Capítulo 5

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Entré de forma torpe a la recepción. No estaba acostumbrada para nada a usar zapatillas sin tacón y mucho menos tanta ropa.
Esa mañana Mikel había entrado a mi habitación y, sin importarle que fuese domingo (mi único día libre), me había despertado zarandeándome. Me había entregado una bolsa con el conjunto que estaba usando en esos momentos; una camiseta de rayas sin mangas, unos jeans deshilachados y los zapatos rojos con moño blanco bajos con los que tropezaba cada dos por tres. Mi jefe me había explicado, cuando salí cambiada del baño, que tendría que fingir que mi vida era distinta.
Así pues, estuve toda la mañana ensayando la que sería mi historia a partir de ahora.
Mi nombre era Ariel Flounder (el apellido lo había sacado de mi pez de felpa en casa), tenía 18 años, mis padres habían muerto y no tenía hermanas. Mi trabajo de mesera me quitaba tiempo para estudiar para lograr entrar a la universidad y por eso tenía ojeras. Aunque la verdad era que mi hermanas y yo habíamos tenido una de las mejores, y únicas, fiestas. Anne y Melody se emborracharon de inmediato y empezaron a maldecir a sus clientes; Angel, Shannon y Marian (La primera hija, con facciones mucho más maduras y seductoras) hablaban de chicos y Sarah me repetía, después de haberle pedido mil veces, como habían sido nuestros padres.
-...y cuando no mirábamos, papá le lanzaba besos a mamá desde el otro lado del cuarto. Ella sonreía dulcemente y le lanzaba algún caramelo de mantequilla.
-Las golosinas que están en una caja roja con detalles negros, ¿verdad?-Pregunté ansiosa. Sarah asintió.
-Cuando tengas los 21, te daremos el último que queda.
Percibí nostalgia y dolor en su voz, por lo que desistí de hacer más preguntas de los dulces. La chica pasó de forma delicada un mechón de mis rizos detrás de la oreja.
-Mamá los tenía así...
Estaba acostumbrada a oír eso; debido a que, de mis hermanas, Yo era la única que lo tenía en gruesos rizos pelirrojos hasta la cintura mientras que ellas lo tenían o castaño o lacio. Pero oír decirlo mayor cantidad de veces, no me hacia querer tenerlo. Eran rizos rebeldes. Anne y Melody siempre lo tenían como ellas querían.
Sonreí antes de ir con mis ebrias hermanas.
-¡Ariel!-bramó Anne-¡Odio al puerco Jairn que me contrata los sábados!
Melody abrazó por los hombros a la joven junto a ella.
-¡Y yo a Stanley!
Reí. Cada vez que se emborrachaban pasaba lo mismo.
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-¿Sigues viva?- Escuché decir frente a mi, seguido de un chasquido de dedos. De repente, el recuerdo de la noche pasada dio paso a la realidad.
-¿Disculpe?- Dije consternada. Había un hombre calvo con una bufanda púrpura alrededor de su cuello que me miraba desde atrás de los escritorios en recepción.
-Necesito tu nombre, cariño. Si tienes reservación, ¿o no? Sin reservación con el señor Prince, no pasas.
Tragué en gordo, repitiéndome mi nueva vida en la cabeza.
-Soy Ariel Flounder y vengo a ver a mi príncipe...-No fue sino hasta que vi su ceja alzada que me di cuenta de mi error. ¡Qué torpeza!-Es decir, al Sr. Prince. Verá, es que soy la misteriosa pelirroja que lo salvó del vómito...
El hombre empezó a teclear en su computadora, como si yo no estuviera ahí.
-Por el pasillo a mi izquierda, quinta puerta de madera a la derecha. Única puerta abierta. ¿Crees que puedas encontrarla sola o te acompaño?-Recitó mecánicamente. Negué con la cabeza y levanté la barbilla para aparentar seguridad antes de seguir sus indicaciones por un corredor oscuro y largo.
Conté 5 puertas y, como el recepcionista había dicho, abierta totalmente. Entré para ser cegada momentáneamente con una luz y solté una maldición. Mientras las luces blancas desaparecían de mi campo de visión, escuché la misma voz que en aquel callejón oscuro del que había salvado a un hombre de morir ahogado en vómito.
-¡Sin duda la más femenina!- Dijo irónicamente. Poco a poco la imagen de un chico apuesto con ojos azules y cabello oscuro fue apareciendo frente a mi. Junto al sr. Prince había una mujer mayor con peinado de algodón de dulce, esponjado como las mujeres en los años 50s.
-Erick...-Dijo ella.Detecté en su voz un ligero acento irlandés.-sé más cortes con nuestra invitada.
Vi al chico asentir y fingir una sonrisa.
-Señorita, ¿Viene usted a decir que es la pelirroja que salvó mi vida? Si no tiene una historia preparada, le daré unos minutos para inventarla.
Mi rostro debió de haber reflejado la confusión que sentía por dentro, porque la mujer soltó unas risitas.
-¿Inventar una historia?-Pregunté incrédula. El chico asintió.- ¿Por qué tendría que inventar una maldita historia? ¿Para complacerte? ¿Porque no me creerías aunque te dijera la verdadera?
Me crucé de brazos y lo fulminé con la mirada. El se limitó a alzar una ceja.
-¿Vas a hablar de lo que yo quiero o lo que tu quieres?
-Lo que tú quieres es que diga una historia cursi como todas las demás que estuvieron en esta maldita oficina, diciéndote que en cuanto te vi....-Entrelacé los dedos de mis manos y fingí una expresión soñadora- me enamoré de ti y que cuando te salvé, ¡supe quién eras de inmediato! Pues despierta, amigo. No hubiera sabido quien eras aunque te plantarás sobrio delante de mi junto a un cartel con tu rostro impreso.-La rabia bullía dentro de mi como si fuese un volcán a punto de estallar. ¿Quien se creía para desacreditarme?-Pero claro, tenías que estar entre todas esas bolsas de basura con vómito alrededor de tu preciosa cara. ¿Querías que supiera quien eras? Estás mal de la cabeza.
La mujer se levantó con una sonrisa en el rostro y se colocó a mi lado, mirando fijamente al empresario.
-Esto-Me señaló completa- es lo que cualquier hombre desearía de una mujer.
Levanté una ceja. ¿Iba en serio esta señora?
-Tiene temperamento, cara bonita, cuerpo perfecto, rebelde... aunque eso se puede arreglar. Pero, ¡Erick! Siempre he seguido tus palabras y creo que es tiempo de que consideres las mías.
Erick puso los ojos en blanco y me volteó a ver, causando un hormigueo en mi cuerpo.
-Está claro que no eres la chica que me salvó, porque ella era dulce y amable, pero estaríamos complacidos de invitarte a una taza de té.-El tono de voz del joven era de aburrimiento.
Con toda la educación y desenvoltura de la que fui capaz, me incliné ligeramente haciendo una reverencia y fingí la mejor sonrisa.
-Nada me complacería más que declinar su desagradable oferta, señor.
Dicho esto; salí rápidamente de la oficina y del edificio a pesar de los reclamos del recepcionista por no haber firmado mi salida. La actitud del pedante ese me daba ganas de golpearlo en ese perfecto rostro suyo hasta que sangrara por todos lados.
Pero después de unos cuantos pasos, me paré en seco. ¿Qué le iba a decir a Úrsula? ¿O a Mikel? Esto no era parte del plan. Se suponía que tenía que hacer que el tipo me creyera y enamorarlo y, lo único que logré fue hacer que me odiara. ¿Por qué había sido tan tonta?

Retelling: La Sirenita {En edición} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora