentido algo inútil en la vida de Danielle, Sebastián y su hijo.
Tomé su mano.
–Estoy segura de que la necesitan más de lo que usted cree.
Claire sonrió, dejando ver lo aliviada que mi comentario la ponía.

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